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Enseñan a jugar al escondite a unas ratas, y éstos saltan de alegría

Enseñan a jugar al escondite a unas ratas, y éstos saltan de alegría

A más de uno, la idea de que las ratas jueguen al escondite con los humanos le puede parecer perturbadora. Y sin embargo, esta es precisamente la base de un estudio reciente, que demuestra no sólo que estos roedores pueden aprender a jugar al escondite – e incluso llegar a ser buenos en él – si no que lo disfrutan.

Eso sí, no lo han hecho simplemente para demostrar que las ratas podían jugar al escondite y disfrutar con ello. Hay motivos mucho más profundos, que tienen que ver con cuestiones congnitivas y de neurofisiología, pero que es mejor explicar después de describir el estudio.

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Así que vamos con ello. Los investigadores seleccionaron seis ratas, todas ellas “adolescentes” y de sexo masculino – un sesgo típico en estos estudios, que ya hemos comentado en alguna ocasión. Las llevaron a un nuevo ambiente, y dejaron que se acostumbraran a él.

¿Cómo era este ambiente? Se trataba de una sala amplia, con numerosas cajas y estructuras diseminadas por ella. Las cajas tenían distintos tamaños y estaban hechas de materiales diversos: algunas eran transparente, otras opacas…

Tras ello, entrenaron a las ratas para que aprendiesen a jugar al escondite. En primer lugar, debían saber quién se tenía que esconder y quién buscar. La cosa era sencilla: aquella rata que comenzase el juego en una caja cerrada, su función era buscar a las demás, y a la humana que dirigía el juego.

Todo esto está muy bien, pero ¿cómo convences a una rata para que juegue al escondite? Dándole una recompensa por hacerlo, y por hacerlo bien. Estas recompensas siempre eran muestras de cariño: rascarles la barriga, hacerles cosquillas y cariños que se le harían a cualquier cachorro de mascota.

Y bien que aprendieron las ratas. Con el paso del experimento, los seis individuos aprendieron a ser más sigilosos, dedujeron que las cajas opacas les daban mejores oportunidades de ganar – tanto para esconderse, como para buscar en ellas a sus compañeros – y que, en muchas ocasiones, copiar los lugares de la investigadora les proporcionaba el mejor lugar.

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Mientras lo hacían, demostraban de manera activa un interés por el juego, y un disfrute. “Reían” con un sonido característico – que debe ser recogido por instrumental científico, ya que es inaudible para el ser humano –, saltaban de alegría literalmente e incluso hacían “trampas” para alargar el juego, y con ello el disfrute.

Así que los investigadores habían conseguido que las ratas disfrutasen del juego del escondite, y todo ello con un claro objetivo científico. Porque durante todos estos juegos, se recopiló información sobre las señales nerviosos en el córtex prefrontal, una zona del cerebro vinculada con el aprendizaje.

Fueron capaces de determinar qué nervios se disparaban en distintos momentos del juego, por ejemplo cuando aprendieron a quién le toca buscar y a cuáles esconderse. Datos que sirven para entender un poco mejor la fisiología del cerebro de los mamíferos y con ello el de humanos… en este caso, sin que ningún animal sufra, si no todo lo contrario.