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El milagro de Eslovenia: la superpotencia del deporte del tamaño de Castilla-La Mancha

El ciclista Tadej Pogacar, vestido con el maillot amarillo del Tour de Francia, sujeta una bandera de Eslovenia.
Tadej Pogacar luce la bandera de Eslovenia en el podio del Tour. Foto: Michael Steele/Getty Images.

Cualquiera que haya visto las noticias en las últimas horas sabe que Tadej Pogacar acaba de proclamarse campeón del Tour de Francia tras dar una exhibición épica en la cronoescalada de la penúltima etapa el pasado sábado. Lo que quizás menos gente sepa es que su nombre, tal como lo hemos puesto, está mal escrito. En realidad es Pogačar, con un símbolo sobre la letra C (un “carón”, dicen los lingüistas) que modifica el sonido, de manera que se pronuncia parecido a “pogáchar”. Si eres hispanohablante es muy poco probable que tu teclado pueda generarlo, y, según cómo esté configurado tu navegador, a lo peor ni siquiera lo puedes ver correctamente, razón por la cual, con permiso de los puristas, los medios de comunicación en nuestro idioma tendemos a omitirlo.

No resulta difícil deducir que tantas complicaciones ortográficas se deben a que el nombre no está en nuestro idioma, sino en una lengua del grupo eslavo meridional emparentada muy de cerca con el serbocroata, el búlgaro y el macedonio. Porque Pogacar es un ilustre habitante de la República de Eslovenia. Mismo lugar de donde, casualmente, procede el segundo en la misma carrera: su compatriota Primoz Roglic.

De ese sitio, por cierto, también es Jan Oblak, unánimemente considerado uno de los mejores porteros de fútbol de la actualidad. Igualmente salió de allí Luka Doncic, ya una de las grandes superestrellas de la NBA a sus apenas 21 años. Y el ya veterano Goran Dragic, uno de los jugadores más destacados de los Miami Heat que están cerca de meterse en la final de la liga norteamericana. De hecho, la selección eslovena de baloncesto es la vigente campeona de Europa tas alzarse con el título en la edición de 2017.

Eslovena es también la esquiadora Tina Maze, retirada en 2017 como una de las mejores esquiadoras de todos los tiempos, con dos oros olímpicos y 26 victorias en la Copa del Mundo. En saltos de esquí, Primoz Peterka fue dos años seguidos el mejor del mundo. La selección nacional de voleibol ha sido subcampeona de las dos últimas ediciones del Europeo. El nadador de larga distancia Martin Strel tiene cuatro récords Guinness en algunos de los ríos más importantes del planeta. Y muchos otros nombres que nos dejamos para no hacer la lista interminable.

Demasiada casualidad parece que salgan tantas superestrellas de un lugar tan pequeño. Porque Eslovenia, pequeño rinconcito de Europa central entre los Alpes orientales y el mar Adriático, encajonada entre vecinos poderosos como Italia, Austria, Hungría y Croacia, tiene una población estimada de dos millones de habitantes. Casi exactamente la misma, según el último censo, que la comunidad autónoma española de Castilla-La Mancha.

Jugadores de la selección de Eslovenia posando antes de un partido.
Futbolistas de la selección de Eslovenia, con el portero Jan Oblak arriba a la izquierda, posando para los fotógrafos antes de un partido. Foto: Jack Guez/AFP via Getty Images.

¿Qué está ocurriendo para que de Liubliana, Maribor y Celje hayan generado 40 medallas olímpicas (sumando verano e invierno) desde 1992, uno de los países del mundo con mayor tasa de preseas per cápita, y la cuenta de Toledo, Albacete y Guadalajara sea significativamente menor? Hay varios factores influyentes, y uno no menor es el componente genético; no en vano las estadísticas indican que los promedios de estatura más altos del mundo se encuentran en los Países (paradójicamente) Bajos y en toda la región de los Balcanes.

Pero no se trata solo de eso, como prueba el propio Pogacar, que no levanta del suelo más de 1,76 metros. Hay, indudablemente, un componente cultural. Que, por un lado, es común a la mayoría de naciones que durante buena parte del siglo XX vivían bajo regímenes comunistas, y Eslovenia era uno de los territorios constituyentes de la Yugoslavia del mariscal Tito.

Más allá de consideraciones sobre el dopaje, los gobiernos de la estrella roja, la hoz y el martillo concebían el deporte, desde el punto de vista puramente teórico, como un derecho inalienable de la población, al considerarse una herramienta imprescindible para el desarrollo de la salud y el bienestar físico. La Unión Soviética y sus satélites se llenaron de clubes y asociaciones vinculadas a distintas asociaciones públicas; nombres y siglas como Dinamo, CSKA o Spartak aún son ampliamente conocidas en todo el este europeo. Yugoslavia era, precisamente, una de las principales potencias en todo tipo de actividades hasta su disolución en 1991.

