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El gobierno federal apuesta 20.000 millones de dólares por la agricultura 'climáticamente inteligente'

Rebaños en la granja de Lindsay Klaunig a las afueras de Athens, Ohio, pastan en rotación para permitir que la vegetación vuelva a crecer. (Andrew Spear/The New York Times).
Rebaños en la granja de Lindsay Klaunig a las afueras de Athens, Ohio, pastan en rotación para permitir que la vegetación vuelva a crecer. (Andrew Spear/The New York Times).

El terreno que Lindsay Klaunig y su pareja compraron hace cinco años en el sureste de Ohio no era apto para el cultivo: 32,3 hectáreas de colinas con alta acción erosiva y depresiones propensas a las inundaciones, donde el estiércol de vaca y los residuos de un antiguo establecimiento lechero se drenaban hacia una vía fluvial.

Sin embargo, mediante técnicas favorables para el medioambiente y un poco de ayuda del Departamento de Agricultura, ahora Klaunig cultiva vegetales autóctonos, cría vacas y cabras a las que alimenta con pasturas naturales, y elabora lotes pequeños de chocolate en su granja ubicada en la región de los montes Apalaches, llamada Trouvaille, que significa “hallazgo fortuito”.

Rotar a un rebaño por pastizales más pequeños permitió que la vegetación volviera a crecer con más fuerza. Aterrazar las laderas, arar lo menos posible y sembrar plantas como trigo sarraceno y trébol italiano evitó que la capa superior del suelo se erosionara. Y utilizar variedades adaptadas al clima de la región rindió mayores cosechas y requirió menos sustancias dañinas para el medioambiente como pesticidas y fertilizantes.

Estas técnicas, conocidas como agricultura regenerativa o climáticamente inteligente, son uno de los pilares de la estrategia del Departamento de Agricultura para atender el problema del calentamiento del planeta. Para Klaunig, estas prácticas brindan beneficios tangibles y se alinean con sus convicciones, pero aún está por verse si un despliegue más generalizado de estos métodos —lo que busca promover el gobierno de Biden— en realidad puede revertir los efectos del cambio climático.

“La clave para mí es siempre tratar de encontrar el equilibrio entre lo que la tierra necesita y lo que nosotros necesitamos de la tierra”, comentó Klaunig. Lo importante para la tierra es “no dejarla yerma ni permitir que se erosione durante el invierno”, agregó.

Este verano, el gobierno de Biden se comprometió a destinar 22.000 millones de dólares a los programas del Departamento de Agricultura que adoptan este método, la mayor inversión federal que se ha hecho hasta la fecha en prácticas climáticamente inteligentes. Los fondos son el cumplimiento de una promesa que el presidente Joe Biden hizo en su primera semana en el cargo, de motivar este tipo de prácticas en un sector que produce alrededor del 11 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero a nivel nacional.

Biden ha pregonado el potencial de estas técnicas para capturar el dióxido de carbono de la atmósfera y almacenarlo como carbono en el suelo, y así reducir el efecto de los gases que calientan el planeta. No obstante, los científicos todavía no determinan cuánto carbono se puede secuestrar ni por cuánto tiempo, o siquiera cómo medir los impactos de esto.

Lindsay Klaunig, al fondo, y su pareja plantan ciruelos en su granja en las afueras de Athens, Ohio, el 20 de septiembre de 2022. (Andrew Spear/The New York Times).
Lindsay Klaunig, al fondo, y su pareja plantan ciruelos en su granja en las afueras de Athens, Ohio, el 20 de septiembre de 2022. (Andrew Spear/The New York Times).

Sin embargo, los agricultores, los expertos y el gobierno federal, en general, están de acuerdo en que estas prácticas otorgan beneficios como mejorar la salud del suelo y el agua, reforzar la resistencia a las sequías y el aumento de la biodiversidad.

“Todo esto en conjunto contribuirá a los aspectos de mitigación y adaptación de la agricultura climáticamente inteligente”, explicó Caitlin Welsh, experta en seguridad alimentaria y cambio climático en el Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales, un centro de investigación con sede en Washington.

Scott Faber, vicepresidente para asuntos gubernamentales en el Grupo de Trabajo Ambiental, mencionó que los agricultores tenían un papel crucial en garantizar un planeta habitable.

“Solemos creer que los agricultores son buenos guardianes de la tierra”, agregó, pero advirtió que esa percepción positiva podría cambiar. “Esa creencia quedará destruida si, y cuando, la agricultura represente el 30 por ciento de las emisiones en Estados Unidos”.

