El problema con el que no contaba la UEFA y deja por los suelos a la Eurocopa

Aficionados con una bandera húngara en el estadio de Budapest durante un partido
Aficionados colocan una bandera húngara sobre una pancarta con el logo de la Eurocopa. Foto: Nick England - UEFA via Getty Images.

"En su cabeza sonaba espectacular", dicen los de Pantomima Full. Y sí: celebrar la Eurocopa de 2020 no en un solo país anfitrión, como es costumbre, sino estableciendo sedes repartidas por todo el continente era una idea que, a priori, tenía bastante sentido cuando se planteó hace ocho años como celebración especial por el 60º aniversario de la competición. Lástima que llegara la pandemia del coronavirus para echarlo todo abajo, obligando entre otras cosas a retrasar el torneo un año.

Lamentablemente la enfermedad no ha desaparecido de nuestras vidas, así que la opción más sensata, ya que se han empeñado en seguir adelante, habría sido un cambio de planes que concentrara todos los partidos en una sola ubicación, al estilo de lo que se hizo el pasado verano para las últimas rondas de la Champions League. Pero no: la UEFA ha considerado adecuado mantener el esquema y hacer viajar a los futbolistas de punta a punta de Europa para disputar sus partidos. De Sevilla a Bakú, de Roma a San Petersburgo, miles de kilómetros y abundantes fronteras tanto dentro como fuera de la Unión Europea separan los terrenos de juego. Es lo que hay.

Pese a la preocupación razonable por el caos que se podría generar dadas las circunstancias, de momento, con la segunda jornada de la fase de grupos ya en juego, todo está saliendo razonablemente bien. O casi todo. Porque a la Unión Europea de Fútbol Asociación, siempre tan preocupada por las formas y por quedar bien, una de las ciudades escogidas se le está convirtiendo en un quebradero de cabeza importante: Budapest.

La capital de Hungría aporta el Puskás Arena para la mitad de los partidos del grupo F, incluyendo dos de los tres que han de disputar los magiares (el tercero, contra Alemania, será en Múnich) y uno de los platos fuertes: todo un Portugal - Francia. De momento, el pasado día 15 los de casa recibieron a los lusos e hicieron un papel digno al resistir con la portería a cero hasta el minuto 84, aunque se acabaran derrotando y el marcador reflejara un 0-3 que quizás fuera excesivo para los méritos de unos u otros. Los problemas, sin embargo, no estuvieron sobre el césped, sino en las gradas.

Un aficionado húngaro, rodeado de otros seguidores, levanta un brazo y con la otra mano sostiene un vaso de cerveza.
Aficionados húngaros en la grada durante el partido contra Portugal. Foto: Nick England - UEFA via Getty Images.

Hungría se está convirtiendo en una especie de verso libre en el seno de la Unión Europea. Con una población de algo menos de 10 millones de habitantes, acumula más de 800.000 contagios y casi 30.000 fallecidos; proporcionalmente, es como si en España anduviéramos cerca de los 150.000 cadáveres, en lugar de los 80.000 que tenemos y que ya nos escandalizan. Sí es verdad que, tras una ola particularmente dura a finales de marzo, la cantidad de nuevos infectados ha bajado mucho y que el ritmo de vacunación está siendo bueno: más de la mitad de la ciudadanía ya tiene al menos una dosis.

Aun así, el virus sigue ahí... aunque al gobierno que lidera el derechista y ultranacionalista Viktor Orbán le parezca que ya ha desaparecido. Por eso, en Hungría se permite que los espectadores acudan sin apenas restricciones: 55.662 espectadores abarrotaron las gradas anteayer. Hay quien lo ve con envidia, hay quien lo considera una temeridad que podría causar rebrotes y que, en última instancia, es responsabilidad de la UEFA como gestora de la Eurocopa.

Pero no es solo que la gente esté presente, sino lo que hace cuando ocupa su asiento. El ambiente político, y por tanto social, está un tanto enrarecido en Hungría. El partido Fidesz, que manda desde 2010 acaparando casi la mitad de los votos pero con mayoría incuestionable en el parlamento, defiende posiciones que a veces sobrepasan con creces la línea del conservadurismo y se pueden calificar sin reparos como populismo ultraderechista. Es célebre, por ejemplo, su hostilidad manifiesta a cualquier cosa que suene remotamente a homosexual, ya que lo vincula con la pedofilia; recientemente ha saltado a los titulares de todo el mundo la intención del ejecutivo de prohibir en las escuelas toda temática que tenga relación con la comunidad LGTB+.

Llevado al fútbol, esto se tradujo en episodios lamentables durante el partido contra Portugal. Según cuenta The Guardian, la UEFA tiene un informe oficial que indica que se detectaron pancartas ofensivas en la grada: en alguna de ellas se podía leer el lema "Anti-LMBTQ", que corresponde a las iniciales del colectivo en idioma húngaro. También se registraron cánticos homófobos contra el jugador portugués Cristiano Ronaldo.

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Por si no fuera suficiente, también ha habido recientemente polémicas de tipo racista. El pasado 8 de junio se jugó (en el sensiblemente más pequeño estadio Ferenc Szusza, también en Budapest, pero igualmente con público en las gradas) un amistoso de preparación contra la República de Irlanda. El partido en sí fue más bien anodino, con un 0-0 que no pasará a la historia. Los problemas vinieron cuando los visitantes decidieron repetir el gesto de hincar la rodilla en el suelo, en solidaridad con el movimiento Black Lives Matter.

La reacción del público fue tan contundente como desagradable: abuchear a los jugadores de verde. Y no sorprendió a nadie que ocurriera algo así. El gobierno y la federación nacional (que, a juicio de la organización contra la discriminación Fare Network, en este asunto son indistinguibles) llevaban días difundiendo la idea de que esta acción no luchaba contra el maltrato a los negros, sino que en realidad se trataba de un mensaje político.

Que el único lugar donde acude el público de forma masiva sea un foco de transmisión de ideas intolerantes y hostiles a la convivencia no es precisamente lo que mejor le puede venir a los mandamases del fútbol internacional. Va en contra de todas las campañas integradoras del organismo que dirige Aleksander Čeferin, como Respect o #EqualGame, y en cuanto a la imagen y a la reputación que da al organismo internacional, no puede ser más negativa, porque aunque ante semejantes actos la responsabilidad última es de las autoridades húngaras, no dejan de ser los nombres de la UEFA y el de la Eurocopa los que se manchan.

Afortunadamente para la tranquilidad de los dirigentes del balompié continental, solo queda un escollo grave que superar: el Hungría-Francia del próximo día 19, porque en el último partido entre los galos y Portugal es de suponer que habrá una afluencia de espectadores inferior. Si se producen nuevos incidentes (y las probabilidades son altas), se lidiará con ellos como buenamente se pueda. Después, en la UEFA respirarán aliviados y, esperemos, tomarán nota de cara a no repetir el mismo error en el futuro.

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