En enclave del Ku Klux Klan, preguntas sobre Trump no son bien recibidas
En las semanas previas a la investidura, Yahoo News visitó poblados y ciudades por todo el país, para hablar con los votantes que habían apoyado a Donald Trump en la elección. Mientras emergía la forma que tomará su Administración, le preguntamos a los electores si estaban contentos con su elección y si sentían optimismo por el futuro. Aquí están algunos de nuestros descubrimientos:
HARRISON, Arkansas. – Shane Jones simplemente no creía que un par de periodistas hubiera llegado a su barbería/tienda de armas un miércoles por la tarde, unas semanas después del día de la elección, sólo para hablar de Donald Trump.
“No, no, no”, dijo Jones con una sonrisa taimada que apenas si disfrazaba su evidente hostilidad. Recargado en su sillón de peluquero, sacudió la cabeza y entrecerró los ojos. “No es por eso por lo que están aquí. Están aquí por los anuncios panorámicos, por el KKK. Es por eso que están aquí”.
Para ser honestos, así fue como habíamos terminado en el diminuto poblado en lo profundo de los montes Ozark. Harrison, una ciudad de aproximadamente 13 mil habitantes en el noroeste de Arkansas, cerca de la frontera con Missouri, había aparecido en las noticias durante años, al generar titulares como el hogar del Partido de los Caballeros, anteriormente conocido como los Caballeros del Ku Klux Klan, un prominente derivado nacional del KKK, fundado por David Duke en 1975.
De forma más reciente, la ciudad, cuya población es 96 por ciento de raza blanca y, de acuerdo con el censo del 2010, hogar de apenas 34 residentes de raza negra, había generado nueva atención por una serie de controvertidos anuncios panorámicos sobre supremacía blanca, colocados junto a las carreteras que llevan a la ciudad, entre ellos uno que decía, “antirracismo es código para antiblanco”.
Cuando los polémicos anuncios eran destrozados y deformados, eran reemplazados casi de inmediato. En la Autopista 35, al sur de la ciudad, ahora los conductores pueden observar dos letreros. Uno anuncia la “Radio de Orgullo Blanco” y “Alt Right TV”, y el otro dice “diversidad es código para #genocidioblanco”.
La gente del lugar ha intentado quitar, sin éxito, los anuncios panorámicos, al considerarlos un obstáculo en sus esfuerzos para proyectar a Harrison como un lugar más acogedor. Eso significaba superar un pasado oscuro, que incluía una serie de disturbios a principios del siglo xx, cuando se dice que los residentes expulsaron a la mayoría de la población de raza de negra de la ciudad. Los esfuerzos para renovar la imagen de la ciudad se complicaron aún más con la llegada del KKK, que reubicó su sede nacional en Harrison a principios de la década de los 90. Aunque Thomas Robb, quien ahora dirige el grupo, vive a casi 16 kilómetros de la ciudad, la dirección de la organización está registrada en Harrison y la ciudad también es sede de su periódico, The Crusader.
Y eso es pate de lo que nos había llevado a Harrison. En otoño, residentes se sintieron alarmados al ver que había copias de The Crusader frente a las puertas de hogares por toda la ciudad. Bajo el estandarte “Volver a hacer grande a Estados Unidos”, el ejemplar presentaba su apoyo a Trump en primera plana ocupando una página entera, lo que vinculaba el lema de su campaña con la promoción de supremacía blanca del periódico.
“Mientras que Trump quiere volver a hacer a Estados Unidos grande, tenemos que preguntarnos, ‘¿qué es lo que para empezar hacía grande a Estados Unidos?’”, decía el artículo en apoyo al candidato, de acuerdo con The Washington Post. “La respuesta corta a eso es simple. Estados Unidos era grande no por lo que hicieron nuestros antepasados –sino debido a quiénes fueron nuestros antepasados. Estados Unidos se formó como una república cristiana de raza blanca. Y como una república cristiana de raza blanca, se volvió grande”.
La campaña Trump rápidamente repudió el apoyo –quizá consciente de la controversia que había generado el multimillonario neoyorquino cuando no rechazó de inmediato el apoyo de Duke, quien había vuelto a ponerse bajo la mirada del público como candidato para un escaño en el Senado en Louisiana.
En noviembre, Trump ganó sin problemas el Condado de Boone, donde se ubica Harrison, al derrotar a Hillary Clinton con casi un 60 por ciento. Pero unas semanas después de la elección, los residentes no tenían mucho interés en hablar con reporteros sobre Trump o de lo que esperaban de él al tiempo que se prepara para llegar a la Casa Blanca. Uno de ellos era Jones, quien exhibía un enorme letrero hecho a mano que decía “NOBAMA” en la entrada de su barbería, donde hace poco comenzó a vender armas además de cortes de pelo.
Al interrogar a los reporteros que habían llegado a su negocio, Jones cuestionó por qué le interesaría a alguien conocer sus motivos para apoyar a Trump y las cuestiones que le interesaban. En el espejo frente a la silla de peluquero había una calcomanía de Trump/Pence, colocada junto a un poster de Clint Eastwood con un rifle, de uno de los famosos filmes de spaghetti Western de Sergio Leone. Cuando se le preguntó qué espera de Trump como presidente, Jones dijo, “quiero que restablezca y defienda la Constitución”.
Se rehusó a entrar en detalles e indicó que la entrevista había terminado. “Nadie va a hablar con ustedes aquí”, dijo Jones, mientras señalaba la salida a los reporteros.
Pero eso no fue correcto del todo. Afuera, una mujer salió de la tienda de enseguida, llamada Cosmic Mama, y se presentó como Lisa Howard, una “asesora espiritual” que acababa de mudarse desde Dakota del Norte tras enamorarse de las colinas onduladas y los bosques de los montes Ozark. No tenía idea de la historia de la ciudad ni de sus tensiones raciales. Tal vez, dijo sonriendo, necesitaban consejo espiritual y de vida de alguien como ella.
Había algo sobre lo que los dos comerciantes podían forjar un lazo. A Howard, quien se describió como una liberal con tendencias de izquierda, no le gustaba Hillary Clinton. Pero dijo que no le agradaba Trump. Aunque siguió la campaña de cerca, dijo que no votó porque hacía mucho tiempo que había perdido su fe en el sistema político, al parecerle corrupto, comprado y pagado por intereses especiales y que no beneficiaba a gente como ella. A diferencia de muchos, no se vio influenciada por el mensaje de Trump de no pertenecer al establishment político ni tampoco creía que él llevaría un cambio a Washington.
“Simplemente ya no creo en nada del sistema”, dijo Howard. La política, sentía, le daba a gente como ella un “falso sentido de estar involucrados en algo sobre lo que no tenemos control”. Se lamentó de que “todo tiene que ver con dinero”.
Aunque Trump había hecho campaña en contra del establishment y se había proyectado como un “antipolítico”, dijo que simplemente no le creía. Entre otras cosas, señaló al tipo de gente que había comenzar a nombrar para su nueva Administración, cabilderos y ejecutivos de Wall Street a quienes había denunciado en su campaña. Es un “circo”, dijo Howard. Y no quería participar en él.
“Siempre que continuemos apoyando el sistema, lo estamos alimentando”, dijo. “Y necesitamos cambiar. Necesita desaparecer”.