La mayor parte de los fondos federales, unos 19.500 millones de dólares de la Ley de Reducción de la Inflación que Biden firmó el mes pasado, fortalecería programas existentes de conservación agrícola que fomentan prácticas climáticamente inteligentes. En semanas recientes, el Departamento de Agricultura anunció que destinaría otros 2800 millones de dólares a la ejecución e investigación de producciones climáticamente inteligentes en tierras de cultivo a lo largo de 8 a 10 millones de hectáreas.

Desde hace mucho, la demanda de los programas de conservación existentes ya rebasó el financiamiento que el Departamento de Agricultura ha podido aportar, y entre la mitad y dos terceras partes de los agricultores que solicitan financiamiento cada año son rechazados. Asimismo, el departamento recibió más de 1000 solicitudes para los proyectos piloto de agricultura regenerativa que sumaron un total de 20.000 millones de dólares en asistencia solicitada, según declaró este mes Tom Vilsack, el secretario de Agricultura, en una conferencia de prensa.

“Los agricultores quieren participar en este tipo de programas de conservación”, dijo Ben Lilliston del Instituto de Políticas Agrícolas y Comerciales, una organización de investigación y defensa con sede en Minnesota. “Este es un paso significativo. Necesitamos ese dinero y esos recursos para ayudar a los agricultores a hacer la transición”.

En la actualidad, la agricultura climáticamente inteligente sigue siendo una tendencia de nicho, pero va en ascenso. El censo agropecuario más reciente estimó que los agricultores usan sistemas de labranza cero —siembra directa sin cavar ni remover la tierra— en alrededor de 40 millones de hectáreas de campo de cultivo. Los agricultores también plantan cultivos de cobertura para prevenir la erosión y así aumentar la hidratación en unos 6 millones de hectáreas de los más de 360 millones de tierras de labranza que hay en total en Estados Unidos.

Los agricultores que participan en los programas de conversación que ya existen han observado de primera mano los beneficios ecológicos y económicos de este tipo de prácticas.

Seth Watkins, que cría vacas en unas 1133 hectáreas en el suroeste de Iowa, comentó que prácticas como el pastoreo rotativo y la siembra de trébol como cultivo de cobertura atrajeron a mariposas monarca y pájaros cantores a su granja, y también beneficiaron sus finanzas.

Watkins ha comprado menos piensos en la tienda para sus vacas, ya que ahora pastan más hierba natural. La salud de su ganado ha mejorado gracias a la frescura del aire y el pasto, lo cual ha reducido los gastos de veterinario. También ha tenido que comprar menos combustible para su tractor y nada de fertilizante, debido a los nutrientes que ha regenerado el suelo de su terreno.

“Pude ahorrar más porque reduje mi consumo de combustibles fósiles en general”, indicó. “No podemos permitir que la agricultura siga dependiendo de recursos finitos”.

En su granja de vegetales orgánicos en Pensilvania, Hannah Smith Brubaker convirtió sus maizales en pasturas; plantó hileras de árboles conocidas como cortinas rompevientos para controlar la erosión y brindar protección contra las fuertes ráfagas de viento; y construyó vías fluviales con césped o canales bordeados por vegetación para recoger agua.

“La sequía ha sido brutal este año”, afirmó. “Si no hubiéramos implementado estas prácticas de conservación, no sé qué habríamos hecho. Tal vez estaríamos cerrando por la severa sequedad que tendría nuestro suelo”.

Lilliston comentó que los fondos adicionales, si bien son un buen inicio, “no van a cambiar nada y no corrigen el sistema fundamental”. Ese sistema, junto con las políticas agrícolas, incentiva prácticas que no son buenas para el planeta, sostuvo.

“La producción de materias primas a gran escala requiere mucho fertilizante y pesticida”, señaló. “Los principales programas de la ley agraria que perpetúan esos sistemas siguen vigentes”.

Watkins, un ecologista declarado, se mostró más esperanzado. Recordó una conversación reciente que tuvo durante el almuerzo con dos vecinos que empezaron a practicar la agricultura regenerativa y el cultivo. Hace poco recibieron financiamiento para convertir parte de sus tierras de labranza en pasturas, “algo que no habría sido posible sin los programas de incentivo de calidad ambiental porque ellos simplemente no disponen de los medios en este momento”.

Las granjas pueden volverse “pequeños oasis cuando desarrollemos estos proyectos”, vislumbró. “La naturaleza es muy compasiva. Apenas le das una pequeña oportunidad y te retribuye con creces. Creo que de eso se trata todo esto”.

© 2022 The New York Times Company