La herencia de Robert F. Kennedy Jr.: una vida turbulenta marcada por la adicción y el trauma

En septiembre de 1983, Robert F. Kennedy Jr. cayó enfermo en un vuelo a Rapid City, Dakota del Sur. El piloto llamó por radio a los médicos. Gracias a su famoso apellido, Kennedy, quien en ese entonces tenía 29 años y acababa de terminar la carrera de derecho, fue trasladado a una sala VIP del aeropuerto, donde los investigadores encontraron heroína en su equipaje.

Según su propio relato, Kennedy, quien luego se declaró culpable de un delito grave de posesión de heroína, había caído en la drogadicción durante su adolescencia mientras intentaba lidiar con el asesinato de su padre. Dos días después del episodio del avión, se internó en un centro de tratamiento de drogadictos de Nueva Jersey. Ha dicho que, desde entonces, ha estado sobrio.

Kennedy fue elegido por el presidente electo Donald Trump para el cargo de secretario de Salud, un nombramiento que logró tras una campaña presidencial disruptiva en la que presentó su vida como una historia de redención. Este año le dijo al locutor de una radio cristiana y conservadora que, cuando era un joven adicto y con problemas, había experimentado un “despertar espiritual” y que “sabía que tenía que cambiar de un modo profundo y fundamental”.

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Sin embargo, esa lucha temprana de Kennedy por la sobriedad distó mucho de ser el final de las batallas contra sus demonios y sus impulsos autodestructivos. Un análisis de su vida, obtenido a través de entrevistas con más de una decena de personas, documentos judiciales y sus propias declaraciones, revela una marcada tendencia a pasar por los extremos —incluida su adicción temprana a las drogas, su conducta sexual compulsiva y sus profundas inmersiones en teorías conspirativas—, todo eso bajo el microscopio de la fama.

En la mediana edad, Kennedy se ganó la aclamación pública como un abogado ecologista que demandaba a empresas contaminantes, limpiaba ríos y presionaba para que se protegiera el agua potable de Nueva York. Sin embargo, también era un mujeriego que tenía un diario de sus encuentros y le asignaba puntuaciones numéricas a las mujeres, mientras se reprochaba su incapacidad para controlar sus actos.

Sus infidelidades contribuyeron a la ruptura de su segundo matrimonio, según entrevistas con personas que conocían a la pareja. Una exniñera que trabajó para su familia durante esa época también ha acusado a Kennedy de haberle hecho proposiciones sexuales y de haberla tocado sin su consentimiento.

Como defensor del movimiento antivacunas, Kennedy ha expresado opiniones oscuras y conspirativas sobre el gobierno, la prensa, las instituciones científicas y, especialmente, la industria farmacéutica. Ha promovido teorías descabelladas y desacreditadas, sugiriendo que el sida podría ser causado por los
poppers
, una droga inhalada que fue popularizada por hombres homosexuales durante la década de 1970, y no por el VIH. Respaldó un documental que afirmaba que la pandemia de 2020 era una “plandemia”, un suceso orquestado por el gobierno como parte de un esfuerzo para socavar las libertades estadounidenses.

Kennedy declinó una solicitud de entrevista. Sus amigos y colaboradores cercanos afirman que la mejor forma de entender sus decisiones es verlas como un esfuerzo por estar a la altura del legado de su padre y tocayo, Robert F. Kennedy, ex fiscal general, senador e icono liberal, quien fue asesinado mientras hacía campaña para las elecciones presidenciales de 1968.

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Un amigo, que como muchos otros entrevistados para este artículo se negó a ser identificado, dijo que el afán de Kennedy de engrandecerse para emular a su padre fue un “defecto trágico” que originó “la necesidad de adulación, la necesidad de reconocimiento, la necesidad de seguidores”. Durante mucho tiempo, Kennedy ha absorbido la mitología de su familia, y se ha imaginado como un nuevo héroe.

“Todo lo que ha ocurrido en mi vida”, dijo Kennedy en un video de campaña, “me ha llevado adonde estoy ahora: las muertes, las tragedias, la adicción, la recuperación, encontrar una profunda creencia en Dios”.

Pero el camino que Kennedy ha recorrido lo llevó a una alianza con un hombre al que su familia y los demás demócratas consideran aborrecible. Trump lo atrajo a su círculo para consolidar su base de seguidores, y Kennedy llegó diciendo a sus incómodos aliados que era su mejor oportunidad de lograr un cambio real.

Otros miembros de la familia Kennedy lo han criticado en repetidas oportunidades. Su hermana Kerry Kennedy dice que su hermano ha “incendiado” el legado de su padre, y calificó la decisión de apoyar a Trump como “un triste final para una triste historia”.

