Esconderse de los yips solo empeorará la situación
Maddy Wood era una estudiante que acababa de entrar al primer año de la licenciatura en la Universidad de Kentucky Occidental el otoño pasado, tenía una beca, estaba en forma y se sentía entusiasmada por lanzar para los Hilltoppers. La sensación duró tan solo unos días, antes de que esa vieja e insidiosa ansiedad se apoderara de ella. Wood ya no podía lanzar la pelota al guante de la receptora.
Sus lanzamientos derrapaban en la tierra, rebotaban en home y pasaban por encima de la cabeza de la receptora mientras los espectadores se reían con disimulo y refunfuñaban. El juego que había sido la pasión de Wood ahora era su tortura.
“Para ser sincera, había perdido toda la esperanza”, comentó Wood, de 19 años, en una entrevista telefónica reciente. “No era divertido. Odiaba ir a los entrenamientos. Estaba considerando renunciar, hasta que hablé con Eileen”.
Eileen Canney Linnehan conocía el dolor emocional que estaba destrozando la vida de Wood. Canney Linnehan, una lanzadora destacada en la Universidad Northwestern en la década de 2000, había perdido la capacidad de hacer lanzamientos de rutina a las bases. Podía realizar lanzamientos precisos e intocables y se labró una ilustre carrera universitaria, que incluyó una aparición en la final de la División I de la NCAA. Sin embargo, en cuatro años, no había lanzado por encima del hombro ni una vez con éxito a una base.
“Muchas noches lloré hasta quedarme dormida”, recordó Canney Linnehan.
Ambas jugadoras sufrían de “yips”, una enfermedad que ha asolado a muchos más atletas que el puñado de casos famosos de las Grandes Ligas. Es difícil determinar la cantidad de jugadores que lo padecen porque muchos lo sufren a nivel aficionado y en relativo anonimato y silencio. No obstante, existen y Canney Linnehan ha utilizado su conocimiento profundo del problema para convertirse en una asesora que ayuda a jugadores de varios niveles de diferentes deportes a superar este obstáculo devastador y en ocasiones debilitante.
“Lo más importante fue tener a alguien con quien hablar que entendiera, y tuviera una experiencia como la mía y no me juzgara”, comentó Lacey Waldrop, la Jugadora Nacional Universitaria del Año 2014 de USA Softball, quien superó los yips después de hablar con Canney Linnehan. “Si no has estado ahí ni los has sentido, en realidad no sabes qué está pasando”.
Es posible que los aficionados al deporte hayan visto a un puñado de jugadores profesionales de baloncesto luchando con impedimentos encantadores en su estilo para lanzar los tiros libres. Muchos aficionados al béisbol saben de la llamada enfermedad de Steve Blass, el síndrome de Steve Sax o la sasseritis, esta última llamada así por Mackey Sasser, un exreceptor que tenía dificultades para regresarle la pelota al lanzador.
Sin embargo, algunos jugadores de sóftbol y béisbol de bachillerato, universidad e incluso de categorías inferiores, así como atletas de otros deportes, también pueden desarrollar los yips, los cuales provocan que las jugadas más fáciles y familiares se vuelvan casi imposibles de ejecutar.
En términos técnicos, los yips son la incapacidad de realizar un movimiento que ya se había aprendido, a menudo, pero no siempre, debido a un inhibidor mental. El problema se manifiesta en público, de manera tan vergonzosa, que puede arruinar carreras.
“Hay gente que todavía no cree ni entiende que son reales”, afirmó Canney Linnehan, licenciada en Desarrollo Humano y Servicios Psicológicos de la Universidad de Northwestern.
Canney Linnehan no es psicóloga, pero obtuvo conocimientos sobre sus propias capacidades mentales por medio de la experiencia. Tuvo que enfrentarse a equipos que realizaban toques de bola para explotar su debilidad y a aficionados que se burlaban de ella en las gradas. Logró darle la vuelta, lanzando por debajo de la mano a las bases o perfeccionando su bola elevada para ponchar a muchas de las que querían batear toques de bola. Su equipo sabía del problema, porque Canney Linnehan aprendió pronto que era útil hablar con franqueza al respecto y sus compañeras la apoyaron.