La caída del Telón de Acero acabó con muchos de estos programas en buena parte del mundo rojo, ya fuera por los conflictos internos o por las dificultades económicas que relegaban la actividad física a un segundo plano en cuanto a tareas urgentes que resolver. En este sentido, Eslovenia pudo decir que tuvo suerte. Su independencia fue mucho menos traumática que la de sus vecinos: la guerra allí apenas duró diez días del verano de 1991, fue mucho menos cruenta (las cifras oficiales no llegan a 400 entre muertos y heridos de ambos bandos) y las infraestructuras se conservaron prácticamente intactas. El carácter relativamente homogéneo de la población, donde casi el 85 % son de etnia y lengua eslovena, ha evitado grandes conflictos internos posteriores.

Su ubicación geográfica juega a su favor en este sentido y en otro muy importante: el económico. Al estar en el extremo norte de Yugoslavia, haciendo frontera con países tanto del bloque occidental como del oriental, y gracias a las políticas pragmáticas del socialismo de Tito (no tan cerrado sobre sí mismo y mucho más liberal que otros gobiernos vecinos), Eslovenia se convirtió en un foco industrial y comercial de primer nivel. Esto se tradujo en que el territorio era mucho más rico que otras regiones de su entorno. No es difícil deducir que, una vez cubiertas las necesidades básicas, es fácil que la cultura y el deporte florezcan con más esplendor.

Jugadores de la selección de baloncesto de Eslovenia celebrando la victoria en el EuroBasket de 2017.
Equipo esloveno celebrando la victoria en el EuroBasket de 2017. Luka Doncic es el segundo por la derecha, manejando el palo con el teléfono. Foto: Ozan Kose/AFP via Getty Images.

El caso esloveno, no obstante, incluye otro factor político que se debe tener en cuenta. Esa independencia de 1991 que sigue en vigor es la primera en toda su historia. Durante buena parte del siglo XX fueron yugoslavos, antes de la Primera Guerra Mundial pertenecían a Austria-Hungría, más atrás eran uno de tantos territorios bajo soberanía de los Habsburgo... Hay que remontarse catorce siglos para encontrar algo parecido a un estado esloveno libre, y ni siquiera se puede hablar de ellos como tal en aquella época, puesto que no eran más que una de las tantas tribus eslavas que, procedentes no se sabe muy bien de dónde, habían invadido ocupando el lugar de los germanos, y estos a su vez el de los romanos, y el de los celtas, y así hasta la noche de los tiempos.

Eslovenia era en 1991, por tanto, un pueblo más o menos consolidado pero con una nación por construir. Hacía falta generar símbolos para forjar la unidad nacional y dar a los habitantes un orgullo patrio que les mantuviera cohesionados. A falta de grandes héroes militares (y sin estar tampoco demasiado bien vistas las andanadas bélicas en la pacifista Europa moderna a la que aspiraban a integrarse) y sin figuras artísticas de renombre internacional, prácticamente no quedaba más remedio que buscarlos en el deporte.

Tal como explica la investigación de Mojca Topic, de la universidad de Liubliana, los sucesivos mandatarios del país no han escatimado esfuerzos en fomentar la práctica deportiva en busca de grandes campeones que dieran alegrías al pueblo. En un primer momento se apostó con fuerza por las actividades invernales, particularmente el esquí, dado que el carácter montañoso de la zona ya había convertido al territorio en la referencia en este sector dentro de la vieja Yugoslavia. Topic hace notar que la apertura total hacia el exterior, en especial en materia de prensa, ha permitido que también se ganen su hueco otros deportes acaso menos tradicionales localmente pero sí muy populares en otros países.

La suma de detalles puede llegar a explicar por qué un lugar recóndito, que muchos no sabrían ubicar en el mapa o distinguirlo de Eslovaquia, se ha convertido últimamente en una de las grandes referencias del deporte mundial. Y teniendo en cuenta que algunos de los nombres más destacados son o insultantemente jóvenes (el propio Pogacar cumple hoy mismo 22 años, Doncic tiene aún 21) o aún les queda mucha carrera por delante (Oblak 27, Roglic 30), parece que a corto plazo la tendencia se va a mantener. El ejecutivo autonómico de Castilla-La Mancha haría bien en tomar nota de sus métodos.

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