¿Por qué nos gusta ir con el 'perdedor'?

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_David mata a Goliat_, grabado de Gustave Doré de 1886. Wikimedia Commons

“Imaginen un partido de fútbol del Mundial y están jugando Brasil contra Camerún. ¿Quién gana? O mejor dicho, ¿quién quieren que gane?”. Esta hipótesis se convirtió en realidad el pasado 2 de diciembre, cuando las dos selecciones se enfrentaron en el Mundial 2022. Las palabras del Profesor en La casa de papel resultaron proféticas. La selección camerunesa recibió muchas muestras de apoyo. Y es que, “si os fijáis, instintivamente el ser humano se pone del lado de los más débiles, de los perdedores”, como acertadamente explicó el personaje interpretado por Álvaro Morte.

La valentía del pequeño frente al grande, la del desvalido que planta cara al poderoso, genera automáticamente simpatía. Este arquetipo forma parte de la historia occidental desde el mito bíblico de David y Goliat y puede verse en innumerables ejemplos del discurso público actual.

Sentido de la justicia

La narrativa responde, según explican los estudiosos, a una creencia común: que poseemos las habilidades y el carácter de un estatus superior al que tenemos. Sin duda, nuestro sentido de la justicia tiende a premiar al que demuestra inteligencia y arrojo por encima de lo esperable. Por ello nos cuesta más empatizar con quien tiene un estatus superior y menos con quienes se esfuerzan para conseguirlo.

La lucha puede tener un objetivo monetario, como en la banda del Profesor; deportivo, como ocurre con la selección de bobsleigh de Jamaica en los Juegos Olímpicos. También ideológico, de difusión de las ideas que un colectivo minoritario simboliza o expone. Es el caso de Greenpeace y otros grupos activistas que buscan notoriedad a través de acciones reivindicativas.

La épica de la resistencia

Nuestra adhesión se intensifica cuanto más improbable es la victoria. En un enfrentamiento desigual no se trata tanto de ganar como de resistir. La construcción de una narrativa de resistencia implica, pues, la existencia de un enemigo más poderoso al que no se duda en retar. Este puede ser real, como la selección de fútbol de Brasil, o metafórico. Así ocurre con la canción Resistiré, que tanta popularidad alcanzó en España en 2020 para ensalzar la actitud colectiva ante la pandemia de la covid 19.

Mostrar sin pudor las debilidades propias es otro rasgo del discurso de resistencia. Precisamente, la falta de medios se enfatiza en el programa de televisión La Resistencia, de Movistar+, creado como alternativa más desenfadada a Late motiv. A diferencia de este último, La Resistencia emplea como seña de identidad la grabación en teatros pequeños, los muebles y objetos usados o rotos en el escenario, entrevistas improvisadas, etc. Pese a ello, consiguió desbancar a Late Motiv y actualmente es el único late show que se emite en ese canal.

Un enemigo concreto

La resistencia es más complicada cuando el adversario es algo indefinido, como el sistema de valores o la tendencia dominante (mainstream). Así, los delegados de estudiantes de la Facultad de Humanidades de la Universidad de Almería, vestidos con el mono rojo y la careta de Dalí, se autodenominaron #LaResistenciaHumanística para reivindicar la importancia de los estudios de Humanidades en la sociedad.

Algunos colectivos minoritarios justifican su enfrentamiento a un rival más poderoso porque este representa o defiende ideas o acciones que consideran injustas o perjudiciales. En estos casos la estrategia discursiva se apoya también en el uso de argumentos racionales y evidencias para refutar los puntos de vista contrarios y defender los propios.

Ya se ha hablado del activismo medioambientalista de GreenPeace. En España, el movimiento-empresa que promueve el consumo de comida real denominado Realfooding se enfrenta a Mátrix, que simboliza la industria de los ultraprocesados. Sea cual sea la forma que adopte, el objetivo es el mismo: hacer frente a ideas o acciones que se consideran dañinas y promover un cambio en la sociedad, haciendo ver que se lucha en inferioridad de condiciones.

Otra de las ventajas de la narrativa de resistencia es el poder cohesionador de ese discurso entre sus componentes. Aunque todos pertenecemos a diferentes grupos sociales, la existencia de un adversario común al que tenemos el valor de enfrentarnos hace que olvidemos nuestras diferencias y nos centremos en ese objetivo compartido. En este caso, la unión –en contra del enemigo– hace la fuerza.

Arquetipo audiovisual

Además de la serie La casa de papel (que iba a titularse Los desahuciados), la ficción audiovisual utiliza el arquetipo narrativo del débil que planta cara al fuerte en muchos otros ejemplos: Karate Kid, Erin Brockovich, Días de fútbol o los chicos que protagonizan la saga It (precisamente se llaman el “Club de los Perdedores”). En todos estos ejemplos, los protagonistas parten de una evidente condición de inferioridad, pese a lo cual consiguen sacar lo mejor de ellos mismos. Por eso no podemos evitar “ir con ellos” y desear que consigan sus objetivos.

En definitiva, construir narrativas que nos expliquen es una de las tareas más importantes que podemos hacer como individuos o como miembros de grupos sociales. Ese relato será el que aparecerá en las conversaciones con las amistades, o en los medios y redes sociales. Por eso, al igual que explicaba el Profesor, es imprescindible comprender el poder del discurso en nuestras vidas.

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Olga Cruz Moya no recibe salario, ni ejerce labores de consultoría, ni posee acciones, ni recibe financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y ha declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado.