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Muchas familias separadas en la frontera sur de Estados Unidos afrontan una espera larga e incierta

David, en Huehuetenango, Guatemala, sostiene su teléfono inteligente mientras realiza una videollamada a su hijo, Adelso, quien está en Boca Ratón, Florida, el 7 de marzo de 2021. (Brent McDonald/The New York Times)
David, en Huehuetenango, Guatemala, sostiene su teléfono inteligente mientras realiza una videollamada a su hijo, Adelso, quien está en Boca Ratón, Florida, el 7 de marzo de 2021. (Brent McDonald/The New York Times)

HUEHUETENANGO, Guatemala — En un pequeño poblado de las montañas guatemaltecas, un hombre sonreía hacia la pantallita de su teléfono celular mientras sostenía una playera de fútbol ante ella y señalaba el nombre escrito en el reverso: Adelso.

Al otro lado de la videollamada, en Boca Ratón, Florida, su hijo —Adelso— comenzó a llorar.

“Te la voy a mandar”, decía David, el padre, durante la llamada realizada en marzo. “Tienes que ser fuerte. Nos vamos a volver a abrazar y a conversar de nuevo. Todo va a salir bien”.

David, quien por estar amenazado de muerte en Guatemala nos pidió que no publicáramos su apellido, no ha visto a Adelso en persona durante más de tres años, desde que ellos y cerca de 5500 familias fueron separados en la frontera de México con Estados Unidos por la política de inmigración más controvertida del gobierno de Donald Trump.

Los especialistas señalaron que tanto la distancia como la duda de volver a reunirse impiden que los niños y los adultos reconstruyan sus vidas hechas pedazos en la frontera y agudizan el trauma provocado por la separación. También en algunos casos, el dolor de la separación sin que se le vea un final ha impulsado a los padres a volver a realizar el peligroso trayecto para cruzar la frontera estadounidense. Quienes lo hacen, en un desesperado intento por volver a estar con sus hijos, están repitiendo la situación en la que los perdieron en primera instancia.

En 2017, más de 5500 familias de migrantes fueron separadas en la frontera suroeste por una política que después se llegó a conocer como tolerancia cero. Adelso, quien ahora tiene 15 años, es uno de los más de 1100 niños migrantes que están en Estados Unidos, pero separados de sus padres, según afirman los abogados que trabajan en el caso. Hay al menos otros 445 que fueron arrebatados de unos padres que aún no son localizados.

Las familias separadas vieron una luz de esperanza a principios de febrero cuando el presidente Joe Biden firmó un decreto para reunir a las familias de migrantes al hacer que los padres deportados regresen a Estados Unidos.

Adelso en la playa de Boca Ratón, Florida, donde vive con su tía, el 22 de marzo de 2021. (Brent McDonald/The New York Times)
Adelso en la playa de Boca Ratón, Florida, donde vive con su tía, el 22 de marzo de 2021. (Brent McDonald/The New York Times)

Esta semana, cuando las detenciones de migrantes en la frontera suroeste casi llegan al nivel más alto en 20 años, el Departamento de Seguridad Nacional anunció que en los próximos días traería a Estados Unidos a algunos de los padres separados. El proceso de reunir a todos podría tardar meses o años y sigue habiendo preguntas sobre qué ayudas se ofrecerán a cada una de esas familias.

Adelso ha vivido estos últimos tres años con su tía, Teresa Quiñónez, en Boca Ratón, Florida, donde trabaja como corredora de bienes raíces. Ella misma llegó a Estados Unidos sin sus padres a los 17 años.

“Aún recuerdo su carita cuando salió del aeropuerto”, comentó Quiñónez al rememorar cuando Adelso fue liberado después de dos meses de estar en un refugio. “Es desgarrador”.

La mayoría de los días, Adelso lleva la vida normal de un adolescente: asiste a la escuela secundaria local, juega fútbol y va a la playa.

Pero también hay días en que los recuerdos lo transportan al momento en que él y su padre salieron de la montaña para huir de las amenazas de muerte procedentes de la gente que trataba de extorsionar a David al tener como objetivo a Adelso, tal vez porque confundieron a David con el propietario de la empresa camionera en la que trabaja.

Adelso nos dijo que esos días le cuesta trabajo realizar sus tareas.

“A veces, los recuerdos llegan muy intensos y me pregunto por qué tienen que presentarse ese día, precisamente cuando estoy tratando de hacer algo”, comentó. “Y entonces, me sale mal por culpa de esos recuerdos. Se siente muy feo. De verdad, me siento fatal”.

También tiene pesadillas. Sobre todo hay una que lo persigue en la que su padre es secuestrado y mantenido como rehén para exigir un rescate, es una pesadilla que ha tenido muchas veces desde que los separaron en la frontera… y el final siempre es el mismo.

“En el sueño, trato de hacer algo para mantenerlo con vida, pero nunca puedo hacerlo”, afirmó Adelso. “En el sueño siempre lo matan. Y temo que eso pueda volverse realidad”.

