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Enviar cartas al corredor de la muerte, un voluntariado muy poco convencional

Roma, 30 nov (EFE).- Un década después de comenzar a cartearse con un preso de Florida (EEUU) condenado a muerte, la italiana Laura Belloti se embarcó, a los 73 años, en la aventura de coger un avión y cruzar el Atlántico para conocerlo: habían construido "una bellísima amistad" gracias a un voluntariado muy poco convencional.

Stefania Tallei, una de las impulsoras de la iniciativa, relata a Efe algunas historias surgidas de esta forma tan insólita de ayudar a los demás, puesta en marcha por la comunidad católica italiana de San Egidio: escribir al corredor de la muerte para ayudar a sus presos a reconectar con la sociedad, como sucedió en el caso de Belloti.

La idea surgió en 1995, cuando una compañera de voluntariado de Tallei encontró en un diario italiano una petición de un condenado a muerte en EEUU que decía: "Escribidme, sé que no podéis hacer mucho para ayudarme, pero escribidme".

Animada por otras voluntarias, la mujer inició una correspondencia con ese preso estadounidense, que motivó a las demás a ponerse en contacto con condenados a la pena capital en otros países como Rusia, Trinidad y Tobago y varias naciones africanas.

"En el 2000 pusimos la iniciativa en la sección de voluntariado de la web de San Egidio", comenta divertida por el hecho de que en la misma lista que incluye repartir comida a los sin techo o acompañar a los ancianos, "te encuentres con escribir a un condenado a muerte".

Lo que empezó como una anécdota en un periódico ha superado ya las 15.000 correspondencias desde su creación, con unas 5.000 solicitudes recibidas en los últimos años de personas que quieren escribir a presos, actualmente ya solo de EEUU. La mayoría son mujeres que les preguntan por sus rutinas, sus gustos, y que, a su vez, les explican algo de sus vidas.

En 2020, con el confinamiento por la pandemia se alcanzaron cifras récord, con días en los que se recibieron más de 100 peticiones de personas “encerradas solas en casa que se sintieron identificadas" con los presos y se implicaron en una iniciativa que se enmarca en la campaña de San Egidio para abolir la pena de muerte.

"La soledad es una gran enfermedad que se le impone a los condenados", dice Tallei, que destaca como las restricciones por el Covid han ayudado a la gente de a pie a comprender mejor la situación de los presos al verse privada de su libertad.

Aunque vivan rodeados de muros y rejas, en el corredor de la muerte, los presos, que a veces mantienen correspondencia con varias voluntarias, solo "piden compañía, una relación de amistad, que no les olviden y poder mantener un vínculo con la sociedad".

Además de hablar de sus pasatiempos y de lo mucho que les gusta la comida italiana, "especialmente la pizza y la pasta, un tema recurrente en las cartas", a veces piden ayuda económica o legal o son las propias voluntarias las que desean ayudarles con "una pequeña donación" o contactando con sus abogados, aunque resulta muy difícil.

Por eso, recalca Tallei, las personas que escriben “no deben crear nunca falsas expectativas, ya sea desde un punto de vista económico o sobre la voluntad de conseguir su libertad", subraya.

Los presos condenados a la pena capital, coinciden las voluntarias, "escriben con mucha amabilidad, delicadeza y sensibilidad”, una actitud que las motiva a seguir carteándose con ellos.

Son muchas las historias que deja este peculiar voluntariado, como la de Belloti, la traductora y escritora de Turín (norte) que a sus 73 años cogió un avión para conocer al preso con el que se había escrito durante más de diez años.

Su "aventura" demuestra como las cartas, a pesar de ser algo “antiguo y un instrumento muy limitado", desprenden vida y libertad tanto para quienes viven fuera de la cárcel, como para "las personas que para el Estado ya están muertas", concluye Tellei.

Andrea Cuesta

(c) Agencia EFE