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'Por favor, traten de ayudarnos': conversando con prisioneros de Misisipi con un celular de contrabando

La Penitenciaría Estatal de Misisipi en Parchman, Misisipi, el 20 de diciembre de 2013.
(William Widmer/The New York Times)
La Penitenciaría Estatal de Misisipi en Parchman, Misisipi, el 20 de diciembre de 2013. (William Widmer/The New York Times)

ATLANTA — El celular sonó antes de que alguien contestara. Del otro lado estaba un prisionero dentro de la Unidad 29 de la Penitenciaría Estatal de Misisipi en Parchman. “Hola”, dijo.

Después, con una voz firme que competía con una cacofonía de conversaciones ruidosas y la señal difusa del teléfono, le describió con urgencia a un extraño el caos que, dijo, existía en el interior. Algunos prisioneros necesitaban atención médica, agregó. A todos les vendría bien una ducha caliente.

“Hay moho y ratas por todas partes”, dijo el prisionero, que estaba cumpliendo una sentencia por robo a mano armada, asalto agravado y otros cargos.

Después, dejó de escucharse su voz. Cuando el prisionero regresó un momento después, explicó que un oficial había pasado por ahí y tuvo que esconder rápidamente su celular. Había pagado 600 dólares por el teléfono. Así es el contrabando en las prisiones de todo el país. Si lo atrapaban con él, podrían añadir años a su larga sentencia.

Después le pasó el teléfono a otro prisionero. “Nos tratan como animales”, dijo su compañero, antes de pasar el celular de nuevo.

Y así lo transmitieron, de un prisionero a otro, mientras hacían una llamada telefónica con un reportero, la cual duró aproximadamente una hora. Los prisioneros se quejaron de los servicios inconstantes de electricidad y agua, de lesiones que no habían sanado y de los roedores que los obligaban a colgar del techo la comida sobrante. Un prisionero mencionó a su novia; otro, la cuenta regresiva hasta su liberación, que estaba a casi un mes en ese momento.

La conversación, en la que se divagó mucho, se interrumpió varias veces, cuando pasaban u ocultaban el celular, capturando el ruido ambiental de la vida dentro de las prisiones de máxima seguridad.

Parchman, la prisión más antigua en Misisipi, con una reputación notable de condiciones difíciles, se ha vuelto un lugar ruin y caótico, con una explosión reciente de violencia en la que murieron varios presos.

Los prisioneros han usado teléfonos celulares ilegales para capturar y transmitir imágenes (peleas entre presos, retretes rotos, agujeros en las paredes, cables expuestos y roedores muertos que quedaron atrapados en trampas pegajosas) con las que se ha definido la crisis en Misisipi. Muchas de estas fotografías fueron enviadas a The New York Times.

En todo el país, las prisiones están llenas de celulares introducidos de contrabando, los cuales permiten que los presos tengan acceso al internet, las redes sociales y sus viejas vidas afuera de los muros de la prisión. Sin embargo, los funcionarios del estado dijeron que los prisioneros han usado estos dispositivos para provocar disturbios y que las pandillas los han utilizado para organizar ataques contra sus rivales, tanto dentro como fuera de la prisión.

Los funcionarios dijeron que la ubicuidad de los celulares —se incautaron casi 12.000 en Misisipi en 2018— ha amenazado la seguridad en las prisiones. Además, al proporcionar un enlace sin control con el mundo exterior, también han socavado la idea de la encarcelación.

“Hay mucha desinformación que atiza las llamas del miedo en la comunidad en general, sobre todo en las redes sociales”, dijo Pelicia E. Hall, comisionada de correccionales del estado, en una declaración reciente. “Los celulares entran de contrabando y han sido esenciales en el aumento de la violencia”.

La guerra entre pandillas, las instalaciones decrépitas y una escasez severa de oficiales penitenciarios ha llamado la atención generalizada y ha dominado la agenda política del estado. Tanto activistas como otras personas señalan que estos problemas han existido desde hace tiempo, pero aseguran que las imágenes son las responsables por la oleada de indignación.

“Esta historia jamás se habría revelado” sin los celulares, dijo Honey D. Ates, cuyo hijo está cumpliendo una sentencia de 15 años en la prisión estatal del condado de Wilkinson.

“Podemos escuchar todo al respecto, pero ver la situación vuelve el problema cien veces más real”, comentó.

“Ha sido casi imposible que los oficiales penitenciarios frenen el uso de celulares, pues ha resultado difícil detectarlos. “En cuanto los sacas, entran de nuevo a la prisión”, dijo Martin F. Horn, exoficial penitenciario de alto nivel en la ciudad de Nueva York y en Pensilvania, quien imparte clases en el Colegio John Jay de Justicia Criminal.

