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Lo que nos enseña la historia del arte sobre la apariencia y el género

<span class="caption">_Magdalena Ventura con su marido y su hijo_ (José Ribera, 1631).</span> <span class="attribution"><a class="link " href="https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Mujer_barbuda_ribera.jpg" rel="nofollow noopener" target="_blank" data-ylk="slk:Wikimedia Commons;elm:context_link;itc:0;sec:content-canvas">Wikimedia Commons</a></span>

El género es una construcción cultural: al estar determinado por las formas sociales y culturales, varía según el momento y el lugar. Su definición implica un conjunto de roles que se identifican como propios de hombres o de mujeres, y que han ido cambiando a lo largo de la historia.

La OMS indica que el género se compone de:

  • Identidad sexual. La percepción subjetiva que un individuo tiene sobre su propio género.

  • Orientación sexual. El patrón de atracción emocional y sexual.

  • Rol de género. Las construcciones sociales que atribuyen a cada sexo unos comportamientos o normas que se consideran adecuados.

A estos se suma la expresión de género, que es la manifestación externa del género en cada individuo.

Autoconocimiento e indumentaria

El autoconocimiento es importantísimo para todo ser humano y, además, es fundamental poder mostrarse en consonancia con esa propia identidad. La indumentaria ayuda a reforzarla pero, en otras ocasiones, sirve para ocultarla, convirtiéndose en una máscara. Esto es especialmente importante durante la infancia y la adolescencia.

Recientemente, jóvenes de toda España han acudido al instituto vestidos con faldas para luchar contra los estereotipos y el acoso escolar, después de que un adolescente de Bilbao fuera discriminado en su centro por llevar esta prenda.

¿Nos reconocemos en las imágenes que nos rodean?

La construcción del yo se realiza en función del otro. En ese sentido, debemos ser capaces de analizar qué imágenes nos rodean y qué mensajes recibe nuestro subconsciente. Generalmente provienen de la publicidad, las series y las redes sociales.

Nuestra cultura visual está plagada de cuerpos atléticos e hipersexualizados (incluso siendo adolescentes) que reproducen los estereotipos de género tradicionales (e incluso incitan a la violencia y a las relaciones tóxicas). No solo no nos reconocemos en ellos, sino que, además, nos genera frustración al no conseguir parecernos.

¿Qué podemos aprender del arte?

La historia del arte nos nutre de imágenes que nos permiten ser más conscientes de lo que percibimos y nos hace darnos cuenta de que las construcciones culturales son cambiantes.

La barba, por ejemplo, un atributo claramente masculino, podía ser llevada por mujeres en ciertos momentos de la Antigüedad, pero durante la Edad Media el vello facial femenino se convierte en sinónimo de maldad.

Algunas mujeres barbudas fueron retratadas por grandes artistas del Barroco, como Sánchez Cotán o Ribera. Estas señoras se exhibían ante los monarcas en la corte, al igual que otras personas con deformaciones.

En el siglo XIX e inicios del siglo XX algunas mujeres barbudas fueron mostradas en los circos. Sin embargo, en el siglo XXI personajes como Conchita Wurst o la modelo Harnaam Kaur han convertido la barba, mezclada con una apariencia femenina, en un símbolo de igualdad.

El pelo y los adornos

Otra cuestión es la propia cabellera. La frente despejada fue un símbolo de sabiduría propio de los hombres maduros. Por esa razón, en algunos momentos de la historia las mujeres se afeitaron la cabeza para tener la frente más ancha, como la reina Isabel I de Inglaterra.

En cuanto a la indumentaria, no siempre hubo grandes diferencias entre el atuendo masculino y el femenino. Un momento histórico donde fue especialmente parecido es el siglo XVIII.

Por ejemplo, en el retrato de Felipe de Orleans, o en la obra La entrevista de Luis XIV y Felipe IV en la Isla de los Faisanes, se observa como los hombres llevan tacones, lazos, pelucas, encajes, volantes y visten de tonos rosáceos.

Si se comparan los retratos de María Luisa de Orleans y Luis Francisco de la Cerda, se hacen evidentes estas similitudes entre el modo de vestir masculino y el femenino.

El siglo XX

En el siglo XIX se produjo la gran separación entre los trajes de ambos sexos. Los hombres optaron por una indumentaria más sobria y desprovista de ornamentos. Las mujeres, por su parte, mantuvieron el estilo recargado de la centuria anterior.

A pesar de que las mujeres llevaron pantalón desde la Antigüedad, como fue el caso de las amazonas, durante buena parte de la historia estuvo penado. Por ejemplo, Mary Edwars Walker fue arrestada varias veces por llevar prendas masculinas.

Coco Chanel consiguió que el pantalón se convirtiese en una prenda versátil para ambos sexos. Al principio se asoció a mujeres independientes, de carácter fuerte, como las actrices Marlene Dietrich o Kathering Hepburn.

<span class="caption">Colección primavera-verano 2018. Palomo Spain.</span>
Colección primavera-verano 2018. Palomo Spain.

Los hombres, sin embargo, no han incorporado las prendas consideradas tradicionalmente femeninas a su apariencia habitual. No obstante, ciertos iconos pop, como Andy Warhol, Freddy Mercury, David Bowie o Tino Casal, promovieron un uso de la ropa más libre.

En la actualidad, encontramos el ejemplo del diseñador Palomo Spain, que realiza prendas unisex, aunque a pie de calle este cambio aún no se aprecie.

¿Y el arte actual?

Numerosas artistas actuales nos proporcionan también imágenes alternativas. Por ejemplo, Eli Rezkallah recrea anuncios publicitarios en los que cambia los roles. Por otro lado, María Ezurra considera que la vestimenta es un factor fundamental en la comunicación social.

En este sentido, la artista y activista Yolanda Domínguez ha realizado interesantes propuestas, con obras como Poses, Niños vs moda, Little black dress, o su reciente Rompe el estereotipo, donde recrea un anuncio de una conocida marca y hace visibles a las mujeres que no suelen estar presentes.

<span class="caption">Rompe el estereotipo. Yolanda Domínguez. 2020.</span>
Rompe el estereotipo. Yolanda Domínguez. 2020.

Este texto es parte de un trabajo de investigación presentado en la Conferência Educação Patrimonial em Ação: Tecendo Relações Entre Museus, Escolas e Territórios, celebrada en Oporto entre el 22 y el 23 de octubre de 2020.


Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

Las personas firmantes no son asalariadas, ni consultoras, ni poseen acciones, ni reciben financiación de ninguna compañía u organización que pueda obtener beneficio de este artículo, y han declarado carecer de vínculos relevantes más allá del cargo académico citado anteriormente.