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Enfermar de COVID-19 por un periodo prolongado no solo afecta el cuerpo, también la mente

Angela Aston, enfermera calificada de San Marcos, Texas, pasó meses enferma de COVID-19. (Sergio Flores/The New York Times)
Angela Aston, enfermera calificada de San Marcos, Texas, pasó meses enferma de COVID-19. (Sergio Flores/The New York Times)
Angela Vázquez, de Los Ángeles, contrajo la COVID-19 en marzo. (Tara Pixley/The New York Times)
Angela Vázquez, de Los Ángeles, contrajo la COVID-19 en marzo. (Tara Pixley/The New York Times)

Cuarenta horas después de haber atendido a su primer paciente de coronavirus, el 30 de marzo, Angela Aston regresó a casa con su familia y tenía tos. “¡Ay, tienes la garganta irritada!”, le dijo su esposo. De inmediato pensó que tal vez estaba infectada de COVID-19. Debido a su formación en enfermería, Aston, de 50 años, estaba segura de que sabría cómo manejar sus síntomas, así que se encerró en su recámara para hacer su cuarentena y descansar.

Para el día 50 de su enfermedad, esa seguridad se había esfumado por completo. A finales de mayo, todavía sufría fiebre y fatiga a diario. Cada noche se iba a la cama preocupada por la posibilidad de que su respiración se deteriorara de repente. Algo que resultó especialmente difícil fue explicarles a sus colegas, amigos y familia que seguía enferma después de ocho semanas.

“Sentía este estigma, como ‘tengo esto que nadie quiere cerca’”, comentó Aston. “Te hace sentir deprimida, ansiosa porque crees que no va a acabar nunca. Algunas personas le preguntaban a mi esposo: ‘¿Todavía no ha mejorado?’. Empiezan a pensar que estás inventando todo”.

Aston halló cierto consuelo psicológico en un grupo en línea, fundado por la organización dedicada al bienestar Body Politic, donde más de 7000 personas comparten sus experiencias como enfermos de COVID-19 “de largo trayecto”, aquellos que han padecido la enfermedad durante varios meses.

Además de hablar acerca de sus síntomas físicos, muchos miembros del grupo de apoyo han externado cómo se ha deteriorado su salud mental debido a la enfermedad. Decenas escribieron que los meses que llevan enfermos han contribuido a que experimenten ansiedad y depresión, exacerbadas por las dificultades para tener acceso a servicios médicos y la interrupción en sus rutinas laborales, sociales y de ejercicio físico.

Al principio de la pandemia, un mito persistente entre los pacientes y algunas autoridades de salud era la idea de que la COVID-19 era una enfermedad corta. Apenas hace unos meses comenzó a ponerse más atención a quienes la han padecido durante mucho tiempo. En grupos de apoyo en línea como Body Politic y Survivor Corps, los enfermos han realizado encuestas y reportes informales para estudiar el curso de su enfermedad.

Natalie Lambert, investigadora de la salud en la Escuela de Medicina de la Universidad de Indiana, hizo hace poco una encuesta en la que participaron más de 1500 enfermos de largo trayecto a través de la página de Facebook de Survivor Corps y descubrió varios síntomas psicológicos en común. Observó que la ansiedad ocupa el octavo lugar entre los síntomas más comunes de los pacientes que han sufrido una enfermedad prolongada, con menciones de más de 700 participantes. Dificultad para concentrarse también fue uno de los síntomas más comunes, y más de 400 dijeron sentir “tristeza”.

Teodor Postolache, psiquiatra de la Escuela de Medicina de la Universidad de Maryland, calcula que entre un tercio y la mitad de los pacientes de COVID-19 experimentan algún tipo de problema de salud mental como ansiedad, depresión, fatiga o patrones anormales de sueño.

Quienes no están infectados de COVID-19 también experimentan problemas de salud mental durante la pandemia. Un estudio publicado en junio por los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades reveló que síntomas como la ansiedad y la depresión aumentaron significativamente entre abril y junio en comparación con el mismo periodo del año pasado. Este estudio descubrió que se reportaron síntomas de salud mental adversos desproporcionadamente entre los adultos jóvenes, adultos negros e hispanos y trabajadores esenciales. La organización sin fines de lucro National Alliance on Mental Illness ha observado un aumento del 65 por ciento en el número de personas que utilizan su línea de ayuda para tener acceso a recursos de salud mental desde que estalló la pandemia.

“La respuesta de salud pública a la pandemia de COVID-19 debe incluir atención a las consecuencias que tiene en la salud mental”, señaló Mark Czeisler, uno de los autores del estudio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades.

Chimére Smith, de 38 años, maestra de secundaria en Baltimore, cumplió seis meses de sufrir síntomas de COVID-19 en septiembre. El 22 de marzo, Smith hablaba por teléfono con su terapeuta cuando comenzó a sentir un cosquilleo en la garganta, que para esa noche era ardor. Comentó que sus síntomas se presentaron como una “rueda del infortunio” que daba giros a diario entre náusea, diarrea y dolor de cabeza.

En este periodo, ha acudido a la sala de urgencias en doce ocasiones. A mediados de abril modificó su testamento. Describió una confusión mental persistente que le dificulta estructurar oraciones, mientras que antes de la pandemia “parecía un tesauro andante”. Cuando cayó en cuenta de que debido a la fatiga este otoño no podría volver a dar clases de inglés a los dos grados que solía enseñar, lloró.

Para el cuarto mes de su enfermedad, Smith incluso había considerado acabar con su vida. “Pensé: ‘¿Quién querría vivir así?’”, relató. “Sentía la necesidad de saltar fuera de mi propio cuerpo”.

Smith es uno de los muchos casos de pacientes con enfermedades prolongadas que, al igual que Aston, experimentaron una mejoría en su salud mental después de unirse a los grupos de apoyo en línea Body Politic y Survivor Corps, donde comparte consejos para lidiar con sus síntomas mentales y físicos. Smith aseguró que los miembros de estos grupos la ayudaron a superar sus pensamientos suicidas.

A otros pacientes de COVID-19 les ha servido que en esos grupos alguien les diga que sus síntomas no son imaginarios.

“Decenas de personas tienen cada uno de los síntomas que he experimentado”, explicó Angela Vázquez, de 33 años, paciente de COVID-19 en Los Ángeles. “No es posible que suframos una alucinación colectiva con los mismos síntomas”.

Algunos inmunólogos han deducido que quizá los síntomas de los pacientes con enfermedades prolongadas persistan porque albergan fragmentos de genes virales que no son infecciosos pero sí disparan reacciones violentas del sistema inmunitario. Sin embargo, se sabe muy poco acerca del impacto de la COVID-19 a largo plazo, no solo porque la enfermedad es nueva, sino porque todavía existen amplios vacíos en nuestra comprensión de los efectos de las infecciones virales a largo plazo.

Para los pacientes que sufren COVID-19 durante un periodo prolongado, un recurso que contribuye en gran medida a su salud mental es la validación de los amigos, la familia y los colegas, subrayó Lambert. También instó a los médicos de atención primaria a que se mantengan al día sobre las investigaciones más recientes para que puedan proporcionarles información adecuada a sus pacientes, y a los investigadores clínicos a que sigan estudiando los efectos de la enfermedad en la salud mental y las habilidades cognitivas.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company