Después de retirarse, Canney Linnehan ingresó al Salón de la Fama del Deporte de Northwestern en 2013 y fue entrenadora en la Universidad de Illinois, campus Chicago. Ahí conoció a una lanzadora de nombre Bridget Boyle, quien también sufría de yips. Canney Linnehan, quien era entrenadora asistente, ayudó a Boyle a superar el problema animándola a abordarlo con sus compañeras y a emplear algunos trucos útiles para derribar las barreras mentales que impiden la ejecución de las jugadas más rutinarias. Para Canney Linnehan, la sinceridad es esencial para resolver el problema.
Hace poco, cuando un periodista tartamudeó al hacer una pregunta sobre el “problema” durante una entrevista telefónica, Canney Linnehan lo interrumpió: “Puedes llamarlos ‘yips’”.
Boyle quedó tan satisfecha con los resultados que animó a Canney Linnehan a ayudar a otros. Canney Linnehan habló sobre el tema en un congreso de entrenadores de sóftbol y pronto se corrió la voz. En la Universidad Estatal de Florida, Waldrop había desarrollado los yips en su movimiento de lanzamiento después de golpear a dos bateadoras consecutivas con bolas rápidas cuando inició su temporada de último año. Por temor a que pudiera hacerlo de nuevo, casi de inmediato Waldrop fue incapaz de ejecutar los mismos lanzamientos que había hecho toda su vida.
Para agravar el problema, Waldrop se había impuesto la presión imposible de superar su fabulosa temporada de novata en 2014.
“De alguna manera, eso se convirtió en una batalla mental interna que se manifestó a nivel físico”, comentó Waldrop, quien ahora es coordinadora de video de sóftbol para Synergy, una empresa que ayuda a los entrenadores universitarios con el reclutamiento. “Mi brazo empezaba a sentirse como gelatina a mitad de mis lanzamientos”.
El entrenador de Waldrop en la Estatal de Florida había oído hablar de Canney Linnehan y las puso en contacto. Hablaron tres o cuatro veces por teléfono y Canney Linnehan le recomendó a Waldrop que les contara a sus compañeras de equipo por lo que estaba pasando. También le recomendó algunos trucos, como apretar la mano del guante para ejercer presión en un lado diferente del cuerpo, lo cual iba a permitir que el otro lado se relajara. Waldrop señaló que así resolvió el problema.
“Si no has estado ahí ni los has sentido, en realidad no sabes qué está pasando”, comentó Waldrop, quien también jugó cuatro años con los Chicago Bandits de la National Pro Fastpitch.
Canney Linnehan mencionó que ha trabajado con más de 60 clientes durante nueve años en varios deportes, como sóftbol, béisbol, golf, tenis y atletismo, y presume de una envidiable tasa de éxito.
“Es increíblemente alta”, afirmó. “He visto a mucha gente superarlo. Una de las cosas más bonitas que me toca ver es la gente que logra salir del fango”.
A inicios de este año, Canney Linnehan habló con Sax, cuyo infame caso de yips en 1983 fue tan debilitante como efímero. A Sax, quien jugaba en segunda base, le costaba lanzar a primera y cometió 24 errores en la primera mitad de esa temporada. Superó el problema con relativa rapidez después de hablar con su padre, quien estaba muy enfermo en aquel momento.
“En realidad fue la última conversación que tuve con mi papá”, admitió Sax en una entrevista telefónica. “Me dijo que no tenía un bloqueo mental, que sufría una pérdida de confianza y me dijo que debía entrenar más”.
Sax lo hizo, a todas horas en el Dodger Stadium cuando nadie estaba viendo. En la segunda mitad de la temporada, tan solo cometió seis errores y jugó otros 1349 partidos de temporada regular en segunda base durante sus últimas once temporadas.
Sax, al igual que Sasser y el lanzador Rick Ankiel, cuyo caso bien documentado de yips fue tan grave a partir del año 2000 que tuvo que reconvertirse para jugar de jardinero, ofrece orientación informal para quienes sufren de los yips, algunos de los cuales pueden estar en el bachillerato o la universidad. Otros pupilos son más famosos. Sax recuerda que, cuando el segunda base Chuck Knoblauch padeció los yips, los Yankees de Nueva York invitaron a Sax, quien ya estaba retirado, a hablar con él.
“Me escondieron en una trastienda para que nadie me viera”, recordó Sax. “Era como si estuviera metido en un armario de escobas. Estigmatizarlo tan solo lo empeora”.
Sax aplaude el trabajo de Canney Linnehan por su orientación franca. “Aborda las cosas de frente”, comentó. “Así lo superé yo”.
c.2023 The New York Times Company