Funcionarios de EEUU sugirieron usar un 'rayo de calor' contra migrantes en 2018

WASHINGTON — Quince días antes de las elecciones intermedias de 2018, mientras el presidente Donald Trump buscaba motivar a los republicanos con oscuras advertencias sobre las caravanas que se dirigían a la frontera de Estados Unidos, reunió a su secretario de Seguridad Nacional y al personal de la Casa Blanca para darles un mensaje: necesitaban tomar “medidas extremas” para detener a los migrantes.

Esa tarde, en otra reunión con altos dirigentes del Departamento de Seguridad Nacional, los funcionarios de la Oficina de Aduanas y Protección Fronteriza sugirieron que se desplegara un arma de microondas: un “rayo de calor” diseñado por el ejército para que cuando los migrantes estuvieran al alcance de sus rayos invisibles sintieran como si se les quemara la piel.

El Sistema de Denegación Activa, desarrollado por los militares como una herramienta de dispersión de multitudes hace 20 años, se había abandonado en gran medida debido a las dudas sobre su eficacia y moralidad. Dos exfuncionarios que asistieron a la reunión vespertina en el Departamento de Seguridad Nacional el 22 de octubre de 2018, dijeron que la sugerencia de que el dispositivo se instalara en la frontera sorprendió a los asistentes, aun cuando pudiera satisfacer al presidente.

Los funcionarios afirmaron que Kirstjen Nielsen, quien en ese entonces era la secretaria de Seguridad Nacional, le dijo a un auxiliar después de la reunión que no autorizaría el uso de ese dispositivo y que no debería volver a mencionarse en su presencia.

Alexei Woltornist, vocero del departamento, dijo el 26 de agosto que su uso ”nunca se consideró”.

No se sabe si Trump se enteró de la sugerencia del arma de microondas, pero el debate del otoño de 2018 enfatizó cómo la obsesión del mandatario por detener la inmigración ha impulsado consideraciones políticas, incluidas sus sugerencias de instalar púas que perforan la piel en el muro fronterizo, construir un foso lleno de serpientes y caimanes, y disparar a los inmigrantes en las piernas.

En la noche del 25 de agosto, la Convención Nacional Republicana incluyó una pequeña ceremonia de naturalización y ciudadanía en la Casa Blanca que, a todas luces, fue un intento por suavizar la imagen del presidente que es visto como un enemigo desalmado de los migrantes.

El presidente Donald Trump participa en una ceremonia de naturalización en la Casa Blanca en Washington, durante la Convención Nacional Republicana, el martes 25 de agosto de 2020. (Doug Mills/The New York Times)
El presidente Donald Trump participa en una ceremonia de naturalización en la Casa Blanca en Washington, durante la Convención Nacional Republicana, el martes 25 de agosto de 2020. (Doug Mills/The New York Times)

En 2018, sus duras políticas migratorias bien podrían haber producido un efecto indeseado cuando las mujeres de los suburbios se conmocionaron por las imágenes de niños separados de sus familias y de migrantes en jaulas. En noviembre de ese año, una ola demócrata impulsada por esos electores les arrebató a los republicanos el control de la Cámara de Representantes.

Sin embargo, para sus principales seguidores, el programa migratorio de Trump vuelve a ser el centro de su campaña y los disturbios que azotan las ciudades desde Portland, Oregon, hasta Kenosha, Wisconsin, podrían darle más fuerza. El discurso con el que quiere convencer a sus electores es que ha cumplido la que quizás era la promesa central de su campaña de 2016: interrumpir de manera eficaz el ingreso a Estados Unidos de los extranjeros que, según dijo, representaban amenazas para la seguridad y la economía. A través de cientos de normas, directivas políticas y cambios estructurales, el presidente ha reformado profundamente la vasta burocracia migratoria del gobierno.

Su campaña también se concentrará en realizar ataques mordaces, y a menudo falsos, contra el exvicepresidente Joe Biden, con el mensaje para los votantes de que el rival del mandatario quiere abrir las fronteras de la nación a los delincuentes y a los inmigrantes portadores de enfermedades que dejarán sin empleo a los estadounidenses trabajadores.

Joe Biden acepta la candidatura demócrata a la presidencia en Wilmington, Delaware, el 20 de agosto de 2020. (Erin Schaff/The New York Times)
Joe Biden acepta la candidatura demócrata a la presidencia en Wilmington, Delaware, el 20 de agosto de 2020. (Erin Schaff/The New York Times)

“La necesidad de salud pública y la necesidad económica de controlar la inmigración ha hecho que la postura de la izquierda demócrata se aleje de manera más radical de la corriente principal del pensamiento estadounidense”, afirmó esta semana Stephen Miller, el arquitecto de las políticas migratorias del presidente, en una entrevista.

El mes pasado, el presidente tuiteó que “¡los demócratas de la izquierda radical quieren fronteras abiertas para que cualquiera entre, incluyendo a muchos criminales!”.

Aumentar el veneno divisorio manda un mensaje al electorado: que incluso después de todo lo que su devastador fracaso de liderazgo nos ha costado (y aunque Joe Biden le ha estado mostrando el camino desde hace meses) Donald Trump todavía no tiene una estrategia para superar la pandemia, lo cual es la principal prioridad del pueblo estadounidense”, afirmó Andrew Bates, vocero de la campaña presidencial de Biden.

Biden no ha abogado porque existan ”fronteras abiertas” ni ha aceptado deshacerse del Servicio de Inmigración y Control de Aduanas, como han querido algunos en las filas demócratas de la izquierda. Ha dicho que daría marcha atrás a las políticas migratorias de Trump y prometió restablecer las normas de asilo, acabar con la separación de familias migrantes en la frontera, revertir los límites de la inmigración legal e imponer una moratoria de cien días en las deportaciones.

No obstante, Biden y los candidatos demócratas al Congreso se preparan para lo que esperan que sea un enfoque concertado en uno de los temas más controversiales de la política estadounidense, que se ha vuelto aún más divisorio por el hecho de que Trump adopta un lenguaje desagradable y xenófobo para hablar de los extranjeros.

Algunas de las mayores promesas que Trump hizo en 2016 en materia migratoria se han quedado cortas. No hay ningún “grande y hermoso muro” pagado por México que se extienda a lo largo de la frontera sur. En cambio, el presidente gastó miles de millones de dólares del dinero de los contribuyentes para remplazar unos 482 kilómetros de barreras existentes con un descomunal muro construido con barras de acero.

Al igual que el rayo de calor, muchas de las ideas del presidente (como el foso y dispararles a los migrantes en las piernas) fueron descartadas por sus propios funcionarios. Otras propuestas políticas han sido bloqueadas por jueces federales que han dictaminado que violaban las leyes existentes, las normas administrativas o la Constitución.

Sin embargo, hasta sus críticos más feroces admiten que en materia migratoria, el presidente puede afirmar que hizo buena parte de lo que prometió.

“El gobierno de Trump, de manera unilateral, sin que se promulgaran leyes en el Congreso, ha reformado de manera radical la inmigración en Estados Unidos”, comentó Omar Jadwat, director del Proyecto de Derechos de los Inmigrantes de la Unión Americana de Libertades Civiles. “Interrumpió en la práctica el sistema de asilo en la frontera y reintrodujo la discriminación religiosa, racial y de origen nacional en nuestro sistema migratorio. Estos son cambios reales y radicales”.

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This article originally appeared in The New York Times.

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