Amigos íntimos y simpatizantes se oponen a que los medios de comunicación presenten a Kennedy como un loco o un chiflado: lo ven como un revolucionario que le dice la verdad al poder. También afirmaron que no se le debe definir por su adicción, sino por su recuperación: señalan que es disciplinado y centrado. Se ha volcado en el ejercicio y sigue una dieta estricta conocida como ayuno intermitente. Ha dicho que más de 40 años después de ese vuelo a Dakota del Sur, sigue asistiendo diariamente a las reuniones de 12 pasos.

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Del Bigtree, su exdirector de comunicaciones, describió a Kennedy como profundamente espiritual, y dijo que se siente “llamado a hacer la diferencia”. Gavin de Becker, asesor de seguridad y consejero cercano de Kennedy, dijo que la sobriedad de Kennedy es una fuente de su “resistencia, compromiso y capacidad de recuperación”, algo que es “una calificación invaluable” para un secretario de salud.

El propio Kennedy se apoya en su problemático pasado. “Tengo tantos esqueletos en el armario”, dijo mientras hacía campaña para la presidencia, “que si pudieran votar, yo podría ser el rey del mundo”.

Bobby Kennedy tenía 9 años cuando su tío, el presidente John F. Kennedy, fue asesinado en Dallas. El tercero de los 11 hijos de sus padres, Bobby quería ser científico o veterinario.

Cinco años después, en junio de 1968, su padre fue asesinado. Él tenía 14 años. Ese otoño ingresó en noveno grado en Millbrook, un internado para varones en el valle del Hudson, en Nueva York. El colegio estaba aislado y era bucólico; Kennedy, fascinado por los animales, se sintió atraído por su pequeño zoológico.

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Sus compañeros de clase lo recuerdan como un halconero, y también como un alborotador que a veces se inclinaba por la crueldad. Allen Low, un piloto aviador jubilado en San Francisco, recordó cómo una noche, cuando era su turno de limpiar la mesa, Kennedy tomó su encendedor y calentó el mango de su tenedor para que quien lo tomara se quemara.

“Tomé el tenedor y, por supuesto, me quemé la mano”, dijo Low. “Nunca olvidaré cómo rio cuando vio mi dolor”.

En 1970, cuando tenía 16 años, Kennedy fue expulsado de Millbrook por consumo de drogas, según sus memorias American Values: Lessons I Learned From My Family. Ese verano fue detenido por posesión de marihuana en Massachusetts. En el verano siguiente volvió a ser detenido y fue acusado de escupirle helado a un policía en la cara. Aunque negó la acusación, pagó una multa.

Kennedy pasó por dos secundarias más antes de graduarse y, a pesar de sus problemas, logró seguir los pasos de su padre e ingresar en Harvard.

Siguió luchando contra una creciente adicción a las drogas, un problema que afectó a otros miembros de su familia, entre ellos un hermano menor, David, que murió en 1984 tras ingerir cocaína y otras drogas, y su primo Patrick, que ocupó un escaño en el Congreso y hoy es defensor de las personas con enfermedades mentales y adicción a las drogas.

Un compañero de Harvard recuerda que Kennedy le vendió cocaína cuando estaban en la universidad. En algún momento Kennedy contrajo hepatitis C por compartir agujas, comentó en una entrevista de 2023 con The New York Times.

Tras licenciarse con honores en historia de Estados Unidos en Harvard, se fue a estudiar derecho en la Universidad de Virginia; de nuevo, siguiendo los pasos de su padre. “Cuando murió, sentí una especie de obligación de recoger la antorcha que él había soltado”, dijo Kennedy en un video producido para su campaña presidencial, “así que cambié mi trayectoria profesional para alinearla más con la suya”.

En 1982, Kennedy, que entonces tenía 28 años, consiguió un buen cargo en la fiscalía del distrito de Manhattan, pero tuvo que renunciar tras reprobar el examen de acceso a la abogacía. Luego sucedió su detención y condena por posesión de heroína. Fue condenado a dos años de libertad condicional y servicio comunitario.

Cuando Kennedy llegó al Open Space Institute, una organización de conservación del territorio, para completar su trabajo de servicio, su salud estaba visiblemente deteriorada, según una persona que lo conoció en ese tiempo. Le faltaba al menos un diente frontal. Mascaba tabaco y dejaba vasos de jugo de tabaco por todas partes, comentó esta persona.

En American Values, Kennedy recuerda haberle pedido perdón a su madre en una ocasión en que estaban nadando en Nantucket Sound, por la angustia que le había causado su consumo de drogas y “por no haber estado a la altura de los ideales de mi padre, de los suyos y de los míos”.

