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La facilidad de ir de Greta por la vida y no llegarle ni a la suela de los zapatos

Javier Bardem durante su discurso en Madrid. (PIERRE-PHILIPPE MARCOU/AFP via Getty Images)
Javier Bardem durante su discurso en Madrid. (PIERRE-PHILIPPE MARCOU/AFP via Getty Images)

La Cumbre del Clima de Madrid está siendo un alegato a la sostenibilidad salido de la más absoluta insostenibilidad. Es como si alguien proclama su pulcritud en la limpieza del hogar después de esconder las migajas y las pelusas debajo del sofá. Usar la escoba no implica ser aseado igual que organizar una conjura climática no evidencia un deseo efectivo de responsabilizarse con el medio ambiente.

Ir de Greta es sencillo cuando la acción se basa simple y llanamente en el discurso. Y será por prédicas. La del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, evidenció esta tendencia de consciencia medioambiental tan necesaria como contradictoria, con sentencias que están a años luz de corresponderse con sus acciones individuales:

“Si el progreso no es sostenible no debe ser llamado progreso” (…) “Hay que ir más lejos. Y sobre todo hacer las cosas más rápido. O ponemos un punto de inflexión o no dejaremos el punto de no retorno” (…) “Necesitamos invertir en innovación, en tecnologías verdes, y para ello necesitamos un plan europeo de inversiones con un billón de euros para los próximos 10 años” (…) “No estamos haciendo suficiente. Ni nos acercamos a lo que sería suficiente para dominar esta situación” (…) “Hoy, por fortuna, solo un puñado de fanáticos niegan la evidencia”.

Estas fueron algunas de las proclamas que leyó el gobernante desde el atril que le proyectó al mundo entero, pero que también afiló los colmillos de sus detractores. ¿Con qué poder moral o ético puede dirigirse a los ciudadanos una persona que hace lo contrario a lo que dice? ¿Cómo se puede pedir responsabilidad supranacional a través de un plan europeo si en casa esconde las migajas y las pelusas bajo el sofá?

En junio, Sánchez volvió a hacerle un guiño a la sostenibilidad a bordo del AVE, tren de alta velocidad cuyo trayecto inauguró un nuevo destino: Granada. El presidente en funciones realizó el viaje desde Madrid a la ciudad andaluza y ensalzó el valor del tren sobre otros medios de transporte más nocivos para el medio ambiente como, por ejemplo, el avión. Cuando terminó su discurso, Sánchez se dirigió al aeropuerto de Granada, se subió a la aeronave presidencial - el falcon - y puso rumbo de regreso a Madrid. La diferencia entre sus palabras y sus acciones costaron al medio ambiente alrededor de 0,2 toneladas de CO2, que, según la web que calcula el impacto de los vuelos Flight2fart Converter , equivale a un viaje en tren de casi 20 mil kilómetros o al derretimiento de 142 toneladas de hielo glaciar. No, Sánchez, no estamos haciendo lo suficiente.

Ya puestos, según este curioso calculador, un viaje desde Los Ángeles, Estados Unidos, a Madrid, equivale a dos toneladas de CO2 por pasajero. Es decir, que si el actor, Javier Bardem, hubiera aterrizado en la capital española procedente de la ciudad estadounidense, donde tiene su residencia, su impacto individual al medio ambiente hubiera sido de dos toneladas de CO2, lo mismo que el deshielo de 1,297 toneladas de glaciar a los océanos. Todo ello para encabezar la marcha contra el cambio climático junto a Greta Thunberg, quien a su vez es la que más consecuente está siendo con sus palabras y, al mismo tiempo, la que más palos está recibiendo. Y ni con esas, porque escapar de las garras de la contaminación se acabó en el momento en el que llegó en tren a Madrid procedente de Lisboa y previo viaje en catamarán en el que cruzó el Océano Atlántico junto a una familia australiana. En la estación, y urgida por el vergonzoso circo mediático que se revoloteó a su alrededor, la adolescente no pudo más que subirse en un coche.

Greta Thunberg compareció en Madrid. (Juan Carlos Lucas/NurPhoto via Getty Images)
Greta Thunberg compareció en Madrid. (Juan Carlos Lucas/NurPhoto via Getty Images)

Está muy bien luchar contra el cambio climático, organizar cumbres y proponer mejoras sostenibles. Es útil usar símbolos como el de Greta para la causa climática porque es cierto que existe una emergencia en este sentido, pero sin pasarse, que esto le va a acabar pasando factura. La chica está inspirando a varias generaciones a costa de su propia imagen, de una infancia que se le está escapando más que por este “mundo injusto” en el que vive, por la decisión de abanderar una lucha necesaria. Con sus virtudes y sus inconvenientes. Igual que Bardem, un símbolo contra la guerra y adalid de la marcha en Madrid, pero que no predica con el ejemplo tras un discurso más incendiario que efectivo, y con una falta de elegancia que le dejó en evidencia ante la elocuencia de la adolescente. Es genial que un presidente del Gobierno promueva un cambio y abogue por lo sostenible, pero con consecuencia, con rigor, sin perder credibilidad de una manera tan fulminante.

Todos somos responsables de que la temperatura del planeta esté aumentando y muy pocos pueden clamar que estén exentos de culpa, ni siquiera los que formamos parte de estas marchas de concienciación. Y es que hay quien proclama más acción de las empresas y de los países antes de poner límites personales al despilfarro de agua en la ducha; o de comprar en Amazon; o de contribuir a la vorágine del Black Friday donde ni los medios de comunicación nos salvamos, tras ensalzar el consumismo exacerbado sin reparos a la hora de cambiar a otros asuntos como la responsabilidad medioambiental con una facilidad pasmosa; o esos que llevan una alimentación poco, o nada, sostenible donde ciertas prácticas de agricultura y ganadería contribuyen en un 20 por ciento de las emisiones de tipo invernadero; incluso hay quien usa más el coche que el transporte público sin vacilar al pedir responsabilidad climática. Que conste que ni siquiera el que suscribe tiene la potestad moral para dar lecciones sobre cómo se deben hacer las cosas porque es uno más de los que contribuye a este estilo de vida marcado por la falta de sostenibilidad.

Ciertas prácticas de ganadería contribuyen en un 20 por ciento de las emisiones de tipo invernadero (Getty Images)

Es difícil escapar del sistema, pero no imposible eliminar algunos excesos de la ecuación. Quizás antes de pedir responsabilidades globales, todos debamos mirar hacia nosotros mismos. En si estamos dispuestos a pasar por ciertas incomodidades como contribución al medio ambiente, en servir como fuentes de inspiración para familiares y amigos que decidan tener un estilo de vida más sostenible, en ser los primeros en predicar con el ejemplo. Aunque tan solo sea como estrategia, aunque sirva para que cuanto menos plástico se consuma, más urgencia tengan las empresas en buscar métodos de envase alternativos, o cuanto menos dióxido de carbono usemos, más énfasis se ponga en opciones diferentes de energía.

Y a los que se les llene la boca, primero acciones y luego discursos, que es muy fácil ir de Greta Thunberg por la vida y no llegarle ni a la suela de los zapatos.

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