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La guerra de un sacerdote polaco contra el aborto se centra en ayudar a las madres solteras

El reverendo Tomasz Kancelarczyk revisa carteles utilizados para enseñar sobre el desarrollo humano prenatal, en Szczecin, Polonia, el 8 de julio de 2022. (Anna Liminowicz/The New York Times).
El reverendo Tomasz Kancelarczyk revisa carteles utilizados para enseñar sobre el desarrollo humano prenatal, en Szczecin, Polonia, el 8 de julio de 2022. (Anna Liminowicz/The New York Times).

SZCZECIN, Polonia — El aborto ha estado prohibido en Polonia desde hace 29 años, pero eso no ha hecho gran cosa para evitar que las mujeres encuentren acceso al procedimiento, lo cual mantiene ocupado al reverendo Tomasz Kancelarczyk.

El sacerdote católico romano reproduce en sus sermones audios de ultrasonidos de lo que él describe como latidos del corazón del feto para disuadir a las mujeres que se plantean abortar. Amenaza a las adolescentes con contárselo a sus padres si abortan y acosa a las parejas mientras esperan en el hospital para abortar por anomalías fetales, lo cual estaba permitido hasta que la ley se endureció el año pasado.

Pero Kancelarczyk reconoce que su herramienta más eficaz puede ser en realidad algo que el Estado, en su mayoría, ha descuidado: ayudar a las madres solteras proporcionándoles alojamiento, vales de supermercado, ropa de bebé y, de ser necesario, abogados para denunciar a las parejas violentas.

“A veces me siento abrumado por el número de casos de este tipo”, dijo Kancelarczyk, de 54 años, durante una reciente visita a su “Casa de Pies Pequeños”, un refugio que dirige en un pueblo cercano para mujeres solteras, algunas embarazadas, otras con hijos, todas con dificultades. “Debería haber 200 o 300 casas como esta en Polonia. Hay un vacío”, afirma.

Mientras proliferan las prohibiciones estrictas del aborto en algunos estados de Estados Unidos, Polonia ofrece una especie de laboratorio de cómo esas prohibiciones repercuten en las sociedades. Y una cosa evidente en Polonia es que el Estado, si está decidido a detener los abortos, se centra menos en lo que viene después: un niño que necesita ayuda y apoyo.

El gobierno polaco cuenta con algunas de las prestaciones sociales familiares más generosas de la región, pero sigue ofreciendo un apoyo mínimo a las madres solteras y a los padres de niños con alguna discapacidad, al igual que ocurre en las zonas de Estados Unidos donde se está imponiendo la prohibición al aborto.

“Se llaman a sí mismos provida, pero solo les interesan las mujeres hasta que dan a luz”, dijo Krystyna Kacpura, presidenta de la Federación de Mujeres y Planificación Familiar, un grupo de defensa con sede en Varsovia que se opone a la prohibición del gobierno. “En Polonia no existe un apoyo sistemático para las madres, sobre todo para las de niños con discapacidad”.

Kasia, víctima de abusos domésticos, con su hija en la Casa de los Pies Pequeños, en un pueblo cerca de Szczecin, Polonia, el 8 de julio de 2022. (Anna Liminowicz/The New York Times).
Kasia, víctima de abusos domésticos, con su hija en la Casa de los Pies Pequeños, en un pueblo cerca de Szczecin, Polonia, el 8 de julio de 2022. (Anna Liminowicz/The New York Times).

Esta es una de las razones por las que el número de abortos no parece haber disminuido en realidad: los abortos solo se han vuelto clandestinos o se realizan fuera del país. Aunque los abortos legales han descendido a unos 1000 al año, los activistas por el derecho al aborto calculan que 150.000 mujeres polacas interrumpen sus embarazos cada año a pesar de la prohibición, utilizando píldoras abortivas o viajando al extranjero.

La tasa de fecundidad de Polonia, que en la actualidad es de 1,3 hijos por mujer, es una de las más bajas de Europa, la mitad de lo que era en la época comunista, cuando el país tenía uno de los regímenes de aborto más liberales del mundo.

Incluso los defensores acérrimos del aborto, como Kancelarczyk, reconocen que la prohibición legal no ha supuesto “ninguna diferencia perceptible” en las cifras.

