Es un héroe: niño ayudó a su compañero lesionado en pleno temblor. Y todos lo aplauden
Los momentos más complicados siempre san lo mejor de nosotros. Un video viral de TikTok lo ha demostrado. Durante un temblor, un niño ayudó a su compañero, que tenía un yeso en el pie, a salir del salón de clases. A modo de de 'caballito', ambos salieron y se mantuvieron a salvo de cualquier peligro. Eso son amigos, señores. El clip ha causado un sinfín de comentarios de elogio por la generosidad de la acción y lo ejemplar que resulta.
Además, claro está, sirve como bálsamo en una época en la abundan actos y contextos deplorables por doquier. Quizá sería sano para todo mundo reparar en casos como este más seguido y así refrescar un poco la memoria, que casi siempre se nos va en almacenar asuntos turbios que llevan, invariablemente, a sobrepensar la realidad o, de plano, a sentir una decepción absoluta. Esa es la dinámica a la que hemos estado acostumbrados durante tantos y tantos años de monotonía dolorosa.
Es necesario que existan esos momentos para que se puede constatar que no todo está perdido. Pasamos mucho tiempo hablando de cada uno de los males que aquejan al mundo, y no es para menos, pero tampoco hay que olvidarnos de momentos así: son ellos los que dan razón de ser a la cotidianeidad que nos abraza o nos abrasa, según sea el caso —a decir verdad, es más frecuente la segunda en los tiempos que corren—.
Se le podrán criticar muchas cosas a TikTok, pero ciertamente es la red social en las que más abundan este tipo de videos. Por otros lados, en redes supuestamente más sofisticadas y refinadas, como Twitter, lo que se ve a diario son peleas sin sentido y chistes escatológicos sobre cualquier asunto que se puede imaginar (ya se ha dicho en muchas ocasiones que en este país nos gusta discutir por absolutamente todo). En vista de eso, no hay nada mejor que echar un chapuzón en noticias más agradables que fungen como ese 'curita' que todos necesitamos en algún punto, porque no se puede ser fuerte todo el tiempo ni pretender que la oscuridad no nos afecta.
No cabe duda, además, de que contextos como este son propicios para dar pie a esa entraña generosa que todos llevamos dentro, incluso en los peores momentos. Porque, pensándolo bien, esa es mecánica muy nuestra. Basta recordar el sismo de hace casi cinco años. Cuando todo el tiempo estamos poniéndonos el pie, en ese momento optamos por tender la mano a quien más cerca tuviéramos. La ola de solidaridad de ese momento bien podría llevarnos a la pregunta del millón:¿Por qué no somos siempre así? Tenemos que esperar lo peor, o cuando menos un momento álgido, para actuar con la empatía más elemental.
Y sabemos cuál es la secuencia: el mal momento pasa y todo vuelve a la normalidad. A la gris y egoísta normalidad de siempre. A ver, no se puede pedir generosidad las 24 horas del día: de hecho, no está nada mal pensar en uno mismo, tener la dosis exacta de individualismo. Pero sí habría que apelar a una repartición más precisa y coherente de esa generosidad que invade el aire en los días malos. Hacer un esfuerzo, porque se debe aceptar que no es sencillo, pero al final del día la máxima no falla: da y recibirás.
Esa máxima fue la aplicada por el compañero que cargó a su amigo para salir juntos del temblor. No lo dejó solo en un momento cumbre y, con seguridad, se lo agradecerá para siempre. Y todos deberíamos darle las gracias a ese breve héroe, por enseñarnos que el camino siempre guarda algún capítulo loable.