El activismo de cartón piedra que destapan las revueltas antirracistas en memoria de George Floyd

Una reportera simula estar ayudando para subirlo a las redes sociales
Una reportera simula estar ayudando para subirlo a las redes sociales

Subirse al carro del activismo en las redes sociales es para algunos una necesidad, para otros un elemento inspirador imprescindible que tiene el fin de educar en aras de que se produzca un cambio y para muchas personas se trata de un caramelo demasiado suculento que sirve para fortalecer su imagen. Como suele ocurrir cuando suceden catástrofes medioambientales fortuitas, ataques terroristas, infortunios que sensibilizan a millones de personas (incendios en el Amazonas, en la Catedral de Notre Dame…) o injusticias sociales como el asesinato de George Floyd por parte de la Policía de Minneapolis, es inevitable que se genere una espiral de actitudes que son carnaza para el debate.

Mientras los familiares de Floyd y de miles de víctimas están de luto, y las calles de la mayoría de las ciudades estadounidenses se llenan de manifestantes que protestan contra la brutalidad policial hacia la población afroamericana y el racismo sistémico reinante en EE.UU., las redes sociales se han convertido en un espacio para otro tipo de activismo: el de la reflexión y de la sensibilidad, pero también el del deseo de agradar y de no perder la estela de los ‘bien quedas’ que permanecen retratados como esclavos del algoritmo y de los likes. Es fácil derramar lágrimas contra el racismo a través de las redes sociales, como lo es la construcción del relato personal que cada quien hace de sí mismo de cara a otros usuarios. Pero a veces, la dopamina de agradar a los demás suscita hipocresía, se vuelve un insulto para aquellos que publican desde el corazón, que se movilizan presos de la indignación, y para los que llevan siendo víctimas del racismo desde que nacieron o lloran la pérdida repentina e injustificada de un familiar por culpa de los abusos vinculados con los sesgos raciales. Conscientes o inconscientes.

El martes vimos cómo millones de personas publicaron en su perfiles imágenes en negro con el hashtag, #BlackoutTuesday (apagón de martes), para solidarizarse con la causa. Celebridades, personas del mundo del entretenimiento y de las artes, grandes museos, compañías y usuarios en general ocuparon sus muros con esta iniciativa con la que pretendieron apoyar y formar parte de esta hermandad que clama “¡Basta ya de racismo!”. ¿Acaso con eso es suficiente? ¿Es que aquellos que formaron parte de esta iniciativa viral son consecuentes con la causa en su día a día? ¿Participan de corazón o lo hacen porque es la moda y cuando todo esto pase su sensibilidad se posará en otra movida ‘cool’?

Las críticas a esta tendencia, que nació desde la buena intención de ejecutivos estadounidenses del mundo de la música, han llegado desde diversos flancos. El uso complementario de otros hashtags como #BlackLivesMatter, se han llenado de fotografías en negro que han provocado la ira de personas que acceden a él para obtener información relevante o para organizarse con el fin de crear otras iniciativas más proactivas. Esta pseudo-solidaridad ha sobrecargado el ecosistema de este espacio usado para otros menesteres más efectivos en la lucha por la igualdad, no como un vertedero de usuarios de sensibilidad caduca. El descontento de aquellos que sí le dan un uso apropiado al hashtag se basa en cuán hueco es el aluvión de estas fotografías en negro; cuán perjudicial.

Por eso, aquellos que piensan que “un gesto vacío es más ofensivo que el silencio”, instan a los que aderezan su buena fe con ingenuidad a que reflexionen: ¿De qué sirve una imagen en negro? ¿Ayudará ese gesto a que otros afroamericanos dejen de ser tildados de delincuentes por el color de su piel, tratados como sospechosos por vivir en edificios de gente con posibles? ¿Servirá para evitar otras muertes como las de Floyd o Ahmaud Arbery? Para muchos de nosotros, el racismo es un concepto abstracto. Para aquellos que los sufren a diario es un estigma que activa las alertas desde el momento en que ponen un pie en la calle, participan en redes sociales o escriben un correo electrónico de trabajo. Ser de tez negra - o de raza minoritaria - lleva consigo una serie de realidades que pasan desapercibidas para muchas personas: la necesidad a esforzarse más que gente de otras etnias mayoritarias para llegar al mismo - o todavía inferior - punto profesional, aprender a lidiar con frecuentes comentarios ofensivos, acostumbrarse a ser juzgado de primeras o afrontar la posibilidad de ser un afroamericano de cada mil que en EE.UU. muere en manos de la policía.

A pesar de ello, tonto el último en subirse al carro. Son tantas las expresiones de empatía - real o ficticia - hacia la comunidad afroamericana, que es inevitable que haya personas que traten un asunto tan sensible como éste de una forma tan banal. Una periodista, era hasta este martes una integrante en prácticas de un medio desde Los Ángeles. La joven fue grabada tras bajarse de un Mercedes junto a su acompañante, le pidió el taladro a un trabajador que protegía un establecimiento para que no fuera vandalizado, se hizo una foto y se marchó por donde llegó. Su posado en el que pretendió estar contribuyendo a la causa le salió caro. El vídeo ha sido reproducido más de 25 millones de veces, ha sido despedida de su trabajo y desde que su identidad salió a la luz, sus cuentas en redes sociales han pasado a modo privado.

Otro caso que ha atraído mucha atención es el de el exportero de la selección española de fútbol, Pepe Reina, quien publicó un mensaje que para muchos ha supuesto una contradicción con su tendencia política. Votante confeso de Vox, para un gran número de usuarios, el defender a un partido que denomina “virus chino” al Covid-19 - descripción que ha sido condenada por la embajada de China en España como racista - o que apoya las políticas de Donald Trump (quien entre otros comentarios racistas destaca el de afirmar que los mexicanos que llegan a EE.UU. son violadores), resulta ciertamente incoherente.

El activismo en redes sociales muestra casos extremos, como los dos anteriores, y otros en los que el postureo o la defensa ventajista de ciertas causas son menos obvias; pero existen. A fin de cuentas, no basta con subirse a la ola del antirracismo para luego bajarse cuando la tendencia cambie de dirección, cual veleta. Estas proclamas deben ser prudentes y consecuentes; han de ser meditadas y no publicadas a la ligera sin ser conscientes de que pueden hacer más daño que otra cosa, como ha sucedido con #BlackoutTuesday en #BlackLivesMatter. El activismo de cartón piedra supone una falta de respeto a las víctimas de racismo y a aquellos que dedican su tiempo a luchar por realizar cambios profundos en la sociedad. Sucede con éste y otros asuntos, y es fruto de la necedad de aparentar ser ‘cool’ cuando en el fondo se es un cretino.

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