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Elsa Serrano, una mujer que dedicó su vida a la moda y enfrentó todos los obstáculos

De manera trágica e incomprensible terminó la vida de Elsa Serrano, una mujer que desde abajo llegó a lo más alto de su profesión, convirtiéndose en la artífice del glamour del ambiente artístico y el poder político durante más de treinta años.

La relación de Serrano con el diseño y la costura comenzó mucho antes de lo que ella imaginaba, a los cinco años, en su Calabria natal, la pequeña Elsa Romio ya cosía con hilo y aguja vestidos para sus muñecas. Aunque en ese momento era apenas un juego, las horas y el entusiasmo que le dedicaba a la tarea profetizaban lo que sería su futuro.

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En 1958, con once años (había nacido el 13 de julio de 1947), Elsa junto a su familia se afincó en la Argentina. Aunque perfeccionó rápidamente su español, ostentaba un marcado acento italiano que la acompañó hasta toda su vida. Sobre sus estudios, Elsa se sinceraba en una nota para LA NACION:"Nunca fui a una escuela de diseño. Tenía 16 años cuando volví a Italia, allí hice seis meses de Ceremonial y Protocolo".

Ya en Buenos Aires llegaron los primeros emprendimientos, y también el amor. Elsa se casó a los 19 años con Israel "Saúl" Sztemberg -padre de su primera hija, Roxana-, y así lo recordaba en una nota con Jorge Ginzburg: "A los 17 papá me puso un local de artículos importados, toda una novedad en esa época. El hermano de él era cliente mío, y nos hicimos amigos. Un día vino su mamá a pagarme lo que se había llevado el hijo y cuando me vio me dijo que quería presentarme a su otro hijo, que viajaba mucho". Lo primero que le impactó de él fueron las manos, una obsesión de Elsa emparentada directamente con las que siempre fueron sus herramientas de trabajo.

Algunos años después, ya dedicada por completo al diseño, Elsa Serrano, (contemporánea de otros nombres emblemáticos en el rubro como Gino Bogani o Laurencio Adot) se convirtió en sinónimo de moda. Mirtha Legrand, Susana Giménez, Andrea del Boca, Graciela Borges, Lucía Galán y Susana Rinaldi fueron algunas de las muchas estrellas que la eligieron para lucir sus prendas. Y a la par del mundo del espectáculo, también los poderosos quedaron subyugados por su talento, lo que con el tiempo le valió el apodo de "la modista del poder", una etiqueta que nunca le gustó.

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Primero fue la cúpula radical quien comenzó a visitarla, luego con el cambio de gobierno en la década del 90 llegó a su atelier la familia Menem, con la que no solo generó un vínculo afectivo, sino también una exposición mediática como nunca había tenido: "Zulemita Menem vino con Zulema en 1991 por un viaje a España. Me mandaron a que le prepare un equipo que solo tenía pantalones, unos palazzos blancos. Fue muy criticado en ese momento. Desarrollamos un gran cariño, es como mi cuarta hija". Tiempo después declararía que nunca cobró la mayoría de los diseños que le realizó durante esos años, lo que derivó en una denuncia de los Menem.

Pasaron los años, y Elsa continuó sumándole estilo y glamour a personalidades nacionales e internacionales. Desde el vestido de casamiento de Claudia Villafañe, hasta diseños exclusivos para Sofía Loren o Joan Collins, ningún desafío era imposible para ella. Y precisamente por su honestidad y frontalidad fue que entre pasada y pasada, también se convirtió en confidente de muchas de ellas.

Cuando comenzaba a despegar su carrera profesional, su vida personal tuvo su primer cimbronazo, que llegó a su cenit con la separación de su primer marido, una década después de haber dado el sí: "La primera boutique la tuve en la calle Soldado de la Independencia. Me la puso mi primer marido para que me distrajera, pero un día me encontró tomando un ruedo a una señora y no le gustó. Rompió todo el negocio. Machismo. Como tenía dinero, podía hacerlo. Es una historia horrible. Cuando me separé volví a la casa de mis padres para dormir en la misma camita de siempre que mi madre no desarmó jamás. Ya tenía a mi nena de diez años, sin embargo, dejé todo. Era muy rica, pero me fui a lo de mis padres".

Elsa encontró nuevamente el amor en Alfredo Serrano, comerciante que además de padre de dos de sus hijas (María Soledad y María Belén) se convirtió en su socio. "Éramos la pareja perfecta -recordó recientemente en perspectiva-, él estaba a cargo de todo lo relacionado a lo administrativo, y yo me dedicaba a crear. No tenía idea de los números, dejé todo depositado en él". Sin embargo, con los años el amor se apagó y en 1994, después de 18 años de matrimonio, la separación terminó en escándalo: "Nos divorciamos de común acuerdo, y por eso perdí mucho dinero".

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La segunda mitad de la década del 90 encontró a la diseñadora con tres hijas y una crisis económica que complicaba su tarea. Ella, obsesiva como siempre, se empeñaba en seguir trabajando con los mejores materiales (compraba sus telas en Italia), y la realidad nacional junto con la competencia no se lo hicieron fácil.

Una segunda crisis, la del 2001, terminó con el remate de su maison de la calle Mansilla. Acorralada por las deudas, y consciente del ocaso de sus días de gloria, Serrano pensó en dejar todo: "Llegué al remate por un crédito del Banco Nación, a partir de una hipoteca sobre la propiedad. Los años siguientes a obtener ese crédito fueron muy malos. Quebré el 19 de julio de 2001, el país venía cayéndose y los intereses eran muy grandes. La maison era el amor de mi vida. Mansilla era algo único en la Argentina. Todo hecho a medida. Sectores de diseño, de prueba, el instituto, jardines. Hice fiestas, como cuando Norma Aleandro ganó el Oscar. Yo la vestí para esa entrega".

Como tantas otras veces, la creadora decidió que el mejor ejemplo para sus hijas (que algunas veces llegaron a cuestionarle el tiempo que le dedicaba a su trabajo en desmedro del familiar) era seguir adelante. Y así fue: "Quedé sin nada y con deudas, así que me compré una mesa en Easy y me puse a trabajar donde yo vivía, sobre avenida Del Libertador. Tenía un cuarto de vestir muy grande que acondicioné para seguir trabajando. Vinieron las tres modistas a mi casa, y seguimos. Así estuve dos años".

La diseñadora se recompuso y siguió adelante, aunque con un perfil mucho más bajo que durante el menemismo. Su regreso a la pantalla chica fue en 2020 como jurado de la tercera temporada de Corte y confección (en abril de 2019 el programa ya le había hecho un homenaje). Un desafío que aceptó feliz: "Yo tuve un instituto terciario donde creé materias nuevas, teníamos una exigencia tremenda. Sé lo que implica dar una lección. Muchos participantes ya tienen sus tiendas, pero veo que aún les falta aprender mucho, así que no sé qué es lo que le ofrecen a sus clientas. Ellos tienen que entender que no se trata solo de diseñar. Yo soy diseñadora, pero, sobre todo, modista. Valentino lo decía: 'Se pueden hacer bocetos fabulosos, pero si no se sabe cortar, el trabajo no sirve'".

A finales de marzo, dejó su lugar en el jurado del reality de eltrece debido a que, por su edad, era considerada "persona de riesgo" ante un eventual contagio de Covid-19. Su despedida sonó a un "hasta luego", pero su regreso no llegó nunca a concretarse. Su trágica muerte interrumpió una vida dedicada al arte, al diseño y a la creación.

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