Una vez al mes, Adelso asiste a una sesión de una hora con una psicóloga infantil certificada, Natalia Falcón-Banchs, en el Centro de Salud Infantil contra la Ansiedad de la Universidad Estatal de Florida. El servicio está cubierto gracias al convenio de una demanda presentada por las familias migrantes separadas.

“Esos recuerdos recurrentes, remembranzas de ese acontecimiento traumático, son algunos de los principales síntomas de TEPT”, señaló Falcón-Banchs.

Según una investigación de 2020 de Physicians for Human Rights, muchos niños separados de alguno de sus padres en la frontera presentaban síntomas y comportamientos resultantes de algún trauma: trastorno por estrés postraumático (TEPT), trastorno de ansiedad y depresión mayor. En algunos casos, el trauma es producto, en parte, de experiencias vividas en el país de origen del niño, pero los investigadores descubrieron que era probable que estuviera relacionado con la separación en sí.

En la actualidad, Falcón-Banchs atiende a ocho niños cuyas edades oscilan entre los 6 y los 16 años que fueron separados de sus padres en 2017 y 2018. Cinco de esos niños están diagnosticados con TEPT, ansiedad y depresión. Adelso está saliendo adelante y ha mostrado resiliencia y habilidades para superar problemas, comentó.

Un factor que puede agudizar el trauma infantil es la separación prolongada de sus padres.

El lunes, el Departamento de Seguridad Nacional de Estados Unidos anunció que reunirá a cuatro madres con sus hijos, quienes fueron “cruel y deliberadamente” separadas de ellos en la frontera de México con Estados Unidos por el gobierno de Trump.

“Seguimos trabajando sin cesar para que, en las próximas semanas y meses, podamos reunir a muchos más niños con sus padres”, aseguró Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional. “Nuestro equipo está concentrado en hallar a todas las familias y darles la oportunidad de reencontrarse y recuperarse”.

Se espera que el 2 de junio el equipo de trabajo de Joe Biden para la reunificación de las familias rinda un informe sobre la situación y que quizás en él se incluyan los planes para reunir a más familias. El equipo de trabajo también está en negociaciones de conciliación con la Unión Estadounidense por las Libertades Civiles (ACLU, por su sigla en inglés) con respecto a su demanda colectiva para solicitar una compensación a las familias migrantes separadas.

Los abogados de la ACLU y de Al Otro Lado, un grupo con sede en California que brinda apoyo legal a los migrantes, afirman que han enviado el nombre de David al equipo de trabajo para que lo incluyan en un ensayo de cerca de 35 reencuentros que se darán en las próximas semanas.

“No prevemos que el gobierno tenga problemas para ofrecer el retorno, pero por el momento no podemos estar seguros”, señaló Carol Anne Donohoe, la abogada de David que trabaja para Al Otro Lado.

No obstante, antes de que el gobierno pueda reunir a todas las familias, debe localizar a los cientos de ellas que siguen desaparecidas.

Desde 2018, los abogados y los grupos defensores de los migrantes que trabajan en Estados Unidos y otros países han buscado a los padres y a los niños que el gobierno de Trump no rastreó después de separarlos.

Además, desde entonces, las familias cuyo paradero era conocido se han mudado o cambiado de número telefónico, cosa que complica la tarea de organizar un posible reencuentro.

Lo que dificulta aún más la labor es el hecho de que la mayoría de los migrantes proceden de Centroamérica y que tres países de esa región —Guatemala, Honduras y El Salvador— experimentaron confinamientos por la pandemia y han tenido un desplazamiento interno generalizado provocado por los huracanes Iota y Eta.

“Tenemos que encontrar hasta la última familia y no nos detendremos hasta lograrlo”, señaló Lee Gelernt, el abogado principal de los derechos de los inmigrantes en la ACLU.

Sin embargo, el proceso ha sido “sumamente difícil y lento”, comentó, y añadió que “solo se puede encontrar a muchos de los padres mediante búsquedas de campo”.

Durante una visita a un pueblito guatemalteco, un reportero de The New York Times supo de tres padres que afirmaron que, en 2018, los agentes fronterizos de Estados Unidos los habían separado de sus hijos a través del uso de la fuerza y luego los habían deportado. Dos ya habían hecho el peligroso viaje de regreso a Estados Unidos y gastado 15.000 dólares en un trayecto para reunirse con sus hijos en Florida.

“Regresaron por sus hijos porque se habían quedado solos ahí”, mencionó Eusevia Quiñónez, cuyo esposo, Juan Bernardo, se fue con su hermano mayor a Fort Lauderdale, Florida, el 8 de enero. “Gracias a Dios, llegaron bien”.

Los psicólogos que trabajan con familias separadas afirman que la reunificación familiar es solo un paso en el proceso de recuperación y que los padres necesitan tanta atención psicológica como los niños. Muchos padres se culpan por la separación y, después de reencontrarse, casi siempre los hijos también los culpan.

David, quien ha padecido gastritis nerviosa y otras complicaciones de salud desde que fue apartado de su hijo, mencionó que también había considerado contratar a un traficante para regresar a Estados Unidos y reencontrarse con Adelso.

“Tengo que ver a mi hijo”, comentó. “Y él me necesita”.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2021 The New York Times Company