“Así no sirve de nada estar encerrado en una prisión, por decirlo de alguna manera”, dijo Horn.

En años recientes, un prisionero en el corredor de la muerte en Texas usó un celular de contrabando para hacerle llamadas amenazantes a un senador del estado. Después de que fueron asesinados siete prisioneros durante un disturbio que duró horas en una prisión estatal en Carolina del Sur, los funcionarios culparon a los teléfonos móviles por ser un motivo para la violencia. Incluso Charles Manson, el muy vigilado y célebre asesino serial que murió en 2017, fue atrapado en repetidas ocasiones con celulares.

En Misisipi, los prisioneros, sus familiares y activistas dijeron que los celulares a menudo son adquiridos por oficiales penitenciarios y gestores de caso, y los dispositivos, que generalmente son celulares desechables de recarga, pueden costar más de 300 dólares en el interior. En otros lugares, algunos visitantes los han introducido y también se han documentado casos de celulares que se arrojan por encima de las cercas de las prisiones con bazucas caseras o son depositados por drones.

Los funcionarios estatales en Misisipi han recurrido a una serie de medidas, incluyendo solicitudes de órdenes judiciales para que los operadores de servicios apaguen dispositivos específicos. Mediante una declaración, el Departamento de Correccionales de Misisipi señaló que también usó tecnología para interrumpir las señales celulares, además, con frecuencia llevaba a cabo depuraciones y usaba perros para detectar los dispositivos.

Las prisiones de Misisipi se han visto sacudidas por un brote de violencia y disturbios en semanas recientes. Cinco prisioneros han sido asesinados, incluyendo tres en Parchman, y muchos otros han resultado heridos. En medio del caos, dos presos escaparon pero después fueron detenidos. Durante varios días, todas las prisiones fueron bloqueadas.

Los críticos dijeron que la agitación reflejaba un patrón de problemas en las prisiones estatales, que están bajo demasiada presión debido a la densidad de la población penitenciaria aún afectada por las medidas estrictas contra el crimen de las décadas de 1980 y 1990. Algunos funcionarios electos y grupos de derechos civiles, mediante una queja que hace un llamado a favor de una investigación federal, describieron vacantes “extremas” de personal a pesar de tener el tercer índice de encarcelación más alto del país.

Los líderes estatales han reconocido la severidad de las preocupaciones, y los oficiales penitenciarios han advertido sobre una crisis que se está gestando mientras los legisladores ejercen presión para obtener más financiamiento. El lunes 13 de enero, Hall, la comisionada de correccionales, emitió una declaración en la que reiteró las preocupaciones por la Unidad 29 en Parchman, citando una carta que había enviado en agosto y en la que describía un centro que era “inseguro para los empleados y los presos debido a la antigüedad y al deterioro general”.

A medida que la violencia estallaba, los presos transmitieron en vivo a través de Facebook el momento en que se desataron incendios dentro de una prisión. Publicaron imágenes de grifos de los que salía agua turbia y de muros manchados de moho.

Esas imágenes catapultaron la crisis de manera pública y llegaron en un momento fundamental mientras comenzaba una nueva sesión legislativa y el gobernador Tate Reeves, republicano, juraba el cargo el martes 14 de enero.

Los funcionarios y otras personas han dicho que gran parte de la agitación se ha calmado. El Departamento de Correccionales del estado ha levantado los bloqueos de todas las penitenciarías excepto el de Parchman. Sin embargo, el disturbio reciente ha traído más escrutinio, incluyendo el de los raperos Jay-Z y Yo Gotti, quienes presentaron una demanda el martes en nombre de los prisioneros, argumentando lo que describieron como un “menosprecio total” por los presos y sus derechos.

Los funcionarios estatales han refutado la situación diciendo que las imágenes compartidas en las redes sociales solo contribuyen al conflicto. El gobernador saliente, Phil Bryant, dijo a los reporteros hace poco que los presos anhelaban el protagonismo. “Los están convirtiendo en estrellas, pero son convictos”, comentó.

Un video que se ha compartido de manera generalizada mostraba a un preso en Parchman, que habló por teléfono brevemente el otro día, con una herida abierta que, según él, fue provocada tras haber sido golpeado por lo que creyó que era una bala de goma. Su espalda estaba cubierta de sangre y caminó hacia un fregadero, donde giró las llaves del grifo, pero no salió agua.

“Por favor, traten de ayudarnos”, dijo el preso, quien fue sentenciado por asalto agravado y posesión de armas. “Que el mundo lo sepa”.

Después le devolvió el teléfono a su dueño. La batería se estaba acabando y de nuevo fallaba la electricidad. El recluso se disculpó por terminar la conversación, pero debía irse.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company