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Hablemos de las capas del sexo: las claves para entender la intersexualidad

Las cosas pueden mirarse tan simples o tan complejas como uno quiera. Eso no significa que uno tenga la verdad, pero sí que puede contarse el cuento que guste y pretender que esa es la verdad.

Con el sexo (como categoría que refiere a la diferencia sexual) pasa mucho. Y uno de los cuentos más inexactos que existen es aquel que dice que los seres humanos tenemos dos sexos: el tornillo y la tuerca.

La analogía va así: el universo o la evolución o dios —regularmente dios, que, para algunos, es el hombre blanco heterosexual definitivo— creó a los hombres con penes como tornillos y a las mujeres con vaginas como tuercas. Y entonces, cuando papá y mamá se quieren mucho y van a hacer hijitos, el tornillo y la tuerca se unen y… ¡voilá! El designio de la naturaleza se ha cumplido. Y cualquier otra explicación es sucia, prohibida o, usando la palabra favorita de aquellas personas que no saben nada de la naturaleza: antinatural.

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El sexo tiene capas, como una cebolla

Este cuento absurdo funciona sólo si piensas que la única función o posibilidad del sexo es la reproducción y si no sabes absolutamente nada de la biología del sexo. En realidad, más que tornillos y tuercas, de lo que podemos hablar es de cebollas. El sexo es como una cebolla (y no sólo porque huele raro y te hace llorar), sino porque tiene capas.

La primera capa es el sexo cromosómico o genético: los machos humanos producen espermatozoides con cromosomas X o Y, mientras que las hembras humanas producen óvulos, que sólo llevan el cromosoma X. Cuando machos y hembras tienen relaciones coitales y los espermatozoides y los óvulos se fecundan, los cromosomas de cada quién se combinarán para desarrollar otra hembra u otro macho.

La segunda capa se conoce como sexo gonadal: alrededor de las ocho semanas después de la concepción, los embriones XY desarrollarán testículos, mientras que los embriones XX desarrollarán ovarios. Testículos y ovarios son conocidos como gónadas. Las gónadas tienen como función producir hormonas.

Y aquí es donde entra la tercera capa del sexo, el sexo hormonal: los machos producirán una mayor cantidad de testosterona y las hembras producirán una mayor cantidad de estrógenos y progesterona. Las tres hormonas están presentes en todos los cuerpos humanos (¡Sorpresa! ¡Las mujeres tienen testosterona y los hombres estrógenos!), pero la proporción varía según el sexo y el cuerpo.

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¡Y hay más!

Las hormonas contribuirán con la formación de la cuarta capa, el sexo reproductivo interno: el útero, el cérvix y las trompas de falopio para las hembras; y la próstata, el epidídimo y los conductos deferentes para los machos.

A los cuatro meses, el feto ya tendrá desarrollada la quinta capa, el sexo genital: pene y escroto para los machos, vagina, labios y clítoris, para las hembras.

Además de estas, se han propuesto otras dos capas del sexo: la morfológica externa o características secundarias, que se refieren a las diferencias corporales como la musculatura, el desarrollo de los pechos, la densidad de vello o el tamaño de las caderas (que no mienten), y el sexo cerebral, que se refiere a las diferencias anatómicas que existen entre los cerebros de los machos y de las hembras (que, por cierto, determinar su importancia es algo de suma controversia científica).

¿Por qué dividir el sexo en capas?

Ahora, ¿por qué dividirlo en capas? Porque sucede que estas no siempre coinciden unas con otras de las formas en que, desde nuestro binarismo, esperaríamos. Y cuando eso sucede, nacen personas cuyo sexo corresponde a la intersexualidad.

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La Asociación de Intersexuales de América del Norte define la intersexualidad como, “un término general que se usa para una variedad de condiciones en las que una persona nace con unas características sexuales que no entran de las típicas definiciones de lo masculino o femenino”.

Citando al colectivo Brújula Intersexual: “Por ejemplo, una persona puede nacer con formas genitales típicamente de una mujer, pero en su interior puede tener testículos.

O una persona puede nacer con genitales que parecen estar en un estado intermedio entre los típicos genitales masculinos y femeninos –por ejemplo, un bebé puede nacer con un clítoris más largo que el promedio, o carecer de la apertura vaginal, o tener un conducto común en donde desemboca la uretra y la vagina; o puede nacer con un falo que se considera más pequeño que el pene promedio, o con un escroto que está dividido de manera que asemeja más unos labios vaginales.

Cuando las características sexuales no son del todo masculinas, ni del todo femeninas

También, una persona puede nacer con una composición genética denominada de ‘mosaico’, es decir unas células tienen cromosomas XX y otras tienen XY, o sus cromosomas son XXY o X0. De esta manera, en las personas con variaciones intersexuales, las características sexuales innatas parecen ser masculinas y femeninas al mismo tiempo, o no del todo masculinas o femeninas, o ni masculinas ni femeninas”.

Con esta configuración del sexo: ¿cuál sería el género de esta persona? ¿Es hombre o es mujer? Una persona intersexual, como todas las demás, puede identificarse como hombre, mujer, trans, no binarie, o como decida enunciarse. Como la Asociación de Intersexuales de América del Norte también dice: “La naturaleza no decide dónde termina la categoría hombre y dónde empieza la categoría intersex, ni decide donde la categoría intersex termina ni la categoría mujer empieza. Los seres humanos deciden”.

El sexo puede tener infinitas variaciones

Entender que el sexo es mucho más que los genitales y que, como está dividido en capas, puede tener variaciones, nos sirve para comprender que la cosa no es tan sencilla como mirarle la tuerca o el tornillo a alguien y determinar, por ese simple hecho: género, prácticas, orientación, identidad, ¡e incluso el propio sexo!

Así que, al hablar de sexo biológico, no podemos reducir el tema a una cuestión binaria, pues el sexo tiene capas, como una cebolla. O podrías incluso pensarlo como plastilina: moldeable, mutable, susceptible de cambiar de forma. Y sin embargo, todas estas siguen siendo metáforas insuficientes para abordar la complejidad de la biología humana y su construcción social. Usemos las metáforas que usemos, el chiste es que no reduzcamos la sexualidad humana y comencemos a pensar en los cuerpos, nuestros cuerpos, en todas sus complejidades posibles. Y aún las imposibles.

Para que te quedes otro ratito: Aprovecha el encierro al máximo: 8 libros de sexualidad para entender (y luego practicar).