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Un equipo no valorado que trabaja en los incendios forestales de California: los empleados de los hoteles

Nathalia Bonifacio se quedó en medio de la emergencia del incendio, a pesar de la evacuación obligatoria, para trabajar y vivir en un hotel y casino en Stateline, Nevada. (Max Whittaker/The New York Times)
Nathalia Bonifacio se quedó en medio de la emergencia del incendio, a pesar de la evacuación obligatoria, para trabajar y vivir en un hotel y casino en Stateline, Nevada. (Max Whittaker/The New York Times)

STATELINE, Nevada — Desde el casino en el que trabaja, Nathalia Bonifacio vio cómo huía todo el mundo. Miles de turistas, propietarios de viviendas y trabajadores que mantienen la economía en marcha a lo largo del lago Tahoe abandonaron la ciudad en las últimas dos semanas mientras el incendio forestal se acercaba por la Sierra Nevada.

Pero ella no.

¿A dónde podía huir? Bonifacio, de 21 años, estudiante universitaria de la República Dominicana, había llegado a Estados Unidos tres meses antes para trabajar en uno de los grandes casinos que flanquean la costa del lago de montaña. No tenía familia aquí. No podía pagar una habitación de hotel en las ciudades cercanas, atestadas con más de 20.000 evacuados.

Así que, mientras las cenizas del incendio Caldor caían como nieve sobre el lago Tahoe, Bonifacio y un puñado de trabajadores más se quedaron. Desde entonces, se han convertido en un equipo no valorado que trabaja en el incendio forestal de mayor prioridad del país, alimentando y reabasteciendo a miles de bomberos que llegan aquí para luchar contra un incendio del tamaño de Dallas.

A 13 kilómetros de los límites carbonizados del fuego, un grupo de hoteles al estilo de Las Vegas en la frontera entre California y Nevada se ha convertido en un campamento base para los trabajadores de emergencia. Dado que los hoteles selectos y los albergues alpinos están cerrados en el lado californiano de la frontera, los camiones de bomberos ahora ocupan los estacionamientos de los casinos del lado de Nevada. Los agotados equipos de bomberos, acostumbrados a acampar en el bosque, suben a sus habitaciones con pizza para llevar.

Mientras que cientos de trabajadores del hotel se unieron a la evacuación masiva de Tahoe, el escaso personal que decidió quedarse ahora sirve quesadillas y café helado a los cientos de socorristas que ocupan las habitaciones. Registran a los huéspedes y recogen la basura; envían sábanas y toallas limpias para remplazar las sábanas impregnadas de ceniza; soportan el humo que recorre los pasillos como un huésped fantasma.

“Es un desastre”, afirmó Bonifacio, cuyo asma empeoró debido al humo.

Los vientos más suaves han ayudado a los equipos de bomberos a controlar mejor el incendio Caldor en la zona del lago Tahoe. (Max Whittaker/The New York Times)
Los vientos más suaves han ayudado a los equipos de bomberos a controlar mejor el incendio Caldor en la zona del lago Tahoe. (Max Whittaker/The New York Times)

Algunos de los trabajadores que quedan son gerentes y habitantes de toda la vida de Tahoe y los poblados circundantes. Otros son inmigrantes del sureste asiático y estudiantes universitarios latinoamericanos con visas temporales que vienen a hacer el trabajo poco glamuroso de lavar platos y cambiar sábanas.

Entre un turno y otro, los trabajadores que quedan miran por la ventana mientras el humo estrangula las aguas diamantinas del lago. Intercambian rumores sobre el origen del incendio (cuya causa aún se está investigando) y les aseguran a sus familiares ansiosos que no corren peligro.

Aburridos tras casi una semana encerrados, pasan el tiempo viendo películas, chateando con sus amigos por WhatsApp y recorriendo los pisos alfombrados de los casinos, donde las máquinas tragamonedas brillan en vano y las melodías del Rat Pack suenan en continuo sin público que las oiga.

Los carteles de agradecimiento a los bomberos en los patios de los habitantes de Tahoe no mencionan el apoyo tras bambalinas de trabajadores como Bonifacio, pero ella y otros que se quedaron han dicho que estar atrapados en una zona de incendios la semana pasada había hecho que sus rutinas de trabajo tuvieran más significado.

“Rescatadores, bomberos, policías... estamos ayudando a esta gente”, comentó Odan María, de origen dominicano, quien estudia en la universidad y trabaja como lavaplatos.

No es que haya sido fácil.

El humo les pica los ojos, y Bonifacio dijo que apenas ha salido a la calle durante la última semana mientras los bomberos se apresuraban a alejar el fuego de las cabañas, los condominios y los negocios que rodean el lago.

Los bomberos han hecho avances constantes en la contención del fuego con la ayuda de vientos más suaves, y el domingo por la noche suspendieron las órdenes de evacuación de South Lake Tahoe, California. El incendio, que ha destruido casi 700 viviendas, se había contenido en un 44 por ciento el domingo por la noche, según informó el Departamento de Silvicultura y Protección contra Incendios, o Cal Fire.

Bonifacio nunca había vivido un incendio forestal cuando se unió a decenas de otros jóvenes dominicanos que se inscribieron para pasar un verano junto al lago Tahoe como parte de un programa de trabajo temporal. Estaba ansiosa por ganar 14 dólares la hora, dinero que estaba ahorrando para la escuela de medicina y para enviarle a su familia.

El 30 de agosto, cuando las llamas se dirigían hacia las ciudades más grandes junto al lago Tahoe, decidió no subir a los autobuses que llevaban a otros empleados del hotel fuera de la ciudad.

Bonifacio y algunos amigos dominicanos metieron todo lo que tenían en sus maletas y se marcharon de sus apartamentos a los hoteles donde trabajan como lavaplatos, personal de limpieza, cajeros y repartidores. Los hoteles del casino no estaban cerrando y ofrecían habitaciones gratuitas a los trabajadores que se quedaban.

En la planta baja del MontBleu Resort Casino, Ulycees Beltran pasó otra noche tomando los pedidos de cena de los bomberos que volvían de la línea de batalla. En un poblado en el que la gente antes disfrutaba de pequeños tarros de cerveza artesanal y sándwiches de cangrejo del Pacífico después de días de remo en el lago, el menú de nachos y hamburguesas a mitad de precio de Beltrán representaba ahora el principio y el fin de la escena culinaria de Tahoe.

El esposo de Beltrán y sus dos perros huyeron a Los Ángeles, pero Beltrán decidió quedarse. No podía controlar si el fuego se extendía por South Lake Tahoe y destruía la casa que había comprado hace 15 años, pero al menos podía ponerse su cubrebocas negro y alimentar a las personas.

“No podemos ir a ninguna parte, pero al menos podemos venir y ayudar”, dijo. “Estoy bien y mi familia está bien. Están a salvo. Estoy trabajando”.

Tim Tretton, director general del MontBleu, dijo que el hotel estaba cumpliendo su “obligación de servir a los que protegen nuestra comunidad”. Al otro lado de la calle, en el Hard Rock Hotel and Casino, el personal ha organizado noches de cine y ha llevado comida a los evacuados fuera de la zona del incendio, aseveró Eric Barbaro, director de mercadotecnia del hotel.

“No ha habido ni un día libre”, dijo.

© 2021 The New York Times Company