¿Por qué los Estados Unidos de Trump no pueden ser como Italia?

Hace unos días, The New York Times publicó un largo y condenatorio artículo sobre cómo el gobierno de Trump logró fracasar de una manera tan rotunda en su respuesta frente al coronavirus. Una buena parte del contenido confirmó las sospechas de cualquiera que le haya dado seguimiento a la debacle. Sin embargo, una cosa que no vi venir fue el aparente papel principal de la experiencia italiana.

Como tal vez sepas, Italia fue la primera nación de Occidente en experimentar una gran ola de infecciones. Los hospitales se saturaron; uno de los resultados fue una terrible tasa de mortalidad inicial. No obstante, los casos alcanzaron su máximo después de unas pocas semanas y comenzaron un declive pronunciado. Y los funcionarios de la Casa Blanca aparentemente estaban confiados en que Estados Unidos iba seguir un camino similar.

No fue así. Los casos en Estados Unidos se estancaron durante un par de meses, luego comenzaron a aumentar con rapidez. Las tasas de mortalidad les siguieron después de un tiempo. En este momento, solo nos queda ver con anhelo el éxito de Italia para contener el coronavirus: los restaurantes y los cafés están abiertos, aunque con restricciones, buena parte de la vida normal se ha reestablecido, pero la tasa de mortalidad actual de Italia es menos de una décima parte de la estadounidense. Hace poco, en un día típico, murieron más de 800 estadounidenses por COVID-19, pero solo alrededor de una decena de italianos.

A pesar de que Donald Trump se sigue jactando de haber tenido la mejor respuesta del mundo frente al coronavirus, y algunos simpatizantes crédulos tal vez realmente se lo crean, supongo que mucha gente está consciente de que nuestro manejo del virus se ha quedado trágicamente corto en comparación con el de Alemania, por ejemplo. Sin embargo, tal vez no sea ninguna sorpresa que la disciplina y competencia alemana hayan rendido frutos (aunque solíamos pensar que estábamos mejor preparados que el resto del mundo para enfrentar una pandemia). No obstante, ¿por qué a Estados Unidos le está yendo mucho peor que a Italia?

Una pareja con mascarillas en la Plaza de España en Roma. (Photo by Annette Riedl/picture alliance via Getty Images)
Una pareja con mascarillas en la Plaza de España en Roma. (Photo by Annette Riedl/picture alliance via Getty Images)

Mi intención no es presentar estereotipos nacionales simplistas. A pesar de todos sus problemas, Italia es un país serio y sofisticado, no el escenario de una ópera bufa. Sin embargo, Italia entró a esta pandemia con desventajas considerables si la comparamos con Estados Unidos.

Después de todo, la burocracia de Italia no tiene fama de eficiente, ni tampoco sus ciudadanos son conocidos por su disposición para seguir las reglas. El gobierno de la nación tiene una deuda profunda, y esta deuda importa porque Italia no tiene su propia moneda; esto quiere decir que no puede hacer lo mismo que nosotros hacemos cuando imprimimos mucho dinero en una crisis.

Una demografía desfavorable y problemas económicos también son importantes desventajas italianas. La proporción entre la cantidad de personas de la tercera edad y los adultos en edad de trabajar es la más alta del mundo occidental. El récord de crecimiento de Italia es muy decepcionante: el producto interno bruto per cápita lleva estancado dos décadas.

No obstante, cuando llegó la hora de hacerle frente a la COVID-19, una inmensa ventaja superó todas esas desventajas italianas: Italia no llevaba a cuestas el desastroso liderazgo estadounidense.

Después de un inicio terrible, Italia actuó con rapidez para hacer lo que fuera necesario con el fin de ocuparse del coronavirus. Instituyó un cierre de emergencia muy riguroso y se atuvo a él. La ayuda gubernamental ayudó a mantener a los trabajadores y los negocios durante la cuarentena. La red de seguridad tuvo huecos, pero los altos funcionarios intentaron hacerla marchar; en un caso supremo de lo opuesto al trumpismo, el primer ministro incluso se disculpó por las demoras de la ayuda.

Y, de una forma significativa, Italia aplastó la curva: mantuvo el cierre de emergencia hasta que los casos fueron relativamente pocos y tomó sus precauciones para la reapertura.

Estados Unidos pudo haber seguido el mismo camino. De hecho, la trayectoria de la COVID-19 en el noreste, donde impactó con fuerza al principio, pero se tomó en serio el brote, de hecho se parece mucho a la de Italia.

Sin embargo, el gobierno de Trump y sus aliados presionaron para que hubiera una reapertura veloz, ignorando las advertencias de los epidemiólogos. Como no hicimos lo que hizo Italia, no logramos aplastar la curva; más bien todo lo contrario. La situación empeoró debido a una oposición patológica frente a cosas como el uso de mascarillas, de tal manera que incluso precauciones evidentes se volvieron campos de batalla en las guerras culturales.

Por lo tanto, se dispararon los casos, y luego las muertes. Incluso la recompensa económica prometida de una reapertura rápida y egoísta fue un espejismo: muchos estados están volviendo a imponer cierres parciales, y cada vez hay una mayor evidencia que apunta hacia un atascamiento en la recuperación de los empleos, sino es que una marcha atrás.

Increíblemente, Trump y sus aliados parecen no haber tenido ninguna especie de plan en caso de que la abrumadora opinión de los expertos fuera la correcta y la apuesta por ignorar el coronavirus no diera resultados. El Plan A fue un fiasco milagroso; no había ningún Plan B.

En particular, decenas de millones de trabajadores están a punto de perder beneficios cruciales de desempleo, y los republicanos no han decidido cuál será la mala respuesta que tomarán. El miércoles, algunos senadores republicanos plantearon la idea de disminuir los beneficios suplementarios de 600 dólares a la semana a tan solo 100 dólares, una reducción desastrosa para muchas familias.

Para alguien como Trump, todo esto debe ser humillante… o lo sería si alguien se atreviera a decírselo. Después de tres años y medio de Hacer a Estados Unidos grandioso de nuevo, nos hemos convertido en una figura patética en el escenario mundial, una moraleja sobre el orgullo antes de la caída.

En estos días, los estadounidenses tan solo pueden envidiar el éxito de Italia para sortear el coronavirus, su rápido regreso a una especie de normalidad que es un sueño distante en una nación que solía sentirse orgullosa de su cultura dinámica. A Italia a menudo se le refiere como “el enfermo de Europa”; entonces, ¿qué seríamos nosotros?

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This article originally appeared in The New York Times.

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