Héctor Castro, el Divino Manco: cómo sacar ventaja de una "discapacidad"
Un poco porque no se le daba bien el colegio, otro poco por necesidad familiar y, sobre todo, porque su único sueño era el de ser futbolista, Héctor Castro dejó sus estudios a los 10 años para dedicarse a trabajar y, sobre todo, para tener más tiempo para darle patadas al balón; un poco de zurda, otro poco con la derecha, y así hasta la perfección.
Decían los del barrio que el botija Castro tenía todo para ser un gran jugador, hasta que un día, cuando ya tenía 13 años y pintaba para crack, una motosierra le cortó el brazo derecho por debajo del codo. Una vez recuperado del insoportable dolor, lo primero que el pequeño futbolista pensó fue: “No existen jugadores sin un brazo, ni en Nacional ni en Peñarol, ni en Uruguay ni en el mundo”.
Todos lamentaron el incidente. Los futboleros estaban tristes por el final abrupto de un muchacho que pintaba bien. Sin embargo, el hijo de gallegos nacido en 1904, no se resignó. Al fin y al cabo, él no era arquero y el fútbol, excepto para los guardavallas, se jugaba con los pies.
Foto: CN de fútbol
Héctor Castro, un ejemplo de tenacidad
No sólo continuó su carrera como futbolista sino que también hizo de lo que podría ser una desventaja, una virtud. Habilidoso, rápido, mañero y peleador, equilibraba su cuerpo de forma diferente para ganar pelotas divididas, casí nunca perdía. Además, no eran pocas las veces que usaba el muñón para dejarle un “recuerdito” en la cara o en las costillas a sus rivales.
Poco más de tres años después de su accidente, Héctor Castro ya debutaba en la primera división del fútbol uruguayo en el Club Atlético Lito, un equipo montevideano ya desaparecido, pero importante durante las primeras décadas del Siglo XX, de donde surgió también José Nasazzi y donde llegó a jugar Pedro Cea. Todos ellos, protagonistas del bicampeonato olímpico (1924-1928) y el Mundial (1930).
El sueño Tricolor
Tres años después de su debut en el club del barrio Arroyo Seco, Castro firmó con Nacional, tenía 20 años. En su primer año con el Tricolor, ganó la liga uruguaya. No llegó a participar del oro uruguayo en los Juegos Olímpicos de 1924, en París, pero sí estuvo convocado por la Celeste para disputar la Copa América de 1926, jugada en Chile, y los Juegos de Amsterdam 1928. En ambos, consiguió el título.
Después de Amsterdam, la expectativa era enorme en Montevideo: el primer Mundial de la historia estaba llegando. Mientras esos dos años transcurrían, Castro fue bautizado como el Manco Divino, por su admirable capacidad de hacer de su “discapacidad” una ventaja. Era decisivo, siempre apareciendo en los momentos importantes. Por ello, se convirtió en una de las grandes cartas del equipo local para quedarse con la Copa del Mundo de 1930.
Foto: Club Nacional
El primer Mundial: comienzo y final feliz
El debut soñado tuvo lugar el 18 de julio, ante Perú. Primer juego mundialista para Uruguay e inauguración del ahora mítico Estadio Centenario de Montevideo. En un partido cerrado, el Manco Divino convirtió el primer gol de la historia celeste en Copas del Mundo, dándole también la victoria a su selección. Sí, al jugador que marcó el primer gol en el Centenario le faltaba el brazo derecho.
Castro fue pieza fundamental del conjunto charrúa en su camino hasta la final, donde enfrentaría al seleccionado argentino del legendario Guillermo Stábile. En aquella primera definición mundialista, Uruguay salió en ventaja con gol de Dorado, pero Argentina lo dio vuelta con tantos de Peucelle y Stábile antes del entretiempo.
En la segunda mitad, Cea e Iriarte pusieron arriba de nuevo a los locales, 3-2. Y cuando la Argentina quería el empate, llegaría el turno del Manco Divino, que de cabeza puso el 4 a 2 definitivo. La Copa se quedó en Montevideo, y la historia dice que Castro marcó el primer y el último gol de aquel Mundial.
El Divino Manco
Antes de retirarse, en 1936, el manco pasó por Estudiantes de La Plata. Sin embargo, decidió ponerle fin a su carrera como futbolista en Nacional, claro. Tres años después, se hizo cargo del Tricolor, esta vez como entrenador. Ganó cuatro campeonatos uruguayos hasta 1943.
Anduvo perdido hasta 1952, cuando volvió a dirigir a Nacional para ganar una nueva liga. En 1959 por fin se hizo cargo de la selección uruguaya, pero con menos de un año en el banco celeste falleció debido a un infarto. Tenía 55 años. A partir de allí nació la leyenda. Qué no ni no, si se quiere se puede, aunque una motosierra te haya arrancado el brazo cuando eras un botija.
El homenaje de Nacional para el Divino Manco (Youtube):
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