El Open Space Institute puso a Kennedy a trabajar ayudando a renovar una antigua granja en Garrison, Nueva York. La casa fue alquilada más tarde por Hudson Riverkeeper, un grupo dedicado a limpiar el contaminado río Hudson. Kennedy se apasionó por su causa y no tardó en unirse.

En 1985, una vez admitido en el colegio de abogados, obtuvo una maestría en estudios medioambientales. Al principio mantuvo un perfil bajo, pero a principios de la década de 1990 volvió a llamar la atención de los medios. Su nombre era un imán para los reporteros. Y él parecía aceptarlo.

En 1995, la revista New York lo coronó como “El Kennedy que importa”. Según alguien que lo conocía en ese tiempo, él hizo circular ampliamente el artículo. En 1997, concursó en Celebrity Jeopardy! Empezaron a circular rumores de que podría postularse para un escaño en el Senado de Estados Unidos.

En su despacho de la Universidad de Pace, donde obtuvo su maestría y dirigía la clínica de litigios medioambientales, la pared estaba cubierta de fotos suyas posando con celebridades. Acabaría casándose con una, la actriz Cheryl Hines, su tercera esposa.

Kennedy se convirtió en un reconocido abogado medioambiental a nivel nacional. En 1999 fue nombrado héroe del planeta por la revista Time por su trabajo con la organización Riverkeeper.

Trabajó junto a otros abogados en varios casos de alto perfil. En 2007 pronunció los alegatos finales en un caso que dio lugar a una sentencia de 382 millones de dólares contra DuPont. Un jurado dictaminó que la empresa había expuesto deliberadamente a niveles tóxicos de arsénico, cadmio y plomo a miles de personas que vivían cerca de su planta de fundición de zinc de Spelter, Virginia Occidental.

Gracias a sus éxitos y a la atención que suscitaron, se hizo un lugar en el circuito de conferencias. Ganaba unos 25.000 dólares por discurso, pero podía llegar a cobrar hasta 250.000 dólares por una charla en el extranjero, según registros judiciales confidenciales revisados por el Times.

También creó discordia en Riverkeeper. Kennedy se convirtió en la fuerza dominante —y en el rostro— del grupo. Se empeñó en tomar decisiones controversiales y extrañas, como la ocasión en que insistió en contratar a un hombre que había sido condenado por contrabando de huevos de aves raras desde Australia. La decisión destrozó la organización, provocando la renuncia de gran parte del consejo, incluido Robert Boyle, fundador y presidente de la asociación.

“Pensé que pensaba en sí mismo y no en la causa del río”, dijo Boyle en esa ocasión. “Todo se convirtió en su propia gloria”.

A mediados de la década de 1990, su primer matrimonio, con Emily Black, una compañera de la facultad de derecho, terminó. Poco después de oficializarse el divorcio, Kennedy se casó con Mary Richardson, amiga íntima de su hermana Kerry.

Las tensiones de su segundo matrimonio fueron evidentes de inmediato para Eliza Cooney, quien en 1998, a los 23 años, se trasladó a Nueva York para trabajar con Kennedy en Pace, una oferta que incluía alojamiento y comida, desplazarse a la oficina con Kennedy y trabajar como niñera de sus hijos los fines de semana.

Desde entonces ella ha descrito —en un artículo de Vanity Fair y en entrevistas con el Times— varias ocasiones en las que Kennedy, que entonces tenía unos 40 años, se propasó físicamente con ella: durante una reunión con un colega de Pace en la cocina familiar, le acarició la pierna hacia arriba y hacia abajo, dijo. Una vez entró en su habitación sin camiseta y le pidió que le untara loción en la espalda. Y, en otra ocasión, entró en la despensa de la cocina detrás de ella y acarició ambos lados del torso hacia arriba y hacia abajo, afirmó.

Kennedy se negó a hablar de las acusaciones. Cuando estas salieron a la luz este verano, envió a Cooney un mensaje de texto en tono de disculpa, diciendo que no recordaba los episodios.

Cooney afirmó que le repugnaba ese comportamiento y que dejó la casa al cabo de un año, aunque siguió trabajando en Pace y se mantuvo en contacto con la familia. Dijo que le molestaba la manera en que él se comportaba como si tuviera derecho, con indiferencia.

