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Envenenados por plomo: Los retratos que perseguirán a los padres de Flint

Los padres de Flint, en Michigan, están iniciándose ahora en el mundo del envenenamiento por plomo, un diagnóstico crónico que cambia la vida de quienes lo padecen.

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Fotografías: Yahoo News. Fotos: cortesía de las familias (5), Getty Images.

Se trata de un gran grupo. Se cree que medio millón de niños podrían estar envenenados por plomo en Estados Unidos, el equivalente a 1 de cada 38 pequeños. Las fuentes de envenenamiento por plomo han variado con el paso de los años: antes de 1978 la fuente de contaminación provenía de la pintura de las paredes, fue entonces cuando se prohibió utilizar la pintura con plomo. Luego, antes de 1996, procedía del suelo contaminado por los gases que desprendían los coches, entonces se eliminó completamente la gasolina con plomo, y más recientemente, la fuente de plomo se encuentra en el suministro de agua que proviene de tuberías tratadas inadecuadamente, como sucede en Flint.

No obstante, cualquiera que sea el origen, el plomo llega al torrente sanguíneo y de ahí al cerebro, donde puede provocar un daño permanente. Se conoce que el cerebro de los niños más pequeños suele ser más vulnerable y propenso a mayores riesgos. ¿Problemas de aprendizaje? ¿Alteraciones motoras? ¿Retraso en el lenguaje? ¿Disminución del coeficiente intelectual? ¿Mayor tendencia a la violencia? Todo es posible, aunque no hay nada seguro.

“No existe evidencia científica suficiente que relacione la exposición al plomo en un cerebro joven y la aparición de problemas de aprendizaje y comportamiento a largo plazo”, comentó el doctor Philip Landrigan, pediatra y decano de Salud Global en la Escuela Icahn de Medicina Mount Sinaí, en Nueva York. Todavía no está claro la cantidad de plomo que puede provocar daños irreversibles y los efectos en los niños.

“Hace poco hemos descubierto que el plomo es tóxico incluso a niveles muy bajos, forma en que lo utilizamos con frecuencia porque pensamos que no representan un riesgo para la salud”, explicó Landrigan. “Es imposible predecir los efectos que la exposición al plomo puede generar en un niño”, por tanto lo que los padres pueden hacer es intervenir tempranamente, aunque nunca sabrán con certeza si los problemas de salud que enfrentan sus hijos son una consecuencia directa de la exposición al plomo.

“Esa es la parte más difícil”, comentó Christine McNeil de Laconia, New Hampshire, madre de James Jr., de 18 meses, que se encuentra al principio de ese largo camino. Hace seis meses, durante el chequeo de salud rutinario que se realiza en el primer año de vida, le diagnosticaron a su hijo altos niveles de plomo en sangre. “Estamos haciendo todo lo que podemos y me siento tranquila de poder hacer algo, pero ahora solo resta esperar y ver qué sucede a medida que crece”.

Esperar y ayudarse unos a otros es lo que hacen los padres que tienen un mismo problema. Con ese mismo espíritu, los McNeils, una de las tantas familias que han sufrido las consecuencias del envenenamiento por plomo, han compartido su historia con Yahoo News. Estas familias ilustran lo que muchos padres en Flint tendrán que enfrentar en los próximos meses, años y décadas, después de que la indignación pública haya disminuido y el centro de atención haya cambiado.

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James McNeil Jr. (Foto: Cortesía de la familia McNeil)

Diagnosticado hace 8 meses: James McNeil Jr.

Christine McNeil estaba embarazada cuando vivía en el apartamento del segundo piso de una casa multifamiliar, en marzo de 2014, junto a su marido, James, y sus tres hijos en edad escolar. El apartamento no era un palacio pero parecía acogedor y los McNeils se sentían afortunados de poder pagarlo con lo que ella ganaba como representante de servicio al cliente en Walgreens y lo que él ganaba por conducir un servicio de limusina.

