Henrieta Lacks, la ciencia le debe una disculpa a la mujer de las células "inmortales"

Detalle del retrato de Henrietta Lacks realizado por el artista Kadir Nelson. El cuadro se expone de forma rotatoria en el Museo Nacional Smithsonian de Historia y Cultura Afroamericana, y en el Museo Nacional de Retratos de los EE.UU. Sobre el retrato puede leerse: "Henrietta Lacks (HeLa), madre de la medicina moderna".
Detalle del retrato de Henrietta Lacks realizado por el artista Kadir Nelson. El cuadro se expone de forma rotatoria en el Museo Nacional Smithsonian de Historia y Cultura Afroamericana, y en el Museo Nacional de Retratos de los EE.UU. Sobre el retrato puede leerse: "Henrietta Lacks (HeLa), madre de la medicina moderna".

La historia de Henrietta Lacks y sus células inmortales es bien conocida por muchos aficionados a la divulgación científica. Nacida en 1920 (este año se celebra el centenario de tal evento) Lacks tuvo una vida demasiado corta ya que murió en 1951 por un cáncer de cérvix muy agresivo.

En plena época de segregación racial en los Estados Unidos, la joven afroamericana fue tratada en uno de los pocos centros hospitalarios donde se atendía a la población de color, el Johns Hopkins Hospital de Baltimore. En una de aquellas revisiones, meses antes de su muerte, se le tomaron muestras celulares para estudiar cómo tratar su enfermedad.

Más tardes, los doctores de este centro compartieron parte de las muestras de tejidos con otros investigadores, sin pedir consentimiento a Henrieta Lacks. Allí comenzó a rodar la bola sin fin de la cepa celular que hoy conocemos como HeLa, ya que en los laboratorios pronto quedó claro que aquellas células cancerosas mostraban una capacidad de supervivencia y reproducción extraordinaria, que de hecho las hacía “inmortales”.

Desde entonces y hasta nuestros días, las células HeLa han sido compartidas ampliamente entre todos los laboratorios punteros del planeta, convirtiéndose en un caballo de batalla habitual en investigación biológica. Podríamos decir sin miedo a equivocarnos, que buena parte de los logros de la medicina moderna se han obtenido gracias a trabajos realizados con las células de la infortunada Henrietta.

Hablamos de muchas de esas noticias positivas que leemos cada día en la prensa y que tienen que ver con descubrimientos esperanzadores en campos como la lucha contra el cáncer o contra las enfermedades infecciosas, incluyendo las vacunas contra el COVID-19. Y a pesar de todo ello la familia Lacks (hay decenas de descendientes vivos) prácticamente no ha obtenido nada: ni reconocimiento, ni por supuesto compensación económica alguna.

Vienen tiempos de cambio y reajuste social en los Estados Unidos, los cuales se acelerarán a medida que la mayoría blanca se acerque al final de su hegemonía censal. Poco a poco, gracias a movimientos como el Black Lives Matter, el pueblo va tomando conciencia de su diversidad y parece más cercano el día del fin de las desigualdades raciales.

Confiamos en que el presidente electo Biden tome esta senda una vez se instale en la Casa Blanca. A poco que haga, el clima hostil tan característico del mandato de su predecesor se relajará. Debemos congratularnos porque la ciencia parece que también quiere participar de este nuevo clima de equidad, al menos eso se desprende de la Editorial publicada la semana pasada en la prestigiosa revista científica Nature.

Aprovechando la celebración del centenario del nacimiento de Henrietta Lacks, la dirección de Nature cree que la ciencia debe solventar una equivocación histórica, y aboga por alcanzar la justicia racial, justo ahora que el COVID-19 incide de manera tan desigual en las comunidades de color. “Es hora de tener en cuenta las iniquidades del pasado”, resume Nature, y añade: “cualquier uso [de las células HeLa] es poco ético y perpetúa una injusticia”.

¿Debemos entonces dejar de emplear este recurso valioso, por el indudable atropello de derechos cometidos en su día con Henrietta Lacks? (Aunque por desgracia en 1951 la práctica se consideraba legal en EE.UU.).

Placa conmemorativa en Clover, Virginia, el pueblo en que vivió Henrietta Lacks antes de mudarse a Baltimore a raíz de su boda. (Crédito imagen Wikipedia).
Placa conmemorativa en Clover, Virginia, el pueblo en que vivió Henrietta Lacks antes de mudarse a Baltimore a raíz de su boda. (Crédito imagen Wikipedia).

Por lo que puedo leer, muchos descendientes de Lacks no desean esto. En el año del centenario de su nacimiento, varios familiares han lanzado la campaña HELA100, en la que piden a la gente que se conmemore su vida y legado. Su biznieta Jeri Lacks-Whye lo ejemplifica en declaraciones a Nature: “quiero que los científicos sean conscientes de que las células HeLa proceden de una mujer afroamericana que existió en carne y hueso, que tenía familia y que tenía una historia”.

Celebremos pues su vida en homenaje a su “involuntario” sacrificio, que tan grandes frutos ha parecido traer para beneficio de la humanidad. Por lo que cuentan quienes las conocieron, a Henrietta le encantaba cocinar (los espaguetis eran su plato favorito). Amaba la danza, y solía bailar en casa, a menudo con alguno de sus cinco hijos en brazos. Vestía con estilo y usaba esmalte de uñas de color rojo. Era el centro emocional y psicológico de un hogar en el que se reunía su extensa familia. Las puertas de su casa siempre estaban abiertas para quien lo necesitara.

Sus familiares se sienten especialmente orgullosos de los avances en la lucha contra el cáncer que se han logrado gracias a las células HeLa, precisamente la enfermedad que la mató. Su nieto Alfred Lacks Carter lo deja claro: “Se obtuvieron de un modo que estuvo mal, pero están haciendo cosas buenas para el mundo”. Para todos los grupos étnicos, enfatiza Nature. Pensad por ejemplo en todos los bebés que han venido al mundo gracias a la técnica “in vitro”. Sin las células HeLa, el desarrollo de esta técnica no habría sido posible.

Por lo que puedo leer, Nature propone una revisión de las leyes que regulan este precioso recurso científico. Obviamente el primer paso sería basarlas en el consentimiento. De hecho ya hay quien defiende una modificación de la Regla Común (el conjunto de reglas que protegen a los participantes humanos en investigaciones financiadas por el gobierno de los Estados Unidos) para que obligue a que cualquier toma de muestras biológicas que puedan emplearse en investigación (incluso aunque se haya perdido el origen de la misma) implique la obtención previa del consentimiento. Por el contrario, algunos científicos temen que este inconveniente burocrático dificulte y retraso su trabajo.

En 2010, Rebecca Skloot (autora de un libro superventas sobre Henrietta Lacks publicado ese mismo año) creó la fundación que lleva su nombre, cuyo objetivo es otorgar subvenciones tanto a los descendientes de Lacks como a familiares de otras personas cuyos cuerpos han sido empleados sin consentimiento en investigación. Desde entonces, algunas instituciones científicas (como un laboratorio de la Universidad de California en San Diego y una empresa biomédica con sede en Reino Unido) han realizado donaciones a dicha fundación.

Seguramente es insuficiente, pero sin duda es un paso en la dirección correcta. La ciencia le debe una disculpa a Henrietta Lacks la mujer sonriente que bailaba con su bebé en brazos, ajena a la inmortalidad que alcanzarían sus células y su leyenda.

Me enteré leyendo Nature.

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