Guerrero: Los estadounidenses están aterrorizados de otros estadounidenses. Cómo detener la polarización

FILE - A pedestrian carries an umbrella while walking past a painting of an American flag in San Francisco, Jan. 11, 2023. A new study says the drenching that California has been getting since Christmas will only get wetter and nastier with climate change. (AP Photo/Jeff Chiu, File)
Las etiquetas que los estadounidenses ponen a las personas con opiniones diferentes no siempre ayudan a vernos con más claridad. (Jeff Chiu / Associated Press)

Hace unos meses llamé a la puerta principal de una casa de El Centro mientras buscaba republicanos para entrevistar para un reportaje que estaba haciendo. Un anciano de raza blanca abrió la puerta principal de la casa, pero dejó cerrada la puerta del mosquitero. Me esforzaba por verle a través de la rejilla. Le dije que era periodista que quería conocer sus opiniones políticas y que no alcanzaba a verlo bien. "De eso se trata", me dijo.

Parecía enfadado. Dijo que el presidente Biden era un "imbécil", y añadió: "¡Tenemos que cazar a todos los ilegales y echarlos de este país!". le pregunté: "¿Cazarlos?". Respondió: "¡Cazarlos!" A medida que me esforzaba por entender su punto de vista haciéndole más preguntas, se volvía cada vez más intolerante: "¿No lees? ¿No entiendes la historia?" Mientras le respondía que había estado escribiendo sobre la frontera desde que Obama era presidente, me interrumpió: "Obama era un imbécil".

Di por terminada la entrevista. ¿Qué sentido tenía continuar una conversación con un hombre tan abiertamente fanático? Este hombre, pensé, era una amenaza para mí y para la gente a la que quiero. Estaba claro que él pensaba lo mismo de mí. No estábamos solos en nuestros juicios sombríos. La mayoría de los estadounidenses ven hoy a otros estadounidenses como amenazas. Según una encuesta de CBS News/YouGov publicada el verano pasado, una mayoría cree que los demás estadounidenses son la principal amenaza para su modo de vida. En otoño, una encuesta de NBC News reveló que el 80% de los demócratas y republicanos creen que la oposición política "representa una amenaza que, si no se detiene, destruirá el país tal y como lo conocemos".

Se ha convertido en un artículo de fe en los círculos activistas de izquierdas y de derechas que una forma crucial de contrarrestar la amenaza es ponerle un nombre. Los republicanos ya no son republicanos y los demócratas ya no son demócratas. En su lugar, a todos se nos llama fascistas.

Pero ¿y si las amenazas que representamos tienen su origen precisamente en esta forma que tenemos de demonizarnos unos a otros? ¿Y si nuestra percepción de los adversarios como enemigos mortales es un engaño que crea su propia realidad y se convierte en una profecía autocumplida?

Los dos bandos no están situados de manera similar. Los estudios muestran que los republicanos se han desplazado más hacia la derecha que los demócratas hacia la izquierda, y que los extremistas de derecha son los más proclives a abrazar la violencia. El Partido Republicano está llevando a cabo un ataque contra la autonomía corporal de las mujeres, las personas de color y los transexuales. Los demócratas no cometen un ataque comparable contra los derechos de las personas, aunque muchos republicanos creen que si.

¿Cómo puedo convencer a los republicanos de que cambien de opinión si estoy convencido de que todos son extremistas? Donde veo fascistas y neonazis, no veo posibilidad de diálogo. Por precisas que sean esas etiquetas, también limitan mi capacidad de ver el potencial de cambio de un oponente. Como escribió Mónica Guzmán en su libro "Nunca lo pensé así", una guía para hablar con nuestros oponentes, la polarización es "el problema que se come a otros problemas, el monstruo que nos convence de que los monstruos somos nosotros".

Ese mismo día, en El Centro, entrevisté a republicanos que expresaban ideas que yo consideraba delirantes y peligrosas, pero pude mantener conversaciones con ellos. A diferencia del anciano enfadado, hablaron conmigo cara a cara. No utilizaron insultos ni otras etiquetas.

Un hombre que dijo creer que los inmigrantes en la frontera están "sustituyendo" a los estadounidenses también expresó empatía por "esas pobres almas que vienen cruzando el río". No eran exactamente las palabras que esperaba de un hombre que apoya la teoría de la conspiración supremacista blanca.

Como es muy probable que ese hombre vote a favor de los mismos políticos que el anciano enfadado, podría decirse que es igual de amenazador a la hora de poner en el poder a políticos autoritarios de derecha. Pero si no permito la posibilidad de encontrar un terreno común con él, estoy renunciando a toda esperanza de que este país pueda sobrevivir al abismo que nos separa.

Por supuesto, hay lugar para la condena enérgica. Por eso fui en contra de mi rechazo a etiquetar a la gente y titulé mi biografía del asesor de Trump Stephen Miller "Hatemonger". Los medios de comunicación blanquean con demasiada frecuencia las acciones y la retórica de las personas en el poder. Tenemos la responsabilidad de criticar a nuestros líderes.

Pero no estoy tan segura de que etiquetar a la gente común y corriente que apoya a esos líderes sirva de algo. Si bien es cierto que el poder de los demagogos proviene de las masas de gente común y corriente que les apoyan, también es cierto que la devoción de esas masas proviene de una indignación moral agravada por la indignación moral del otro bando.

Cuando utilizamos etiquetas despectivas, estamos haciendo caso omiso de las lecciones de la comunicación no violenta que son bien conocidas entre los psicólogos y mediadores que estudian la resolución pacífica de conflictos. "La mayoría de nosotros crecimos hablando un lenguaje que nos anima a etiquetar, comparar, exigir y emitir juicios en lugar de ser conscientes de lo que sentimos y necesitamos", escribió el psicólogo y pacifista Marshall B. Rosenberg en su aclamado libro de 1999 "Comunicación no violenta".

En la era de las redes sociales, está aún más de moda ‘trollear’ y avergonzar. Pero la mayoría de los que estamos en terapia hemos aprendido que los juicios moralistas -en forma de etiquetas, insultos, diagnósticos, culpas y demás- alimentan la actitud defensiva de los otros. Ese estilo de comunicación también aviva la violencia, según Rosenberg.

No es justo que nadie tenga que relacionarse con personas menos inclinadas a verlas como iguales, pero ¿qué otra opción tenemos? Las únicas opciones son el divorcio nacional o la guerra civil.

Para que una relación sobreviva, lo mejor es comunicar "lo que estamos observando, sintiendo y necesitando", escribió Rosenberg, en lugar de nombrar lo equivocado del otro. Comunicarse con el corazón abierto inspira a los demás a hacer lo mismo. Es propio de la naturaleza humana reflejar a los demás. Todos necesitamos tener más fe en nuestra capacidad de conectar con el otro. Por arriesgado que parezca, no puede ser más arriesgado que renunciar a la humanidad de nuestros compatriotas.

Para leer esta nota en inglés haga clic aquí

@jeanguerre

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Este artículo fue publicado por primera vez en Los Angeles Times en Español.