En julio de 2014 nació su hijo, James Jr., y a medida que pasaban los meses Christine estaba cada vez más preocupada porque su bebé no hacía las mismas cosas que solían hacer los demás niños de su edad. Primero, perdió el apetito, anteriormente se comía dos botes de alimentos para bebés y una botella de 8 onzas con cada comida, y de un día a otro dejó de comer. Tampoco gateaba. “Gateaba un poco pero lo hacía de una manera extraña, como si no tuviera equilibrio”, recordó Christine. Y cuando estaba a punto de cumplir el primer año no hacía los sonidos habituales que emiten los bebés antes de comenzar a hablar.

“Durante las revisiones mensuales le decía al médico: ‘Algo está mal, esto no está bien’”, recordó Christine. “Pero siempre me decían: ‘No se preocupe, su bebé está bien’”.

Luego vino el chequeo médico del primer año, el 13 de julio de 2015, y le hicieron la prueba del pinchazo en el dedo, un test común pero que no se les suele hacer a todos los niños de esa edad. La prueba permite medir la cantidad de plomo en microgramos por cada decilitro de sangre. En este sentido, los médicos coinciden en que ningún nivel de plomo en sangre es seguro, pero han establecido un umbral de urgencia, y si bien durante años el CDC ha dicho que un índice menor que 10 es seguro para los niños, hace cuatro años esta cifra disminuyó a 5. En realidad, no existe una tabla de predicción que muestre que un nivel de plomo “x” provoque un resultado ni tampoco existe ninguna ecuación que determine si la exposición al plomo a largo plazo en niveles más bajos es más o menos perjudicial que la exposición a corto plazo en niveles más elevados. Sea como sea, hay algo claro: cuanto mayor sea el nivel de plomo en sangre, mayor es el nivel de alarma.

El nivel de plomo en sangre de James Jr. estaba en 14.

Así terminamos en el Departamento de Salud de Nuevo Hampshire, cuyos profesionales tienen lo que se conoce como una pistola de fluorescencia de rayos X, un dispositivo que se orienta a cualquier objeto, ya sean paredes, ropa de cama, juguetes, vajilla o ropa, para determinar inmediatamente la presencia de plomo.

“Los niveles más altos de plomo fueron encontrados en la habitación en la que dormía el bebé”, dijo Christine. Así que ahora su cuna se encuentra en el espacio que solíamos usar como comedor.

En los siete meses siguientes al diagnóstico, los McNeils han probado varios métodos para reducir los niveles de plomo en la sangre de su hijo. Le dan vitamina C, que tiene la propiedad de unirse al plomo, así como abundante líquido, con la esperanza de eliminar el plomo de su organismo. Afortunadamente, sus índices de plomo han disminuido, a 9,6 el mes pasado y a 8,7 este mes, pero todavía están por encima del límite aceptable actual.

Lo que no han hecho es mudarse porque no tienen el dinero necesario, según Christine, o llevar al apartamento una empresa para eliminar el plomo ya que el propietario de la vivienda ha solicitado fondos estatales para cubrir el costo del trabajo, pero la solicitud aún no ha sido aprobada. Mientras tanto continúan viviendo en el hogar que ha envenenado a su hijo, haciéndole frente a las complicaciones a medida que aparecen (hasta ahora el pequeño ha logrado algunos progresos en el habla con la ayuda de un terapeuta financiado por Medicaid) y siendo observados tímidamente por los demás. Sin embargo, hace poco se han percatado de que su hijo ha comenzado a morder a sus hermanos o a golpearse a sí mismo cuando se siente frustrado.

“¿Será el comienzo de un nuevo problema o es solo una etapa normal del desarrollo?”, se pregunta Christine. “De ahora en adelante esa será la pregunta que me ocupará día y noche”.

Diagnosticado hace 4 años: Rylie Kung

Leslie Kung no podía encontrar un sitio al cuál mudarse.

Finalmente, ella y su marido, Bradley, compraron una casa de 100 años de antigüedad en Cedar Rapids, Iowa, en 2011, cuando su hijo menor, Rylie, no había cumplido todavía su primer año. Pidieron una hipoteca para completar los 70.000 dólares que costaba la casa y entre tantos papeles que firmaron en el cierre del negocio había uno en el que se les advertía que eran responsables de los riesgos por el plomo que pudiera haber en la casa.