“Recuerdo que, al principio de mi estancia ahí, pensé: ‘Vaya, es como si él estuviera en la proa de un barco grande y rápido, y los demás estuviéramos a bordo’”, dijo. “Él puede estar al frente, mirar hacia delante, pensar a lo grande, gritar órdenes, bajar de un salto, hacer lo que quiera, sin preocuparse de los detalles ni de las implicaciones, mientras todos los demás estamos allí para ocuparnos de lo que queda atrás”.

Como parte de sus programas de recuperación de 12 pasos, Kennedy llevaba un diario. En él, registró sus encuentros sexuales con más de tres decenas de mujeres en un periodo de un año, alrededor de 2001, asignándoles clasificaciones del 1 al 10 que correspondían con distintos actos sexuales, informó The New York Post. Al parecer, el diario incluye anotaciones que sugieren que su conducta le llenaba de odio hacia sí mismo.

“Después de que papi murió luché por ser un adulto”, escribió Kennedy, y añadió: “Sentía que me observaba desde el cielo. Cada vez que me asaltaban los pensamientos sexuales, me sentía un fracasado. Me odiaba a mí mismo. Empecé a mentir, a inventarme un personaje que fuera el héroe y líder que yo deseaba ser”.

Kennedy solicitó el divorcio nueve años después. Richardson, quien luchaba contra la depresión y el alcoholismo, se suicidó en 2012, a los 52 años. Se ahorcó en un granero de la propiedad familiar en el condado de Westchester, Nueva York. Su muerte, y el distanciamiento público de Kennedy con la familia de Richardson, atrajeron un torrente de atención mediática negativa hacia Kennedy.

Para ese momento, su activismo estaba tomando una nueva dirección.

Un verano a principios de la década de 2000, Sarah Bridges, una psicóloga de Minnesota que había ido a la universidad con una cuñada de Kennedy, se presentó sin previo aviso en su casa, en el complejo familiar de Hyannis Port, Massachusetts. Bridges dijo que su hijo había sufrido una lesión cerebral y había sido diagnosticado con autismo tras haber recibido una vacuna contra la tos ferina que ya no se utiliza en Estados Unidos.

Kennedy había estado trabajando para eliminar el mercurio de las vías fluviales; Bridges quería que investigara el timerosal, un conservante a base de mercurio que en gran medida se ha eliminado de las vacunas infantiles en Estados Unidos. Cuando Kennedy se resistió, ella llevó a su puerta un montón de estudios científicos.

“Él dijo: ‘No tengo interés, en absoluto’. Se mostró muy inflexible, y dijo: ‘Además, tengo invitados en casa y tengo que salir a navegar’”, recordó ella. Esperó a que volviera; finalmente aceptó examinar la investigación si ella accedía a marcharse.

Cuando se sumergió en eso, no hubo quien lo detuviera. Utilizando “mi nombre y las relaciones de mi familia”, dijo en un discurso en el Hillsdale College, logró reunirse con Anthony Fauci, quien en ese momento era el principal especialista en enfermedades infecciosas del gobierno, y con Francis Collins, el entonces director de los Institutos Nacionales de Salud (NIH, por su sigla en inglés).

Sus respuestas, dijo, lo convencieron de que los NIH eran poco más que “una incubadora” para la industria farmacéutica. “Era una captura regulatoria en esteroides”, dijo.

En 2005, Kennedy escribió un artículo, publicado en Rolling Stone y Salon, que culpaba al timerosal del aumento del autismo infantil. Ambos medios de comunicación retiraron posteriormente el artículo tras comprobar que algunas de sus afirmaciones eran erróneas o dudosas, y Kennedy fue ampliamente criticado por la comunidad científica. La teoría de que las vacunas causan autismo ha sido ampliamente desacreditada.

Sin embargo, Kennedy vio en eso una prueba más del dominio que la industria farmacéutica ejercía sobre el gobierno y los principales medios de comunicación.

Publicó muchos libros y fundó una organización sin fines de lucro, Defensa de la Salud Infantil, convirtiéndola en un gigante antivacunas que recaudó millones.

Era el comienzo de un nuevo personaje público para Kennedy: el guerrero hostil, antimedios y antisistema. A los ojos de sus seguidores, Kennedy se enfrentaba a los poderosos, como había hecho su padre.

“Creo que en realidad piensa que las cosas están mal, que existe una corrupción profundamente arraigada, que es en gran medida la forma en que su padre y su tío veían el mundo”, dijo Tony Lyons, editor de Kennedy.

La pandemia de covid le dio a Kennedy los seguidores que buscaba desde hacía tiempo. La base de su mensaje —que el gobierno federal estaba empeñado en restringir las libertades personales y que las empresas farmacéuticas buscaban sacar provecho de una crisis— atrajo de repente a un nuevo público de estadounidenses que estaban frustrados por los confinamientos y dudaban de una vacuna que se desarrollaba y comercializaba a un ritmo extraordinariamente rápido, aunque fuera para un virus que estaba matando a miles de estadounidenses cada día.

