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Hay que evitar la inflamación para combatir las enfermedades relacionadas con la edad

De acuerdo con la Sociedad Estadounidense de Farmacéuticos Consultores, la gente de entre 65 y 69 años toma un promedio de quince medicinas recetadas al año, y la gente que tiene entre 80 y 84 años toma 18 medicamentos recetados al año. (Gracia Lam/The New York Times)
De acuerdo con la Sociedad Estadounidense de Farmacéuticos Consultores, la gente de entre 65 y 69 años toma un promedio de quince medicinas recetadas al año, y la gente que tiene entre 80 y 84 años toma 18 medicamentos recetados al año. (Gracia Lam/The New York Times)

La cruzada para encontrar una fuente de la juventud comenzó hace muchos siglos y la han arruinado muchas salidas en falso y promesas incumplidas. Sin embargo, la ciencia médica moderna cada vez está más cerca de una solución que podría permitir de manera realista que la gente tenga vidas más largas y saludables, si está dispuesta a sacrificar algunos placeres hedonistas populares.

Los especialistas en la biología del envejecimiento han identificado un trastorno que casi no se reconoce, pero que es universal, y contribuye de manera importante al padecimiento de una gran variedad de enfermedades que perjudican la salud, desde las cardiopatías, la diabetes y el cáncer hasta la artritis, la depresión y la enfermedad de Alzheimer. Este trastorno es la inflamación crónica, un tipo de irritante de baja intensidad que puede minar el bienestar de casi cualquier sistema corporal.

La inflamación crónica afecta a todos los mamíferos en distintos grados conforme avanza la edad, independientemente de que haya alguna infección. Los investigadores le llaman “envejecimiento inflamatorio”. Como lo plantearon Roma Pahwa del Instituto Nacional del Cáncer e Ishwarlal Jialal de la Universidad Estatal del Norte de California en un informe reciente: “Aunque la inflamación crónica avance con lentitud, es la causa de la mayoría de las enfermedades crónicas y es una amenaza importante para la salud y la longevidad de los individuos”.

No obstante, estudios recientes han identificado medidas que están virtualmente disponibles para todo el mundo y podrían minimizar la fuerza de la inflamación crónica y obstaculizar —e incluso revertir— su evolución. Las medidas no serán ninguna sorpresa para la gente familiarizada con los consejos de salud que se han ofrecido en esta columna durante muchos años: adoptar una dieta saludable (se dan los detalles a continuación), hacer ejercicio de forma regular, evitar o reducir el exceso de peso, tener una calidad de sueño adecuada, minimizar el estrés y no fumar.

En esencia, la inflamación crónica, la cual puede durar para siempre, se da cuando el sistema inmune no logra desactivar por completo su respuesta ante una enfermedad, un traumatismo o una lesión. Entre los factores que la provocan están la incapacidad del cuerpo para eliminar algún agente que induce la inflamación, como alguna bacteria u hongo; la exposición a una sustancia externa que no se puede eliminar, como el asbesto o el polvo de sílice, y la presencia de una condición autoinmune, como la artritis reumatoide.

A medida que la gente envejece, la regulación de sus respuestas inmunes es cada vez menos efectiva, lo que da como resultado niveles elevados de sustancias inflamatorias en la sangre como la proteína C reactiva y las quimiocinas, y permite que los agentes inflamatorios como la interleucina-6 (IL-6) y el factor de necrosis tumoralalfa (TNF-alfa) permanezcan en los tejidos corporales.

El fármaco metformina, que se suele usar para el tratamiento de la diabetes tipo 2, es conocido por tener un efecto antinflamatorio y será analizado a fin de conocer su capacidad para retardar el desarrollo de enfermedades relacionadas con la edad en una prueba de próxima realización llamada TAME, acrónimo de Targeting Aging with Metformin (tratar el envejecimiento con metformina).

Otra consecuencia del envejecimiento es la acumulación de las llamadas células senescentes, células normales que dejan de dividirse, contribuyen al envejecimiento de los tejidos y secretan sustancias como las citoquinas que inducen la inflamación. Eliminar las células senescentes puede contrarrestar la inflamación crónica, comentó Steven N. Austad, director de estudios sobre el envejecimiento de la Universidad de Alabama, campus Birmingham. En un estudio realizado en ratones obesos en la Clínica Mayo, se demostró que una combinación de dos fármacos, dasatinib y quercetina, eliminaba las células senescentes y permitía que el crecimiento celular continuara en el cerebro. En enero, se informó de los hallazgos en Cell Metabolism.