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Rylie Kung, a la izquierda, y sus hermanos. (Foto: Cortesía de la familia Kung)

“No me pasó por la mente que ‘podía haber plomo en la casa’”, dijo Leslie. “Estaba en buenas condiciones. No era la típica casa de terror”.

Unos meses después de que se establecieron en la casa, ella comenzó a notar cambios en Rylie. “Siempre había sido un niño tranquilo y adaptable que abrazaba a todo el mundo y sonreía todo el tiempo”, recordó Leslie. “Después de mudarnos comenzó a tener pesadillas, se despertaba gritando que un perro iba a morderlo”. Y poco después, durante una cita rutinaria con el médico del nuevo vecindario en la que se le hizo la prueba del pinchazo en el dedo, se encontró que su nivel de plomo en sangre estaba en 22.

Al igual que con los McNeils, con estas cifras tan elevadas, los profesionales del departamento de salud visitaron la casa. Sin embargo, a diferencia de los McNeils, los Kung sintieron que sus visitas eran un poco hostiles, comentó Leslie. “Dijeron que iban a venir a inspeccionar cada tres o cuatro meses y que teníamos que demostrar que habíamos hecho cambios en la casa. Nos dijeron: ‘Necesita ponerse una máscara y unos guantes, sacar a los niños de la casa, mojar todo, raspar luego la pintura y por último pasar la aspiradora’”, dijo ella. “Decirle a una familia de bajos ingresos con un niño pequeño y sin posibilidad de pagarle a alguien para que lo cuide que tiene que solucionarlo por sus propios medios era algo ridículo”.

No obstante, ellos intentaron enmendar el daño, al menos lo mejor que pudieron. Brad Kung era un carpintero y su padre era dueño de una pequeña empresa de reparaciones del hogar, por lo que hicieron parte del trabajo por su cuenta y gastaron unos 35.000 dólares para hacer el resto. Primero desmantelaron el ático para dejar al descubierto los soportes y luego construyeron un dormitorio y un cuarto de baño con materiales libres de plomo, que era donde los cuatro miembros de la familia dormían y se duchaban. Una vez que tuvieron un nuevo lugar para dormir empezaron a trabajar en la planta baja cambiando las ventanas y quitando la pintura mientras intentaban mantener a los niños lejos del polvo. No podían permitirse otro lugar para vivir y no pudieron vender su casa, con esos antecedentes. Varias veces solicitaron fondos estatales para eliminar el plomo, pero siempre los rechazaban.

Los niveles de plomo en Rylie descendieron. Las visitas del departamento de salud se hicieron más espaciadas. Entonces, los Kungs sumaron una nueva integrante a la familia, Kaeli, y cuando le hicieron las pruebas antes de su primer cumpleaños, su nivel de plomo en sangre estaba en 9. Las visitas del departamento de salud comenzaron de nuevo. Rylie comenzó a desarrollar algunas alteraciones de conducta, como berrinches, y problemas en el control de los impulsos, tanto en el hogar como en el colegio. Dejó de comunicarse visualmente y con frecuencia repetía la misma frase una y otra vez. No en vano el envenenamiento por plomo muchas veces se diagnostica mal como si fuese autismo. Afortunadamente, Kaeli nunca ha presentado síntomas.

El estrés le pasó factura a Brad y Leslie, quienes se separaron en 2014. Sin los ingresos de su marido, ahora Leslie califica para solicitar la financiación para la reducción del plomo. Hasta el momento, ambos niños están por debajo del umbral que se considera seguro (5), pero Leslie sabe muy bien que esto no revertirá el daño provocado. “No es como si tuvieras una taza llena de agua y vas vertiendo poco a poco el agua hasta que un día la taza está limpia, vacía y seca”, dijo. “Más bien es como si fuese una taza llena de tinte que, aunque viertas su contenido, siempre quedarán manchas”.

Así que cuando ella piensa en el futuro es consciente de que no puede prever la profundidad de las manchas. “Conozco todo lo que puede ocurrir”, comentó. “Puede tener una desviación de conducta social, mostrarse violento e incluso hasta ser detenido. No hemos llegado ahí todavía. Sin embargo, también he escuchado historias de personas que han tenido un niño envenenado por plomo en los años ’70 y ‘80 y hoy son doctores, misioneros o tienen una Rhodes Scholar. Nunca se sabe”.

