Para evitar una catástrofe climática, tenemos que salvar los grandes árboles del mundo | Opinión

En 2020, tras los trágicos incendios que quemaron millones de hectáreas en la Amazonia, Australia, Indonesia, Estados Unidos, el Mediterráneo y Siberia, un noticiero internacional se hizo una pregunta fundamental: “¿Qué pasará si desaparecen todos los bosques del mundo?”

Nuestra respuesta fue contundente: “Los humanos se extinguirán. Y punto”.

Los árboles proporcionan funciones esenciales que nos mantienen vivos. Estas máquinas verdes contienen billones de eficientes fábricas de energía –conocidas como hojas– sin las cuales no puede existir vida en la Tierra.

Hemos dedicado colectivamente más de 11 décadas a estudiar los bosques y la biodiversidad mundial. Esto incluye una serie de programas fuera de nuestras propias fundaciones: “Un millón de árboles para el año 2000” en la década de 1980 en el interior de Australia, después de que la mortandad acabara con millones de eucaliptos rurales; Mission Green para salvar 10 de las extensiones forestales de mayor biodiversidad del mundo; y Trees for Jane en 2021, alineada con Naciones Unidas, y la cual pretende restaurar mil millones de árboles para 2030.

Como dos biólogos de campo que han pasado miles de horas bajo las copas de los bosques, hemos visto cómo los árboles mantienen sano el planeta. Y aunque ambos abogamos por la plantación de árboles, ante todo queremos hacer un llamamiento para salvar los árboles grandes y los bosques maduros.

Esta distinción es fundamental. Sí, es absolutamente necesario plantar más árboles. Estos esfuerzos beneficiarán a nuestros nietos. Pero para la generación actual, y a raíz de la aceleración del cambio climático, necesitamos conservar los bosques nativos maduros, cuyos árboles son los ciudadanos mayores del planeta.

Se calcula que el 50% de la biodiversidad terrestre de nuestro planeta vive en las copas de los árboles. Pasarán décadas –más bien siglos– antes de que los koalas puedan sobrevivir en las copas de los arboles de goma recién plantados o de que los pájaros vuelvan a anidar en sus ramas más altas. Los grandes árboles proporcionan servicios ecosistémicos esenciales, tanto económicos como culturales, incluso mientras dormimos: agua dulce, control del clima, medicinas, madera, almacenamiento de carbono, producción de energía, alimentos, conservación del suelo, una biblioteca genética para millones de especies y un santuario espiritual esencial para más de 2,000 millones de personas. Los bosques primarios, o antiguos, son preciosos. Son los centinelas incondicionales que se interponen entre la vida y su extinción.

La biomasa vegetal total se redujo a la mitad hasta alcanzar las 450 gigatoneladas (GT) ya que los seres humanos han talado cada vez más los bosques en las últimas generaciones. Los fragmentos cada vez más pequeños de las selvas tropicales almacenan hoy menos carbono que hace 20 años, en parte porque hemos talado demasiados árboles grandes y luego hemos vuelto a plantar plántulas en paisajes cálidos, secos y despejados en los que pocas sobrevivirán. Las tres principales regiones de bosques tropicales primarios de la Tierra –el sudeste asiático, la Amazonia y la cuenca del Congo– se están reduciendo rápidamente debido a la tala de árboles por parte del hombre y a la alteración del clima.

En Estados Unidos, la Florida ha talado 1.95 millones de hectáreas de árboles entre 2000 y 2020, lo que supone un increíble 26% de reducción en los bosques autóctonos del estado, y sin embargo este estado depende del turismo de naturaleza, incluida la recreación forestal, para gran parte de su economía. En esencia, nos estamos disparando en el pie. Durante la vida de cualquier Baby Boomer, aproximadamente el 50% de los bosques maduros del planeta ya han sido eliminados o degradados por las actividades humanas. Es un historial deplorable.

Plantar árboles es importante, pero sus beneficios no se materializan hasta pasadas muchas décadas. En el caso de las selvas tropicales, pueden ser necesarios mil años o más para restaurar los árboles maduros, además de las millones de especies residentes –como las orquídeas y sus abejas polinizadoras específicas– que viven en las copas. No tenemos el lujo de ese largo plazo para restaurar un nuevo grupo de “ciudadanos mayores” arbóreos.

Muchos países están destacando las actividades de plantación de árboles, lo cual es loable, pero tenemos que dar prioridad a salvar los bosques existentes. Recientemente, Etiopía organizó un día oficial del árbol en el que los ciudadanos plantaron más de 350 millones de germinados; otros países han emprendido acciones similares. Pero la tasa de éxito en la supervivencia de las plántulas es extremadamente pequeña, a no ser que se riegue y proteja a cada minúscula planta, muchas de ellas preferiblemente bajo la copa de grandes árboles, hasta que alcancen cierta edad.

Las millones de especies que viven en las copas de los grandes árboles no solo sirven de botica futura para la salud humana, sino que proporcionan polinizadores esenciales, alimentos y materiales que sostienen a los seres humanos; son bloques de construcción de los ciclos ecológicos esenciales que mantienen sano nuestro planeta. Ambos estamos de acuerdo en que la humanidad se enfrenta a una situación planetaria similar a la de las urgencias en un hospital: ¿Qué debemos salvar en primer lugar? Sostenemos que debe centrarse en salvar las partes de la naturaleza que más contribuyen a la salud del planeta.

Plantar árboles es importante, pero salvar árboles grandes –y bosques enteros– es aún más crítico. No hay tiempo que perder.

La doctora Meg Lowman es fundadora y directora ejecutiva de la TREE Foundation y exploradora de National Geographic. La doctora Jane Goodall es fundadora de la Jane Goodall Foundation y Mensajera de la Paz de Naciones Unidas.

Lowman
Lowman
Goodall
Goodall