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Estela Lucio, alma africana que engalana con su baile a Veracruz

XALAPA, Ver., agosto 28 (EL UNIVERSAL).- Los tamboreros golpean el cuero con enjundia, los potentes sonidos se extienden por el lugar y envuelven a una menudita mujer mestiza cuyos movimientos hipnóticos se mimetizan al fragor de las notas musicales.

Los ritmos guineanos y de Malí, ejecutados con el d'jembe, se apoderan del cuerpo de Estela Lucio, nacida en las entrañas de la huasteca veracruzana, pero con una profunda alma africana.

Los ritmos djole, tiriba, soko, lamba, makuru- yankadi, kassa, kuku, sorsornet, entre muchos más, los domina y los siente en su cuerpo cada vez que baila y se deja ir como cuando en sus años de juventud danzaba al lado de maestros africanos en las calles de Nueva York.

Desde estas tierras del Golfo de México, por donde los españoles ingresaron a tierras aztecas, Estela Lucio recuperó una parte de la esencia de la tercera raíz, representada en esclavos africanos y caribeños que aportaron su sangre y ADN a los mexicanos.

"Hay que resaltar que tenemos sangre africana, sangre negra. La generación de mis padres y mi generación tiene mucha resistencia a aceptar que tenemos ascendencia africana", afirma.

Desde espacios culturales independientes o incluso en casa, recorriendo regiones apartadas de todo México, la coreógrafa y bailarina se ganó a pulso ser considerada la precursora de la danza afro en el país.

"Un camino a veces muy lindo y con muchas satisfacciones, y a veces un camino tortuoso. No es tan fácil declararse bailarina de danza africana: qué difícil para mí decir eso", admite.

Su mente aún evoca aquella consola que su padre, Don Crescencio Lucio Mata, el trabajador petrolero, compró para escuchar música clásica, algo raro en aquella época donde los empleados de Petróleos Mexicanos gastaban su vida en cantinas y burdeles.

Con aquellos ojos de niña, miraba a su padre y su tío Andrés Mata, el Tío Paquín, bailar Mambo y Chachachá en una modesta vivienda de Cerro Azul, donde los campos petroleros eran sinónimo de riqueza y estatus.

"Ese fue mi primer acercamiento a la música afro, porque es música afro dentro de todo, son los nietos de toda la influencia africana que hemos tenido, Mis padres dicen que desde que tenía un año o dos yo bailaba", dice.

Amó los acetatos de la Orquesta Aragón y su pequeño cuerpo giraba junto a los dos hombres: "era el gran descubrimiento y entonces ahí bailamos los tres. Mi tío, mi papa y yo, baile y baile", rememora como una perfecta escena cinematográfica.

Como los profundos y, a veces, erráticos movimientos de la danza africana, la vida de Estela también tuvo giros y giros: estudió arquitectura, pasó por el teatro, aprendió danza contemporánea en el Taller de Guillermina Bravo en el Ballet Nacional de México, pero el embrujo africano la envolvió en la Gran Manzana.

"Se fue apoderando de mí y resulta que en todo el país no había nadie que hiciera eso y yo no sabía: fue casualidad porque yo no dije: yo vengo a ser la precursora, yo no tenía ni la menor idea, pero poco a poco fue tomando fuerza", suelta.

Al viajar a esa ciudad para continuar sus estudios en la escuela de Martha Graham, Merce Cunningham y Louis Falco, precursores de la danza moderna y contemporánea, se topó con una clase de danza del oeste de África. Y empezó a tomar clases hasta que la sangre le hirvió.

"Un baile gozoso, un baile que invita a reír, que invita a sentirse con vida, es un baile que está muy en contacto con la naturaleza y hablan de la naturaleza, como es algo natural, es algo muy vivo", describe.

Atrás quedó la danza contemporánea y su vida fue envuelta por la africana sobre todo de Senegal, Costa de Marfil, Woo y del Congo, pero además la afrocaribeña.

Desde 1976, ha participado en México, Estados Unidos y el Caribe como coreógrafa y bailarina en numerosos grupos de danza contemporánea, danza africana y afro mestiza.

Es fundadora, junto con el maestro Javier Cabrera, del Grupo Rumbamba, con el cual se presentó en festivales artísticos nacionales e internacionales, desde el Afrocaribeño en Veracruz y Cancun, hasta el Festival del Caribe en Santiago de Cuba.

"Es involucrar el espíritu de nuestra esencia del baile que se ha perdido. Se ha perdido la parte gozosa", señala la también directora del grupo Danzas de Niebla que recrea en la escena contemporánea ritos y mitos de la cultura prehispánica.

Carga a cuestas haber formado generaciones de bailarines que hoy se desenvuelven exitosamente en el terreno profesional.

"Lo veo como semillas, no sé qué importancia tenga, pero yo hasta la fecha sé que han seguido, han continuado y espero que sean creativos".

Y hoy a sus 67 años sigue impartiendo cursos, sin dejar aquellas enseñanzas de sus maestros, como esa pequeña ceremonia al final de la danza, de frente al tambor y recitando:

"Del corazón de la tierra a nuestro corazón, de nuestro corazón al corazón de la tierra, del corazón de la tierra a nuestro corazón, de nuestro corazón al corazón del tambor".