Pese a la cancelación de la Euroliga, la Champions League no debería correr peligro

Un operario desinfecta los asientos del pabellón Sinan Erem de Estambul antes de un partido de baloncesto.
Operarios del pabellón Sinan Erdem de Estambul desinfectan los asientos antes del partido de Euroliga entre el Anadolu Efes y el Valencia previsto para el 12 de marzo pero que no llegó a jugarse. Foto: Arif Hudaverdi Yaman/Anadolu Agency via Getty Images.

Era, como suele decirse, un secreto a voces. Pero ya es oficial: la Euroliga, la competición más importante del baloncesto en nuestro continente, se ha cancelado. Tras una reunión entre los clubes participantes y la organización del torneo se ha decidido que la edición 2019/20 se quede sin terminar.

A esta conclusión se ha llegado en la reunión celebrada esta mañana, fecha límite que se habían impuesto a sí mismos para resolver el futuro de una competición que lleva suspendida desde el 12 de marzo. Y no ha hecho falta mucho debate: según cuenta el diario As, ni siquiera han tenido que votar porque todos los implicados han estado de acuerdo en que no era sensato seguir adelante. Se cumplen así los deseos de los jugadores, que no estaban muy por la labor de tener que volver a jugar.

Los motivos son bastante evidentes, pero por si queda alguna duda, los ha explicado el periodista especializado Andrés Aragón en un hilo de Twitter muy esclarecedor. Con la pandemia del coronavirus recorriendo Europa y afectando a distinto ritmo a los diferentes países, la logística de un campeonato en el que hay españoles, italianos, turcos, griegos, rusos, lituanos, alemanes, franceses, serbios y hasta israelíes habría sido una pesadilla imposible de gestionar, y más teniendo en cuenta los periodos de cuarentena que habrían sido necesarios al cruzar cada frontera.

La opción de una sede única también se descartó por razones parecidas. No hay ciudad que se atreva ahora mismo a recibir plantillas de lugares tan distantes, con el riesgo que eso supone, y con ninguna contrapartida, ya que jugar a puerta cerrada supone un beneficio económico prácticamente nulo para el organizador. Y, en cualquier caso, está también el problema de las fechas: ninguna solución satisfactoria podría acabar, en el mejor de los casos, antes de agosto, lo que implica invadir la temporada que viene o comprometer demasiado una preparación adecuada.

Visto lo ocurrido con el baloncesto, que, por número de aficionados, puede considerarse el segundo deporte de equipo más importante de Europa, ahora se pone el foco en lo que pasará con el primero: el fútbol. Porque la situación es parecida: el virus obligó a frenar (casi) todas las competiciones a mediados de marzo. Algunas ligas nacionales, como la alemana, ya han vuelto a arrancar, y otras, sin ir más lejos la española, prevén hacerlo pronto. Pero ¿qué sucede con las competiciones internacionales?

La Liga de Campeones se cortó abruptamente con los octavos de final a medio disputar. Algunos equipos, como el Atlético de Madrid, ya habían conseguido su clasificación; otros como el Real Madrid o el Barcelona, aún tenían que disputar los partidos de vuelta. ¿Es sensato seguir adelante en cuanto se pueda o se debería tomar ejemplo del mundo de las canastas y olvidarse hasta el año que viene?

Más allá de consideraciones económicas y presupuestarias para los clubes, puesto que tan importante es la Champions para unos como la Euroliga para otros, centrémonos en aspectos organizativos y sanitarios. En este sentido, entre el balompié y el basket hay diferencias muy significativas. El formato de lo que queda por jugarse es completamente distinto, lo que impide usar a una como referencia de la otra.

Porque la Euroliga funciona, efectivamente, de forma análoga a una liga nacional. Hay dieciocho equipos que se enfrentan todos contra todos a dos vueltas, a lo largo de 34 jornadas con 9 partidos en cada una. De ellas, antes de la suspensión, había dado tiempo a completar 28. Cuando esta fase regular acaba, los ocho primeros clasificados se meten en un playoff con cuartos de final al mejor de tres victorias (es decir, entre tres y cinco partidos), y por último una final four para decidir al campeón.

Esto significa que, en el mejor de los casos (suponiendo victorias 3-0 en todos los cuartos de final), faltaban aún 70 partidos por disputarse para terminar la competición si se mantiene el formato vigente; cada equipo jugaría al menos seis, y a alguno le quedan hasta once. Cambiar el sistema de una competición a mitad de temporada no suena muy razonable, y más en una edición como la actual en la que la tabla está apretadísima. Basta observar que el sexto (Panathinaikos) tiene 14 victorias y el decimocuarto (Estrella Roja), 11. Hasta cinco equipos, incluyendo el Baskonia y el Valencia, están empatados a 12.

Con seis jornadas por delante literalmente cualquier cosa puede pasar, así que permitir que avancen los ocho primeros actuales no parece la opción más justa. Recortar a cuatro y abreviar la final four tampoco convence, porque el CSKA (cuarto) y el Maccabi (quinto) están empatados a 19 y no han jugado uno de los dos partidos entre sí, así que dejar a los hebreos fuera sería demasiado arbitrario. Ante semejante embrollo, efectivamente, la cancelación es lo más adecuado.

un jugador del Barcelona de baloncesto conduce la pelota ante la defensa del Real Madrid durante un partido de Euroliga.
Jugadores del Real Madrid y el Barcelona durante un enfrentamiento de Euroliga esta temporada. Foto: Óscar González/NurPhoto via Getty Images.

Sin embargo, en la Champions League ya no hay liguilla que jugar. Todo lo que queda son eliminatorias. Habría que resolver los cuatro octavos de final que han quedado pendientes, y a partir de ahí, perfectamente se puede pactar jugar los cuartos y las semifinales a partido único en sede neutral. De esta manera, con siete partidos más en total, de los que ningún equipo disputaría más de tres, y un poco de buena voluntad, el asunto puede quedar resuelto en apenas una semana.

Dentro de ese lugar intermedio en el que meter a esos ocho equipos, ni siquiera hace falta que todos los partidos sean en el mismo gran estadio, sino que se pueden usar varios repartidos por la ciudad, independientemente de su tamaño; al no haber público, basta con que el césped estuviera en condiciones y que las cámaras de televisión tengan sitio para maniobrar. La ciudad deportiva de cualquier gran club europeo cumple sobradamente con los requisitos. Se puede establecer también una cuarentena única para todos los competidores (cuya duración se encargaría de determinar el gobierno del país anfitrión). Se pueden, asimismo, determinar las fechas esperando a que las competiciones nacionales reanudadas hayan acabado. Técnicamente es viable, no con riesgo cero (porque eso es imposible) pero sí con medidas de control más que generosas.

Otra cosa es que desde el punto de vista comercial no sea rentable, o que los aficionados más románticos consideren (quizás con razón) que el fútbol sin espectadores no tiene sentido y crean que lo más adecuado es pararlo todo hasta que los hinchas no puedan volver a las tribunas. Pero eso son consideraciones éticas y morales de cada uno que dan, y de hecho han dado, para debates largos y profundos. El hecho es que la suspensión del baloncesto, que está plenamente justificada, no tiene por qué influir en ninguna decisión que se adoptara con respecto al fútbol. Son universos totalmente distintos y no hemos de caer en la trampa de vincularlos.

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