Diagnosticados hace 10 años: Avi y AJ Rubin

En el verano de 2005, Tamara y Len Rubin decidieron pintar el exterior de su casa en Portland, Oregón. Estaban planificando refinanciar la casa por 600.000 dólares y pensaron que tendría más valor si la pintaban un poco. Así que emplearon a un contratista por 18.000 dólares, uno de los contratistas más caros de la región pero que está habilitado para trabajar de manera segura con el plomo.

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Avi y AJ Rubin, en brazos de su hermano mayor, Cole, en 2005 cuando fueron expuestos al polvo de plomo mientras pintaban su hogar en Portland, Oregón (Foto: Cortesía de la familia Rubin).

La casa de Portland fue el noveno hogar de Tamara. Ella suele comprar las propiedades, renovarlas y luego venderlas, no de manera profesional sino como una especie de pasatiempo. Esta fue la primera vez que había supervisado un proyecto con un bebé en casa, aunque su tercer hijo, Avi, tenía 7 meses cuando comenzó a pintar la casa y ella estaba dispuesta a gastar un poco más de dinero para mantenerlo a salvo. “Sabía que era pintura con plomo. Sin embargo, también sabía que habían formas para manejar la situación y evitar los riesgos”, dijo.

Una demanda presentada varios años después demostró que el contratista no estaba habilitado como había afirmado y que no tomó las medidas de seguridad para trabajar con el plomo. El contratista “quitó la pintura con un soplete y todo el polvo entraba a la casa”, recordó Tamara. Tanto Avi y Aj, que en aquel entonces tenía 3 años, se enfermaron, tuvieron vómitos y diarreas durante meses. “El médico me decía: ‘Si no tienen fiebre, solo mantenlos hidratados’”, recordó Tamara. Finalmente, Tamara pidió que les hicieran una serie de pruebas. Los niveles de plomo en sangre de AJ estaban en 4 y los Avi en 16.

“Tiene que salir de su casa inmediatamente”, recordó que le dijeron. “Su bebé tiene envenenamiento por plomo”.

A diferencia de los McNeils y los Kungs, los Rubins contaban con el dinero para cambiarse de casa. Así que tomaron solo la ropa que llevaban puesta y pasaron el primer tiempo en un hotel, más tarde fueron a casa de su madre en California y terminaron en una casa de alquiler construida con materiales de nuevos. Gastaron 20.000 dólares para reemplazar el suelo en el patio trasero, 2.500 dólares para contratar a una empresa de limpieza y otros miles para reemplazar las salidas de aire, las tejas del techo y el porche. La factura total de la reparación llegó a los 200.000 dólares. E incluso después de que la propiedad dio negativa en varias pruebas para comprobar si aún quedaba plomo, Tamara no podía soportar la idea de volver a esa casa, así que la vendieron.

Sin embargo, los problemas de salud que habían comenzado en la primera casa se mantuvieron en los otros hogares. Tanto Avi como AJ tuvieron problemas intestinales durante un año. Afortunadamente, su hermano mayor, Cole, estaba en un campamento de verano cuando la casa fue pintada y “no fue envenenado”, dijo Tamara. Y su hija menor, Charlie, nació en 2008, tres años después del incidente. AJ, quien tiene ahora 13 años, presenta problemas de aprendizaje que requieren ajustar su plan de estudio y sufre regularmente de migrañas abdominales, pero como su cerebro estaba bastante desarrollado cuando se expuso al plomo, sus síntomas son relativamente leves.

Avi, quien ahora tiene 11 años, ha sufrido mucho más las consecuencias de su exposición al plomo. “A pesar de que tiene un coeficiente intelectual de 130 y es un genio en matemáticas, el área del cerebro encargada del procesamiento visual de Avi Rubin parece haber sido dañada, y estando en quinto grado lee como si fuese un niño del jardín de infancia”. Es un niño violento que está aprendiendo poco a poco a autocontrolarse, comentó su madre, aunque le tomó años encontrar un colegio para niños con necesidades especiales donde pudieran enseñarle de forma oral lo que debía aprender visualmente. Además, tenía que asegurarse que el colegio hubiese sido construido después de 1978 para estar segura de que no tenía pintura con plomo.

