Explican el origen de los misteriosos agujeros sobre el hielo de la Antártida

Polinia situada en el Mar de Weddell, Antártida. (Crédito imagen: NASA Earth Observatory).
Polinia situada en el Mar de Weddell, Antártida. (Crédito imagen: NASA Earth Observatory).

Desde que los glaciólogos cuentan con la ayuda de los satélites (es decir desde el primer lustro de la década de los 70) han podo observar un extraño fenómeno sobre los hielos de la Antártida para la que no tenían explicación: agujeros que dejan ver el mar.

La palabra técnica para denominar esos fenómenos es polinia (del ruso “polynye” agujero en la nieve) y no hablamos de oquedades pequeñas sino de grandes ventanas al mar con tamaños que en 1974 se comparaban con Nueva Zelanda. Aquel enorme agujero observado en el Mar de Weddell se repitió en 1975 y en 1976, pero tras ese año pareció desaparecer.

¿Cómo era posible que a pesar de las gélidas temperaturas, situadas muy por debajo del punto de congelación, se abrieran claros en el casquete polar que permitían ver el mar? Misterio.

Las polinias son una especie de oasis para las especies de mamíferos que habitan en el polo sur. Gracias a ellos pueden emerger a respirar los elefantes marinos y las ballenas. Los pingüinos también parecen disfrutar de estos “atajos” hacia el mar y sus nutrientes.

En fin, sea como sea, las polinias habían desaparecido en 1976, pero regresaron en 2016. Su tamaño se había reducido, es cierto (ahora tenían aproximadamente la superficie de Aragón) pero su presencia volvió a llamar la atención de los científicos, que ahora tenían muchos más medios de observación con los que intentar descubrir el origen de este extraño fenómeno.

En 2017 la polinia reapareció, de nuevo en el Mar de Weddell, y un trabajo científico publicado a comienzos de este año asoció el fenómeno con la actividad de los ciclones. Sin embargo, un trabajo recientemente publicado parece indicar que no hay una única causa, sino varias, las cuales deben darse simultáneamente para aparezcan estos agujeros.

Los autores de este trabajo del que os hablo, un grupo de investigadores de la Universidad de Washington (Seattle, Estados Unidos), acaba de publicar un trabajo en Nature que parece aclarar este punto, el del origen múltiple del fenómeno.

Las numerosas expediciones científicas a la Antártida, algunas realizadas en las numerosas bases permanentes del continente helado austral. Así como los datos recogidos por los distintos satélites climáticos durante las últimas décadas fueron el punto de arranque informativo para el trabajo.

No obstante los investigadores echaron mano también de los modelos y datos que maneja el SOCCOM (Observaciones y modelos climáticos del carbono en el Océano Austral), un proyecto a gran escala en el que participa la Fundación Nacional de Ciencia de los EE.UU. y la Universidad de Princeton. Los datos del SOCCOM se obtienen mediante una red de robots flotantes desplegada por el Océano Glacial Antártico, que miden la salinidad, temperatura y las corrientes, a profundidades de hasta 2 kilómetros.

Además, y como tercer pilar para la adquisición de datos, durante más de una década los científicos han estado equipando a elefantes marinos con dispositivos conectados al Sistema Argos de satélites. Estos dispositivos incluyen un chip de geolocalización así como sensores para temperatura y salinidad.

Elefante marino equipada con un dispositivo conectado al Sistema Argos. (Crédito imagen: Dan Costa / Universidad de California Santa Cruz).
Elefante marino equipada con un dispositivo conectado al Sistema Argos. (Crédito imagen: Dan Costa / Universidad de California Santa Cruz).

Contrastando los datos de las diferentes fuentes, los investigadores de la Universidad de Washington se dieron cuenta de que debía de darse una serie de anomalías oceánicas al mismo tiempo, para que surgieran las polinias.

La combinación de factores que han de darse son de dos tipos, y tienen que ver con las condiciones del océano por un lado, y con el clima en la zona del Mar de Weddell por otro, que debe ser extremo con tormentas que alcancen casi la fuerza de un huracán.

Los autores del trabajo descubrieron que cuando los vientos fuertes del océano soplan cerca de la costa de la Antártida, aumentan la mezcla de las aguas del fondo, que se mueven hacia arriba en la zona del Mar de Weddell. Esto sucede concretamente cerca de un lugar en el que se ubica una especie de montaña submarina llamada Elevación de Maud. Este accidente geográfico, por sí mismo, ya provoca que las densas aguas marinas situadas en sus cercanías formen un vórtice que se eleva hacia arroba. De hecho, dos de los instrumentos flotantes de SOCCOM se vieron atrapados en este vórtice durante años.

Cuando las aguas del océano están particularmente saladas, como sucedió en 2016, los vientos invernales pueden dar origen a un circuito que se retroalimenta, en el que las aguas cálidas del fondo se elevan hacia la superficie y se enfrían al contacto con el aire. Esto hace que el agua en superficie se haga más densa, por lo que comienza a descender siendo remplazada automáticamente por agua más cálida que se eleva desde las profundidades. Mientras dura este circuito, las gélidas temperaturas en la superficie del océano no tienen tiempo suficiente para congelar el agua, razón por la que permanecen abiertas las polinias.

Todo este fenómeno parece curioso, y aunque rd interesante podría parecernos baladí ¿verdad? Pues no es así. A medida que los vientos de invierno en la Antártida se hagan más poderosos, cosa que predicen los modelos cimáticos, el ciclo que genera las polinias podría hacerse más común, lo cual no son buenas noticias ya que existe un inmenso banco de carbono atrapado en el lecho marino bajo el casquete polar antártico, producto de miles de millones de años de acumulación de restos orgánicos que se hunden por efecto de la gravedad.

Los científicos temen que las polinias (si se dan durante muchos años consecutivos) puedan suponer una vía de escape de ese carbono a la atmósfera, merced a las corrientes ascendentes de agua que las provocan. Si así fuera, el aumento de CO2 en la atmósfera dispararía el efecto invernadero, trastocando el clima del planeta más aún de lo que ya lo está.

Así pues, lo sentimos por las focas, ballenas y pingüinos, pero por el bien de todos sería interesante que no viésemos polinias cada invierno sobre el Mar de Weddell.

Me enteré leyendo Science Alert.