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Hebe de Bonafini y la mano oculta de Cristina Kirchner

El fuego amigo vuelve a impactar sobre Alberto Fernández. La carta furibunda que le dedicó ayer Hebe de Bonafini causó un cimbronazo interno muy superior a la influencia real que la presidenta de Madres de Plaza de Mayo tiene sobre la vida pública.

El revuelo se explica no solo por el lugar simbólico que Bonafini ocupó en la construcción cultural e ideológica del kirchnerismo, sino porque dentro del propio Gobierno se teme que esas palabras destempladas hayan sido un latigazo movido por la mano de Cristina Kirchner.

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Es un episodio sintomático del funcionamiento del Frente de Todos, una coalición peronista atípica en la que la principal fuente de poder está fuera del Gobierno, habla poco y se comunica con gestos políticos no siempre del todo explícitos. Esta lógica podría fluir con naturalidad si no fuera porque el Presidente propone en público caminos y formas distintas a las que apeló históricamente su vicepresidenta (y de las que nunca pareció retractarse).

Que Bonafini se haya declarado "agraviada y herida en lo más profundo" por la foto de Fernández con representantes del G-6, las principales cámaras empresariales, en el acto oficial del 9 de Julio sería una anécdota más si Cristina Kirchner no hubiera emitido un tuit el domingo en el que recomendaba leer un artículo de Página 12 que cuestionaba la posibilidad de un diálogo con esos interlocutores.

El clima interno ya venía enrarecido. A Fernández le reprochaban tibieza en la defensa de Cristina después del comunicado opositor que calificó de "crimen de extrema gravedad institucional" el asesinato de Fabián Gutiérrez, exsecretario de la actual vicepresidente y arrepentido en la causa de los Cuadernos. El lunes el Presidente se declaró indignado delante de legisladores de Juntos por el Cambio por lo que consideró "una acusación directa" a su aliada. Al lado estaba Máximo Kirchner para oír (¿y transmitir?) su despecho.

Tampoco se terminó de digerir en algunos despachos el freno al plan de expropiación de Vicentin y a la épica de la "soberanía alimentaria". Hay oficialistas que lo ven a Fernández "demasiado atento al termómetro de la opinión pública y a lo que dicen los medios". Viejos prejuicios.

El sube y baja del diálogo y el reproche le impide a Fernández construir un perfil definitivo de su administración. Si realmente se propone dejar atrás la grieta política, las condiciones que requiere esa tarea podrían resultar ingratas para el ala dura del kirchnerismo. "No vengo a instalar un discurso único. Sé que hay diversidad, y la celebro y la propicio, lo que necesito es que sea llevada con responsabilidad", dijo el 9 de Julio. Pero no existe esa diversidad inocua que añora. La diversidad incomoda, por definición.

La necesidad de mantener unido el Frente de Todos le achica los márgenes para gestar acuerdos. Por eso considera inviable aceptar la mesa de diálogo que propuso un grupo amplio de políticos y empresarios, que tuvo como uno de los promotores principales a Eduardo Duhalde. El expresidente mira la crisis que viene en el espejo de 2002 y recuerda el papel que jugó la Iglesia, con el cardenal Jorge Bergoglio a la cabeza, para ayudarlo a contener las tensiones sociales durante los meses más oscuros de aquel año.

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Lo que hizo Bonafini fue exponer al foco público el debate irresuelto sobre el rumbo político y económico del cuarto gobierno kirchnerista. Casi de inmediato se activó un operativo de control de daños, primero con la respetuosa carta de respuesta que el Presidente le dedicó a la dirigente de derechos humanos; después con las declaraciones de dirigentes de indudable cercanía a Cristina Kirchner, como Agustín Rossi y Andrés Larroque. Los dos hicieron largas exposiciones para pedir -rogar casi- a la militancia kirchnerista que sigan al lado de Fernández.

"Hay que bancar a Alberto", fue el mensaje de Rossi. ¿Bancarlo ante quién? "Tengámonos todos más paciencia", añadió Larroque, jefe de La Cámpora. La idea hace juego con los enigmáticos carteles con la expresión "Fuerza Alberto" que empapelaron el conurbano el fin de semana.

Son horas de introspección en el oficialismo, descolocado por la publicidad de sus contradicciones. Esta vez no tiene a ningún odiador serial a mano a quien acusar.