Anuncios

Una guerra privada sin Ejércitos un año después del asedio a Trípoli

Trípoli, 4 abr (EFE).- Un año después de que el mariscal Jalifa Hafter, hombre fuerte de Libia, iniciara el asedio a Trípoli, la larga guerra civil ha devenido en el primer conflicto multinacional totalmente privatizado de la historia contemporánea, dominado por el pulso entre Rusia y Turquía y librado por decenas de milicias locales y grupos de mercenarios extranjeros.

El controvertido oficial, que tutela el gobierno no reconocido en el este del país y la mayor parte de los recursos energéticos, lanzó su ofensiva el 4 de abril, con el secretario general de la ONU, Antonio Gutierres, de visita oficial en Trípoli para tratar de revitalizar el exangüe proceso de paz, en un mensaje diáfano a la comunidad internacional.

Meses antes había logrado extender su dominio en el sur y asegurar el control del estratégico golfo de Sirte, joya de la industria petrolera libia, y su objetivo era quebrar la resistencia de la poderosa ciudad-estado de Misrata y arrebatarle la capital al Gobierno de Acuerdo Nacional (GNA) impuesto por la ONU tras el fallido proceso de paz de 2015.

Desde entonces los combates se suceden a diario en las localidades de la periferia sur de Trípoli y del antiguo aeropuerto internacional, clave para la conquista de la ciudad, y en las carreteras que unen Misrata con la capital, y la localidad costera de Sirte y el oasis de Jufrah, cuartel avanzado de las tropas de Hafter (LNA).

Enfrentamientos que han segado la vida de cerca de 1.700 personas -150 de ellas solo en la última semana- causado alrededor de 17.000 heridos y obligado a más de 150.000 ciudadanos a abandonar sus hogares y devenir en desplazados internos.

"Es la misma táctica con la que conquistó Bengazi y Derna tras dos años de asedio. Una guerra de desgaste que de momento va ganando", explica a Efe un agente de Inteligencia europeo que observa el conflicto desde Túnez. "Sabe que tiene muchos más recursos militares que el GNA, aunque la entrada de Turquía haya cambiado la dinámica", precisa.

UNA GUERRA MULTINACIONAL PRIVADA

Antiguo líder opositor en el exilio, reclutado por la CIA y rechazado al principio de la revolución por el resto de grupos rebeldes, Hafter cuenta diez años después con el compromiso de todas las milicias del este y del sur y con el apoyo de Jordania, Arabia Saudí, Egipto y Emiratos Árabes Unidos, que le proveen de armas pese al embargo de la ONU impuesto en 2011.

Y de Rusia, que ha enviado fondos pero sobre todo mercenarios: además del conocido "Wagner Group", propiedad del oligarca Yevgeny Prigozhin, hombre muy próximo al presidente ruso, Vladimir Putin, han desembarcado otros como Morat y Schift, ambos con experiencia en Siria.

Prigozhin, dueño de empresas de extracción de oro y otros minerales en África, tiene una relación estrecha con la nueva junta militar en Sudán, y en particular con el general Mohamad Dagalo "Hemadti", cuya tropas árabes "Janjaweed", acusadas de crímenes de guerra en Darfur, se han sumado a las fuerzas de Hafter.

"Libia es un mercado atractivo para las petroleras rusas, pero es también vital desde el punto de vista militar debido a su ubicación. Con un gobierno amigo, Moscú ampliaría sus capacidades militares más al oeste, en el Mediterráneo", explica a Efe Grcegorz Kuczynski, director del programa de Euroasia del Warsaw Institute.

Al otro lado, en una guerra de milicias locales y mercenarios extranjeros sin Ejércitos de por medio, Catar, Italia y Turquía respaldan al GNA, al que en el caso de Ankara dota de drones, y desde hace unos meses de soldados de fortuna sirios.

Según el Observatorio sirio de Derechos Humanos, en los últimos tres meses de combates han muerto en Libia 151 mercenarios de los más de 4.700 enviados, miembros en su mayoría de grupos de oposición sirios como las divisiones Al-Mutasim, Sultan Murad y las brigadas Suqur Al-Shamal Al-Hamzat y Suleiman Shah.

CRISIS HUMANITARIA

Los combates, que se han recrudecido en los últimos días pese al llamamiento de la ONU a una "tregua humanitaria" para luchar contra el COVID-19, igualmente presente, han ahondado la crisis humanitaria que vive el país, principal trampolín para la migración irregular en el Mediterráneo central.

"La vida cotidiana cada vez es más complicada para la población de una Libia asolada por el conflicto. Muchos civiles libios, así como los refugiados y solicitantes de asilo, tienen grandes dificultades para acceder a servicios básicos y bienes de primera necesidad o para encontrar trabajo", advirtió hoy la agencia de la ONU para los refugiados (ACNUR) en un comunicado.

"El precio de los alquileres, alimentos y combustible se ha disparado y la gente encuentra serias dificultades para poder cubrir sus necesidades más básicas", especialmente en Trípoli, donde la pandemia causa menos miedo a los ciudadanos que los bombardeos diarios.

Mohamad abdel Kader

(c) Agencia EFE