En cambio, ofrecer comida, alojamiento o un lugar en una guardería, a veces puede ser una gran diferencia, y Kancelarczyk, que recauda dinero a través de donaciones, dice con orgullo que esa ayuda le permite “salvar” 40 embarazos al año.

Una de ellas es Beata, una madre soltera de 36 años que no quiso revelar su nombre completo por miedo al estigma en su comunidad, la cual es muy católica.

Cuando quedó embarazada de su segundo hijo, dijo que el padre del niño y su familia la rechazaron. Ningún banco le prestó dinero porque no tenía trabajo. Nadie quería contratarla porque estaba embarazada. Y le negaron el subsidio de desempleo alegando que “no era susceptible de encontrar trabajo”.

“El Estado abandona por completo a las madres solteras”, afirmó.

Entonces, un día, mientras estaba sentada en el suelo de su diminuto apartamento sin muebles, Kancelarczyk, que fue alertado por un amigo, la llamó, la animó a quedarse con el bebé y le ofreció ayuda.

“Un día no tenía nada”, dijo Beata. “Al día siguiente, él se presentó con todas estas cosas: muebles, ropa, pañales. Incluso pude elegir el color de mi carriola”.

Nueve años después, Beata trabaja como contadora y el hijo que decidió tener, Michal, avanza muy bien en la escuela.

Para muchas mujeres, Kancelarczyk ha resultado ser la única red de seguridad, aunque su caridad viene acompañada de un fervor cristiano que polariza, una división que se manifiesta con crudeza en Szczecin.

La iglesia gótica de ladrillos rojos de Kancelarczyk está situada justo frente a un centro de artes liberales cuyas ventanas están adornadas con una hilera de rayos negros (símbolo del movimiento por el derecho al aborto en Polonia) y un cartel que proclama: “Mi cuerpo, mi decisión”.

Todos los años, Kancelarczyk organiza la mayor marcha antiabortista de Polonia, en la que miles de personas parten de su iglesia y se enfrentan a los manifestantes contrarios al otro lado de la calle. Una vez, antes de un desfile local del orgullo LGBTQI+, pidió a sus feligreses que “desinfectaran las calles”.

Recibe cartas de odio casi a diario, dice, y las califica de “obra de Satanás”.

Según Kacpura, la falta de apoyo estatal, sobre todo para las madres solteras, ha abierto un espacio para que personas como Kancelarczyk “adoctrinen” a las mujeres que atraviesan dificultades económicas y emocionales.

Durante el comunismo, el cuidado de los niños era gratuito y la mayoría de los centros de trabajo polacos disponían de instalaciones para animar a las madres a incorporarse a la fuerza laboral. Pero ese sistema se derrumbó después de 1989, cuando la Iglesia católica envalentonada apoyó la prohibición del aborto en 1993, y reavivó una visión de la mujer como madre y cuidadora en el hogar.

El partido nacionalista y conservador Ley y Justicia, que llegó al poder en 2015 con una plataforma profamilia, vio que podía sacar ventaja de ello y aprobó uno de los programas de prestaciones por hijos más generosos de Europa. Fue una revolución en la política familiar de Polonia.

Pero le sigue haciendo falta el cuidado de los niños, una condición previa para que las madres puedan ir a trabajar, así como un apoyo especial para los padres de niños con discapacidad. En la última década, grupos de padres de niños con alguna discapacidad ocuparon dos veces el Parlamento polaco para protestar contra la falta de apoyo estatal, en 2014 y 2018.

Cuando alguien se pone en contacto con Kancelarczyk sobre una mujer que está contemplando el aborto (“por lo general, una novia”), a veces él llama a la embarazada. Cuando ella no quiere hablar, dice que se las ingenia para dar con ella y forzarla a tener una conversación.

También reprende a los padres y les muestra imágenes de ultrasonidos a los hombres que quieren dejar a sus novias embarazadas. “Si los hombres se comportaran decentemente, las mujeres no abortarían”, dice.

Kancelarczyk afirma que el número de mujeres que le remiten porque están considerando la opción de abortar no aumentó cuando se restringió la prohibición polaca en casos de anomalías fetales. Pero sigue apoyando la prohibición.

“La ley siempre tiene un efecto normativo”, afirma. “Lo que está permitido se percibe como bueno y lo que está prohibido como malo”.

© 2022 The New York Times Company