El tráfico al sitio web de Defensa de la Salud Infantil se disparó. Kennedy vendió libros. Fue recibido en actos llenos de partidarios de Trump y apareció con negacionistas de las elecciones y nacionalistas cristianos.

Cuando el Centro para Contrarrestar el Odio Digital lo etiquetó como miembro de “La docena de la desinformación”, fue suspendido de Instagram, una medida que reafirmó su convicción de que las grandes empresas tecnológicas estaban conspirando con el gobierno de Biden para suprimir la libertad de expresión.

Evocó imágenes del Holocausto, generando acusaciones de antisemitismo. Arremetió contra Fauci y Bill Gates, filántropo y fundador de Microsoft, cuyo trabajo llevando vacunas al mundo en desarrollo lo ha convertido en blanco de teorías conspirativas. Advirtió sobre la desaparición de la democracia y el “totalitarismo llave en mano” impuesto por un misterioso e indefinido ente al que calificaba como “ellos”.

“Están poniendo 5G para recoger nuestros datos y controlar nuestro comportamiento, una moneda digital que les permitirá castigarnos a distancia y cortar nuestro suministro de alimentos”, advirtió Kennedy durante una concentración de “Derrota a los mandatos” en la escalinata del monumento a Lincoln en enero de 2022.

Personas cercanas a Kennedy dijeron que él creía que por fin, a sus casi 70 años, había llegado su momento.

La primavera pasada, cuando se planteaba desafiar al presidente Biden por la candidatura demócrata a la presidencia, dijo a sus asesores más cercanos que oía los ecos de la historia en la decisión: su padre, desilusionado con los demócratas por la guerra de Vietnam, desafió a los líderes del partido en 1968 para organizar unas primarias contra un presidente en funciones, Lyndon Johnson. Su vida parecía haber cerrado el círculo, sugirió.

Empezó su candidatura presidencial como un “demócrata Kennedy” —inicialmente obteniendo cifras de dos dígitos en las encuestas—, pero más tarde abandonó el partido para postularse como independiente, acusando a los dirigentes demócratas de sofocar corruptamente su desafío a las primarias.

El verano pasado, con sus números en las encuestas en un solo dígito y las arcas de su campaña agotadas, Kennedy se enfrentó a una disyuntiva: continuar con su quijotesco esfuerzo o abandonar la contienda y apoyar a Trump. Los aliados del expresidente, a quienes les preocupaba que Kennedy se llevara apoyo de sus filas, llevaban tiempo interesados en una alianza, según ha informado el Times.

Las conversaciones entre los dos bandos empezaron en serio tras el atentado contra Trump en Butler, Pensilvania, un suceso cuya resonancia en la propia vida de Kennedy parecían abrir camino a la unidad. Varias personas implicadas o informadas sobre las conversaciones dijeron que a Trump le impresionó que Kennedy planteara una crisis en el sistema sanitario estadounidense y su interés en las enfermedades crónicas. Y Kennedy se sintió seguro de que conseguiría un lugar poderoso en el gobierno.

Ahora su poder está a punto de crecer. Algunos aliados de Kennedy creen que volverá a postularse a la presidencia.

Bigtree, su antiguo director de comunicaciones, dirige su propia organización sin fines de lucro, la Informed Consent Action Network, y es un espíritu afín de Kennedy en la lucha contra los mandatos de vacunación y su batalla más amplia contra el sistema establecido de la salud pública. A pesar de las denuncias de muchos familiares, Kennedy ya se había convertido en un digno heredero del manto familiar, afirmó Bigtree.

“Robert Kennedy Jr.”, dijo, “es la representación perfecta de su padre, de su legado y de lo que su padre habría soñado que sería”.

Jan Hoffman colaboró con reportería.


Sheryl Gay Stolberg
cubre la política de salud para el Times desde Washington. Excorresponsal en el Congreso y en la Casa Blanca, se enfoca en la intersección entre las políticas de salud y la política. Más de Sheryl Gay Stolberg


Susanne Craig
es reportera de investigación. Ha escrito sobre las finanzas de Donald Trump y Robert F. Kennedy Jr. y es periodista desde hace más de 30 años. Más de Susanne Craig


Rebecca Davis O’Brien
es una reportera política que cubre las elecciones presidenciales de 2024. Más de Rebecca Davis O’Brien

Jan Hoffman colaboró con reportería.

c. 2024 The New York Times Company

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