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Esta fruta desconocida podría llegar a tu supermercado gracias al CRISPR

Cerezas de tierra <i>Physalis pruinosa</i>. (Crédito imagen Wikipedia).
Cerezas de tierra Physalis pruinosa. (Crédito imagen Wikipedia).

No ha podido ser, este año el microbiólogo español Francis Mojica sonaba como favorito para el Premio Nobel de medicina o el de química por sus hallazgos sobre el ADN de la bacteria Haloferax mediterranei, que dieron lugar a la famosa tecnología CRISPR para la edición genética (el así llamado “corta y pega” de genes).

No obstante nadie duda ya de que esta técnica, que permite manipular casi a voluntad el ADN de un ser vivo para, incluirle un rasgo proveniente incluso de otra especie, ha venido para quedarse y para revolucionar nuestras capacidades. Prueba de ello la tenemos en un artículo recientemente publicado por Peter Dockrill en Science Alert sobre la baya de una planta silvestre de la que casi nadie ha oído hablar: la Physalis pruinosa. (Pariente del conocido como aguaymanto Physalis peruviana).

Los anglosajones llama a su fruto cereza de tierra (ground cherry), y aunque no hayas oído hablar nunca sobre esta baya, es probable que pronto te la encuentres en las vitrinas de tu supermercado gracias a la antes mencionada tecnología CRISPR.

La razón la tiene un reciente experimento con esta planta, encaminado a ilustrar la rapidez con la que se puede “domesticar” a una planta silvestre, si su ADN se manipula mediante “Repeticiones Palindrómicas Cortas Agrupadas y Regularmente Interespaciadas” (que eso es lo que significan las siglas CRISPR).

Para una planta poco conocida como esta, nativa de América central y del sur, el camino de entrada al selecto club de cultivos aceptados por la agricultura convencional habría sido largo y difícil de no contar con la ayuda de los científicos. Y tiene su lógica, ya que esta planta es difícil de cultivar y además su fruto cae al suelo de forma esporádica, a menudo antes incluso de que haya madurado.

Si los agricultores quisieran subsanar estas deficiencias a la manera tradicional, deberían comenzar a seleccionar los rasgos deseados a lo largo de múltiples generaciones, desechando los que no las cumplen y guardando las semillas de los que sí. Este proceso de selección artificial, el mismo que permitió a los humanos crear las diferentes razas de perro actuales a partir de los cachorros de lobo más dóciles, llevaría décadas, siglos o incluso más tiempo.

Ahora, la tecnología nos permite reducir este período a unos pocos años, lo cual ha quedado meridianamente claro tras un estudio reciente dirigido por Zachary Lippman (Laboratorio Harbor de Cold Spring) cuyos resultados acaban de publicarse en Nature plants.

En colaboración con investigadores del Instituto Médico Howard Hughes y el Instituto Boyce Thompson, Lippman secuenció algunos de los genomas de la cereza de tierra y utilizó CRISPR para manipular sus genes. Esto le permitió, por ejemplo, influir en una hormona que regula la floración, animando a la planta a ser más compacta y a producir frutos en racimo, en lugar de uno a uno. Otra de las modificaciones que llevó a cabo permitió que la fruta fuera más densa. Para terminar, una tercera modificación le permitió hacer crecer en tamaño a la fruta incrementando su número de secciones sembradas.

Por lo que puedo leer, para manipular estos rasgos los investigadores se basaron en el genoma del tomate y en los genes y mutaciones que controlan el crecimiento de su fruto.

No está mal para la primera fase de su estudio con la baya de esta planta solanácea. En próximos trabajos esperan modificar el sabor y color de la fruta. Hoy por hoy, tiene un sabor tropical y ácido con notas de vainilla y un olor “embriagador”. ¿Qué aspecto y sabor tendrá en el futuro? Eso es algo que ni siquiera los científicos tienen claro a día de hoy, aunque las posibilidades son infinitas.

Sin duda, a medida que el conocimiento de los investigadores mejore, es muy probable que terminemos por encontrarnos con cultivos diseñados completamente a medida, capaces de ser producidos de forma masiva en períodos de tiempo muy cortos. Sin duda una buena noticia para los plátanos, cuya existencia hace una década veíamos peligrar.

Me enteré leyendo Science Alert.