Falsificación, amagos y un robo giran en torno a la Monna Lisa

CIUDAD DE MÉXICO, mayo 29 (EL UNIVERSAL).- Hay quienes piensan que la Monna Lisa está sobrevalorada, críticos de arte aseguran que lo es, en efecto, pero más allá de exaltar la técnica o su precisión, esta apreciación exacerbada tiene que ver con otros acontecimientos que han girado alrededor de ella desde su concepción. Un robo, la sátira de grandes pintores que la han caricaturizado, y amagos en contra de la Gioconda es lo que la han hecho lo que es, todo un fenómeno artístico. Te contamos algunas de las historias más fantásticas que la rodean.

La Monna Lisa de Leonardo da Vinci tiene una cualidad intrínseca que pocas obras tienen consigo, además de imperecedera es mutable. ¿Qué quiero decir con esto? Bueno, con el paso de los años, el fanatismo que la persigue la ha convertido más en un atractivo turístico que en una obra de arte que contemplas por un par de minutos con un montón de reflexiones y cuestionamientos a cuestas; la demanda por observarla ya no permite eso, en cambio se anhela una selfie para eternizar el encuentro con una de los íconos del arte occidental.

Amada u odiada, cada tanto, se convierte en tema de conversación. Si no es para poner en duda el lugar en donde se realizó el retrato, se cuestiona si da Vinci fue el autor original de la obra, o si la Monna Lisa que hoy es resguardada en el Museo de Louvre es la original o una réplica. Tiene, sin trastabillar, una historia fascinante que, luego de siglos, ninguna otra pintura ha tenido el impulso de superar.

Tal es el grado de enigma y deslumbramiento, que cuando la obra fue robada en 1911, las visitas a Louvre se multiplicaron. Las y los visitantes del recinto se encontraban ávidos de presenciar un clima en el que el retrato de Lisa Gherardini, la mujer plasmada por da Vinci, se ausentaba. Luego de una ardua búsqueda, la pintura volvió a su lugar en 1913, pero para esa fecha la prensa y la población, en general, ya habían mitificado su espectro.

Para las autoridades del museo, resultaba inverosímil que una persona hubiera escapado con un lienzo de 40 centímetros de ancho y 70 más de largo, sin que nadie lo advirtiera. La aclaración del hurto causó una mezcla de animosidad e indignación en quienes siguieron de cerca la cronología del robo, al enterarse que el responsable no se trataba de ninguna persona de personalidad pomposa y extravagante, sino de Vincenzo Peruggia, un trabajador del museo, que abandonó la cárcel, luego de cumplir su condena de siete meses de cautividad.

Pero la cosa no paró ahí, la Monna Lisa fue, y sigue siendo, la diana de múltiples dardos que motivados, por desconocidos objetivos, arremetieron en contra de su figura física. Precisamente esos intentos por afectar a la obra, provocaron que hoy se encuentre protegida detrás de un vitral y que nadie se le pueda acercar a más de cuatro metros y medios, una distancia equivalente a 77 metros.

El primer ataque data de 1956, cuando una mujer lanzó una sustancia química encima de la obra, la cual sí alcanzó a rozarla y afectar algunos de los materiales que forman parte del interior de la obra. Ese mismo año, un hombre arrojó una piedra que impactó con la Gioconda, lo que también logró afectarla. Fue así que las autoridades de Louvre tomaron la decisión de protegerla con un recubrimiento de cristal y mantenerla, prácticamente, en un claustro, en comparación de las otras obras resguardadas por el recinto.

Décadas más tarde, en 1979, cuando la Monna Lisa fue llevada a Japón, al Museo Nacional de Tokio, una mujer lanzó pintura sobre el cuadro, en la búsqueda de manifestar su desacuerdo, ya que en esa época, las personas con incapacidad no podían visitarla. En 2009, un hombre lanzó una taza de té con dirección a la creación de da Vinci, pero automáticamente se rompió en trizas, lo que me hace preguntarme, ¿de qué material estará hecho el recubrimiento de cristal?

La locura de la Monna Lisa ha generado todo un fenómeno también dentro del hábitat artístico, pues en su momento, artistas como Marcel Duchamp y Théophile Gautier, dedicaron parte de su obra a analizar la vorágine producida por el retrato, a través de la pintura y la escritura, respectivamente.