“No escandalizarse del pecado”: el papa Francisco lanzó un exigente “decálogo” para los obispos

El papa Francisco, durante la misa de ayer
VINCENZO PINTO

ROMA.- Desde que fue electo, hace casi nueve años, el papa Francisco siempre llamó a los sacerdotes a “tener olor a oveja”. Pero hoy fue más allá y, para dejar aún más claro el rumbo que espera que tengan los curas que llegan a tener más responsabilidades, sacó a la luz “las bienaventuranzas del Obispo”, un exigente decálogo para los más de 5000 obispos que hay en el mundo.

En un texto que llamó la atención, totalmente nuevo y que pareció escrito de su puño y letra -pero que luego trascendió que fue obra de un obispo italiano-, trazó el virtual retrato del obispo modelo, sin dejar atrás las tentaciones que lo amenazan. Así, les recordó a los obispos que deben tener un estilo de vida pobre, que no deben considerar su ministerio un poder, sino un servicio; que no deben convertirse en “burócratas más atentos a las estadísticas que a los rostros, a los procedimientos que a las historias”; que no deben encerrarse en sus palacios; que no deben temer ensuciarse las manos “con el barro del alma humana”; ni escandalizarse del pecado.

El exarzobispo de Buenos Aires sorprendió con esta novedad al inaugurar esta tarde una asamblea del episcopado italiano en un hotel de esta capital. Para la ocasión, en forma más que sutil el Papa no pronunció un sermón, sino que les hizo llegar a cada uno de los más de 200 obispos presentes una tarjeta muy simple, con la imagen del Buen Pastor y un texto de “las bienaventuranzas del Obispo”, tal como hizo saber, sin dar más detalles, la Sala de Prensa del Vaticano. Este no llevaba firma. Si bien todo el mundo pensó que lo había escrito el Papa, más tarde trascendió que fue obra del arzobispo de Nápoles, Domenico Battaglia, que habló así en la ordenación de tres obispos de su diócesis, el 31 de octubre pasado.

Los ocho consejos

“Bienaventurado (en algunas traducciones el término es ‘dichoso’) el Obispo que hace de la pobreza y del compartir su estilo de vida, porque con su testimonio está construyendo el reino de los cielos”, comienza el texto, formado por ocho consejos o bienaventuranzas, como las que Jesús, según el Evangelio de Marcos, le transmitió a los discípulos en el famoso sermón de la montaña.

El decálogo que el Papa repartió entre los obispos
El decálogo que el Papa repartió entre los obispos


El decálogo que el Papa repartió entre los obispos

“Bienaventurado el Obispo que no teme mojar su rostro con lágrimas, para que en ellas puedan reflejarse los dolores de la gente, las fatigas de los presbíteros, encontrando en el abrazo con quien sufre la consolación de Dios”, sigue, en italiano.

“Bienaventurado el Obispo que considera su ministerio un servicio y no un poder, haciendo de la mansedumbre su fuerza, dándole a todos el derecho de ciudadanía de su corazón, para habitar la tierra prometida en los mansos”, indica en tercer lugar.

“Bienaventurado el Obispo que no se encierra en los palacios del poder, que no se vuelve un burócrata atento más a las estadísticas que a los rostros, a los procedimientos que a las historias, tratando de luchar al lado de la gente por el sueño de justicia de Dios porque el Señor, encontrado en el silencio de la oración cotidiana, será su alimento”, agrega.

“Bienaventurado el Obispo que tiene corazón para la miseria del mundo, que no teme ensuciarse las manos con el barro del alma humana para encontrar el oro de Dios, que no se escandaliza del pecado y de la fragilidad de los demás, porque es consciente de su propia miseria, porque la mirada del Crucifijo Resucitado será para él, el sello de perdón infinito”, escribió en el quinto consejo.

“Bienaventurado el Obispo que aleja la doblez del corazón, que evita cualquier dinámica ambigua, que sueña el bien aun en medio del mal, porque será capaz de alegrarse por el rostro de Dios, detectando su reflejo en cada charco de la ciudad de los hombres”, afirmó en la sexta sugerencia.

“Bienaventurado el Obispo que trabaja por la paz, que acompaña los caminos de reconciliación, que siembra en el corazón del presbiterio el germen de la comunión, que acompaña una sociedad dividida por el sendero de la reconciliación, que toma de la mano cada hombre y cada mujer de buena voluntad para construir fraternidad: Dios lo reconocerá como su hijo”, fue la séptima.

“Bienaventurado el Obispo que por el Evangelio no teme ir contracorriente, volviendo su cara ‘dura’ como la del Cristo que se dirige a Jerusalén, sin dejarse frenar por las incomprensiones y por los obstáculos porque sabe que el Reino de Dios avanza en la contradicción del mundo”, fue el octavo y último consejo.

Aunque a lo largo de su pontificado, atento a los pobres y a los últimos, siempre insistió en la importancia de que los obispos predicaran el Evangelio con su testimonio, evidentemente con “las Bienaventuranzas del Obispo” -texto que resumió su visión- el Papa quiso reiterar el mismo mensaje, en forma más que directa y clara, fiel a su estilo.