Sin embargo, los consumidores no tienen que esperar los resultados de los estudios de los fármacos en personas para tomar medidas que pueden mantener a raya la inflamación crónica y los padecimientos relacionados con el envejecimiento que esta podría provocar o exacerbar. Ya se pueden adoptar sin peligro muchas medidas prácticas conocidas para contrarrestar la inflamación crónica.

Empecemos por definir qué alimentos debemos comer y cuáles debemos evitar. Es probable que lo que viene a continuación les suene familiar a los aficionados a la dieta mediterránea: una dieta a base de plantas enfocada en frutas y verduras, granos enteros y alimentos como la soya y la linaza que contienen ácidos grasos omega-3, así como pescados de agua fría.

Una dieta mediterránea es rica en micronutrientes como el magnesio, la vitamina E y el selenio, que tienen efectos antinflamatorios y un alto contenido en fibra que fomenta niveles más bajos de dos potentes sustancias inflamatorias, la IL-6 y el TNF-alfa.

Frank Hu, profesor de nutrición y epidemiología de la Escuela de Salud Pública T. H. Chan de la Universidad de Harvard, recomienda enfáticamente limitar o eliminar el consumo de alimentos que son conocidos por tener un efecto que promueve la inflamación. Entre estos se encuentran todos los carbohidratos refinados como el pan blanco, el arroz blanco y las masas, las bebidas azucaradas, los alimentos fritos, la carne roja y las carnes procesadas. Son las mismas comidas a las que desde hace mucho tiempo se les ha relacionado con la obesidad (por sí sola un factor de riesgo para la inflamación), las enfermedades cardiacas y la diabetes tipo 2.

En su lugar, Hu recomienda el consumo frecuente de alimentos reconocidos por tener un efecto antinflamatorio. Entre ellos se encuentran las verduras de hojas verdes como las espinacas, la col rizada y el repollo; los pescados grasos como el salmón, la caballa, el atún y las sardinas; frutas como las fresas, las moras azules, las manzanas, las uvas, las naranjas y las cerezas; frutos secos como las almendras y las nueces, y el aceite de oliva. Los alimentos de origen vegetal recomendados contienen antioxidantes naturales y polifenoles, y los pescados son ricos en ácidos grasos omega-3; todo lo anterior contrarresta la inflamación.

El café y el té también contienen polifenoles protectores, entre otros compuestos antinflamatorios.

En conclusión: mientras menos procesada sea tu dieta, mejor.

Al mismo tiempo, no te olvides de hacer ejercicio de forma regular, lo cual James Gray, cardiólogo del Centro Scripps para la Medicina Integral, asegura que es “un excelente mecanismo para evitar la inflamación”. Gray recomienda entre 30 y 45 minutos de ejercicio aeróbico, y entre 10 y 25 minutos de entrenamiento con pesas o de resistencia al menos cuatro o cinco veces a la semana.

“Aunque el ejercicio es inflamatorio mientras lo practicas, el resto del tiempo te hace bien pues reduce la inflamación y, después de todo, no pasas la mayor parte de tu vida haciendo ejercicio”, me comentó Stephen Kritchevsky, profesor de gerontología y medicina geriátrica de la Escuela de Medicina de la Universidad de Wake Forest. Independientemente de cualquier efecto que tenga en el peso, se ha demostrado que el ejercicio disminuye la cantidad de muchas moléculas y citoquinas que promueven la inflamación.

Otras dos recomendaciones de Kritchevsky: “Si tienes sobrepeso, piérdelo para reducir la carga inflamatoria del cuerpo”, y realízate limpiezas dentales de forma regular para controlar la enfermedad periodontal, la cual puede ser una fuente de inflamación crónica. “No hay barreras entre las encías y la circulación”, advirtió, y la enfermedad periodontal desde hace tiempo ha estado ligada con el aumento del riesgo de enfermedades cardiacas.

El estrés crónico también contribuye a la inflamación, según Gray. Algunas prácticas populares de larga tradición como la meditación y el yoga, entre otras, pueden ayudar a manejar el estrés a lo largo del día. “Tal vez no podamos cambiar muchas de las situaciones estresantes con las que nos encontramos en la vida, pero podemos cambiar nuestra respuesta y percepción aprendiendo a manejar mejor el estrés”, señaló.

Pahwa y Jialal señalaron que el estrés también provoca trastornos del sueño y que “es más probable que los individuos con horarios irregulares de sueño padezcan una inflamación crónica que aquellos que duermen con mayor constancia”.

Por último, sé sensato al usar antibióticos, antiácidos y fármacos antinflamatorios no esteroideos (NSAID, por sus siglas en inglés), pues pueden alterar el rango normal de una población saludable de microorganismos en el intestino y generar “un intestino permeable que permita que las bacterias ingresen en la circulación y propicie en gran medida la inflamación”, agregó Kritchevsky.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2019 The New York Times Company