Después del incidente la familia se fue “a la quiebra”, dijo Tamara. Tanto ella como su marido trabajaban como consultores tecnológicos cuando Avi nació, pero perdieron su empleo durante la recesión. Len ahora se hace cargo de los niños a tiempo completo, ya que es la única manera de ofrecerle a Avi la atención que necesita. Tamara trabaja para una organización no lucrativa, la Lead Safe America Foundation, y ha producido el documental “MisLEAD”, sobre el envenenamiento por plomo y está buscando financiación para terminarlo y distribuirlo.

Esta semana viajó a Flint para presentar el primer corte del documental a varias docenas de personas, la mayoría padres locales preocupados por sus hijos, y piensa regresar la próxima semana para hablarles a más de 1.000 personas. En este tipo de encuentro suelen preguntarle con mucha frecuencia: “¿Qué podemos esperar para la vida de nuestros hijos?”, confesó.

Diagnosticados hace 20 años: Sam y Bethany Hamilton

En 1994 Samuel Hamilton tenía 2 años y su hermana Bethany acababa de cumplir su primer año cuando su familia, sus padres Jamie y Paul, cinco hijos en total y dos perros, alquiló la mitad de una residencia multifamiliar en San Louis para que Paul pudiera estar más cerca de su trabajo en el que ejercía como analista financiero.

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Samuel Hamilton fue diagnosticado a los 2 años con envenenamiento por plomo, en 1994. (Foto: Cortesía de la familia Hamilton)

Poco después de la mudanza, Jamie llevó a sus dos hijos más pequeños a hacerse sus respectivos chequeos médicos anuales, y cuando comentó que se habían mudado a una casa urbana, el médico decidió pasarlos por una pantalla detectora de plomo como medida de precaución.

El nivel de plomo de Bethany estaba en 16 y el de Sam en 36.

El inspector de salud llegó con su pistola de fluorescencia de rayos X y determinó que una gran inundación que había tenido lugar en la ciudad meses antes de que se mudaran había provocado que el agua se filtrase a través del yeso que estaba detrás de la fachada de ladrillo de la casa. La pared frontal de su apartamento se estaba desmoronando desde dentro y filtraba el polvo de plomo en el aire. Inmediatamente la familia colocó todas sus posesiones en el depósito de la casa y fueron a vivir con el padre de Paul, quien no tenía mucho espacio, pero “no teníamos otro lugar a dónde ir”, dijo Jamie.

Poco después pusieron una demanda y los Hamilton consiguieron 100.000 dólares, que era el límite del seguro del propietario, una cifra que la corte dividió entre Bethany y Sam. Desde el principio estaba claro que Sam había sido el más afectado, y mientras crecía pasaba los días visitando a toda clase de terapeutas: para la motricidad fina, el habla y el lenguaje y el manejo de la ira. Aunque los Hamilton habían educado en casa a sus otros hijos, se percataron de que no tenían la formación necesaria para enseñar a Sam y lo inscribieron en una escuela privada para niños diagnosticados con diversos trastornos del desarrollo como el autismo y el síndrome de Tourette. Sam fue el primer caso de envenenamiento por plomo. La matrícula costaba 13.000 dólares anuales.

Cuando Sam tenía 12 años, Jamie tuvo una conversación con sus profesores que todavía recuerda. Estaban hablando sobre el futuro de Sam y le dijeron que sería difícil “porque él parecía muy normal. Los daños en su cerebro son invisibles, sus problemas van a sorprender a la gente, ellos esperarán que responda a un nivel normal y cuando no lo haga, esto le causará problemas”.

Y así fue. Con los años, los amigos de Sam se alejaron, probablemente debido a sus problemas para leer las expresiones faciales, sacar conclusiones y comprender los chistes. Con el inicio de la pubertad, se convirtió en un chico que se enojaba con facilidad y cada vez era más difícil controlarlo, ya que durante sus estallidos de ira a menudo hacía agujeros en las paredes de su habitación y lanzaba cosas por las ventanas. Cuando tenía 16 años, anunció que no quería tomar más su medicación, Ritalin, Focalin y otros medicamentos para el TDAH, diciendo: “Yo quiero ser normal y la gente normal no toma estas cosas”. Cuando tenía 18 años dejó de medicarse y tres meses más tarde intentó suicidarse ingiriendo una botella de píldoras de cafeína, aunque inmediatamente les pidió a sus padres que lo llevaran a un hospital porque “no quiero morir”.

