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Guerra Rusia-Ucrania: cuál es el peligroso plan del Kremlin según el gurú de Putin

Vladimir Putin sigue el manual de Aleksandr Duguin
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En vísperas de su criminal invasión, el presidente ruso Vladimir Putin se despachó con un largo y errático discurso donde negaba la existencia de Ucrania y de los propios ucranianos, una parrafada que a muchos analistas occidentales les pareció delirante y tirada de los pelos. Delirante tal vez, tirada de los pelos, no tanto. El análisis de Putin era extraído directamente de la obra de un profeta fascista del maximalismo imperial ruso, Aleksandr Duguin.

La influencia intelectual de Dugin sobre el líder ruso es bien conocida por los estudiosos del periodo postsoviético, quienes a veces se refieren a Dugin como “el cerebro de Putin”.

Dugin tiene 60 años y es una figura prominente de la “nueva derecha” de Europa desde hace casi tres décadas, pero su obra también es muy conocida por la “derecha alternativa” de Estados Unidos. De hecho, Nina Kouprianova, la exesposa nacida en Rusia del líder supremacista blanco norteamericano Richard Spencer, ha traducido algunos de los libros de Dugin al inglés.

Pero ahora que el mundo observa con horror y disgusto el bombardeo indiscriminado sobre Ucrania, se hace imprescindible entender mejor las nocivas ideas de Dugin.

Porque de hecho Rusia viene siguiendo el manual de Dugin desde hace 20 años, que nos ha traído aquí, hasta este punto: al borde de la Tercera Guerra Mundial.

Producto de la decadencia soviética tardía, Dugin pertenece a la triste y larga línea de teóricos políticos que inventan un pasado fuerte y glorioso, imbuido de misticismo y obediente a la autoridad, para explicar un presente fallido. Para ellos, el futuro está en rescatar ese pasado de las garras de este presente liberal, mercantil y cosmopolita, por lo general representado por el pueblo judío. El apogeo de esos pensadores fue hace un siglo, entre las ruinas y los despojos de la Primera Guerra Mundial: Julius Evola, el monje loco del fascismo italiano; Charles Maurras, el nacionalista francés reaccionario; Charles Coughlin, el sacerdote quejoso de la radio norteamericana; y hasta el autor de un opúsculo alemán titulado Mein Kampf

Dugin cuenta esencialmente la misma historia que todos ellos, pero desde un punto de vista ruso. Antes de que la modernidad arruinara todo, un pueblo ruso espiritualmente motivado prometía unir Europa y Asia en un solo gran imperio, gobernado como debe ser por la etnia rusa. Desgraciadamente, un imperio marítimo adversario lleno de individualistas corruptos y avaros, liderado por Estados Unidos y Gran Bretaña, habría frustrado el destino de Rusia y terminó con la promesa de “Eurasia”, el nombre que imaginaba Dugin para el futuro imperio ruso.

En su obra cumbre de 1997, Fundamentos de la geopolítica: el futuro geopolítico de Rusia, Dugin traza en detalle el plan de juego. Los agentes rusos deberían fomentar las divisiones raciales, religiosas y regionales dentro de Estados Unidos, y a la vez alentar a las facciones aislacionistas norteamericanas. (¿Les suena familiar?) En Gran Bretaña, el esfuerzo de esa operación psicológica debería centrarse en exacerbar las fisuras históricas con la Europa continental y fogonear los movimientos separatistas en Escocia, Gales e Irlanda. Mientras tanto, Europa occidental debía verse arrastrada en dirección a Rusia por el poder de atracción de los recursos naturales: petróleo, gas y alimentos. La OTAN, finalmente, haría implosión.

Putin ha seguido ese ideario al pie de la letra y debe haber sentido que la profecía se iba cumpliendo, al ver que los insurrectos rompían las ventanas del Congreso de Estados Unidos, que Gran Bretaña abandonaba la Unión Europea, y que Alemania dependía cada vez más del gas natural ruso. Como el socavamiento de Occidente iba viento en popa, Putin pasó a la siguiente página del texto de Dugin, donde declara: “Ucrania como Estado independiente con ambiciones territoriales representa un peligro enorme para toda Eurasia, así que sin antes resolver el problema de Ucrania, no tiene sentido hablar de política continental”.

El imperio de Eurasia

¿Qué seguía, entonces? ¿Putin debía “resolver” el “problema” de Rusia en Ucrania? En su libro, Dugin prevé una división gradual de Europa en zonas de influencia alemana y rusa, con Rusia mayormente a la cabeza, gracias a su eventual dominio sobre las necesidades de recursos de Alemania. Mientras Gran Bretaña se desmorona y Rusia recoge los pedazos, el imperio de Eurasia finalmente se extendería, en palabras de Dugin, “desde Dublín hasta Vladivostok”.

El doble juego de Putin en Medio Oriente también responde a la idea de Dugin de la existencia de un eje Moscú-Teherán. (Según ellos, el gobierno de Israel debería despertarse por el olor a samovar y dejar de jugar con Rusia). Y los intentos de seducción de Putin hacia el gobierno nacionalista de Nueva Delhi es reflejo de la insistencia de Dugin en que el imperio euroasiático debe extenderse hasta el Océano Índico.

Según Dugin, China también debe caer
Según Dugin, China también debe caer


Según Dugin, China también debe caer

Tomarse en serio la megalomanía mística de Dugin es tan necesario para las autoridades de Occidente como urgente para el líder chino Xi Jinping. El mes pasado Putin y Xi anunciaron una alianza para bajarle los humos a Estados Unidos. Pero Xi debería saber que según Dugin, China también debe caer. Las ambiciones de Rusia en Asia exigirán “la desintegración territorial, la fragmentación y la partición política y administrativa del Estado chino”, escribe Dugin. El socio natural de Rusia en el Lejano Oriente, según Dugin, es Japón...

En cierto sentido, el mamotreto de 600 páginas de Dugin se puede resumir en una idea: la Segunda Guerra Mundial fue ganada por el bando equivocado. Si a Hitler no se le hubiera ocurrido invadir Rusia, Gran Bretaña finalmente habría caído. Estados Unidos se habría quedado en su casa, aislacionista y dividido, y Japón habría gobernado la antigua China como socio menor de Rusia.

Fascismo de corrido, desde Irlanda hasta el Pacífico. ¿Un delirio? Ojalá que sí, pero los delirios cobran relevancia cuando un tirano se los toma en serio.

Por David Von Drehle

Traducción de Jaime Arrambide