De adulto, se negó a solicitar los beneficios de la Seguridad Social: “No voy a pedirlo, quiero tener un trabajo como todos los demás”. Y efectivamente, encontró trabajo como salvavidas YMCA a través de un amigo de la familia. Pero cuando escuchó que alguien hablaba de una manera despectiva sobre Bethany, quien ahora estudia en la universidad, le dio un puñetazo y fue despedido. Luego consiguió otro trabajo, organizando los carritos en un supermercado, pero se enojó cuando le dijeron que estaba tomando demasiados descansos y perdió también ese empleo. Cada vez se mostraba más beligerante y negligente en su casa y sus padres se vieron obligados a “tomar la decisión más difícil”, dijo Jamie, le dieron un ultimátum.

“Si no estás dispuesto a poner de tu parte y sigues amenazándonos a tu madre y a mí, vamos a tener que pedirte que te mudes”, le dijo Paul.

“Bien”, respondió. “No los necesito más”. Guardó un poco de ropa en una mochila y salió de casa.

Durante meses, solo tuvieron noticias esporádicas sobre él. Había encontrado un trabajo para doblar ropa en J.C.Penney y vivía en un apartamento junto a unos compañeros de trabajo. Entonces, una mañana, Jamie lo encontró durmiendo en la hamaca detrás de la casa, estaba lleno de picaduras de insectos y parecía como si hubiera estado viviendo en las calles.

Cuando finalmente lograron descifrar la historia, los Hamilton se dieron cuenta de lo sucedido. Resultó que uno de los compañeros de apartamento de Sam había decidido entrar en J.C.Penney y Sam lo había ayudado dándole la pintura negra para el rostro, que el chico había utilizado como disfraz. Le habían dicho que “si no lo hacía podrían echarme”, le contó a sus padres, “y, ¿a dónde iba a ir? Así que los ayudé”.

Fue acusado de cómplice y le dieron dos años de libertad condicional. Sin embargo, el arresto fue una revelación en su vida. “Cuando era joven, solo quería olvidar que había estado envenenado por plomo y simplemente vivir una vida normal, no quería ser diferente”, dijo en una entrevista telefónica. “Cuando crecí, acepté el hecho de que soy diferente y necesito ayuda. Esta es mi vida”.

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Samuel Hamilton, segundo de izquierda a derecha en la fila de atrás, en la boda de su hermano en septiembre pasado. (Foto: Cortesía de la familia Hamilton)

Luego del incidente solicitó los beneficios de la Seguridad Social, entró en un programa de formación profesional y espera, finalmente, “trabajar con personas con trastornos del desarrollo, como los autistas, porque me siento identificado con ellos”. Pero él no tiene esperanza de conseguir un trabajo así, al menos hasta que se elimine de su historial su libertad condicional, lo que no ocurrirá hasta septiembre, suponiendo que no se meta en más problemas.

Por ahora, hace sus tareas en la casa, asiste a terapia y a clases de formación profesional, aplica para los puestos de trabajo aunque asume que no se los darán y se sienta a esperar. Sus padres también esperan.

“¿Podrá alguna vez vivir por su cuenta? Tendría que ser en un lugar donde cuente con asistencia para estar seguro de que se está tomando la medicación, que duerme por la noche, que prepara sus platos y lava su ropa”, dijo Jamie, refiriéndose a la nueva versión de la pregunta que se ha hecho desde que su hijo fue diagnosticado: “¿Qué continúa?”

Sam comentó: “He escuchado hablar de lo que ocurrió en Flint, en Michigan, y eso me hace sentir muy mal por los niños y las demás personas que viven allí. Ellos van a crecer y van a tener problemas, tal vez peores que los míos”.

“No es fácil sufrir un envenenamiento por plomo y crecer con sus consecuencias”, dijo. “Mi corazón está con todas las personas de Flint”.

Por Lisa Belkin
Yahoo News