En elogio a los aplausos de la cuarentena

Los Aplausos que se extendieron por primera vez por la ciudad de Nueva York una noche de viernes a finales de marzo, para agradecer a los trabajadores en el frente de batalla del brote de coronavirus, ahora se sienten como si también estuvieran dirigidos a nosotros. (Cari Vander Yacht/The New York Times)
Los Aplausos que se extendieron por primera vez por la ciudad de Nueva York una noche de viernes a finales de marzo, para agradecer a los trabajadores en el frente de batalla del brote de coronavirus, ahora se sienten como si también estuvieran dirigidos a nosotros. (Cari Vander Yacht/The New York Times)

Todas las noches a las 7, mi vecindario de Brooklyn vuelve a la vida con la calculada extravagancia de un reloj cucú. Todo comienza con un solo vecino aplaudiendo. Pronto, decenas más se le unen abriendo la puerta de su casa o asomados desde las ventanas para aplaudir y lanzar gritos de ánimo. Más o menos a los 20 segundos de iniciar, un hombre sale del apartamento con jardín frente a mí, golpeando una olla con una cuchara y aparece una mujer en la escalerilla de la entrada de la casa contigua, con su cocker spaniel a un lado contribuyendo con sus ladridos. A menudo hay un invitado especial: una tarde hace poco, pasó un chico en una bicicleta para entregas a domicilio, sonando un silbato. A los cinco minutos todo ha terminado.

Los Aplausos se extendieron por primera vez por la ciudad de Nueva York la noche de un viernes a finales de marzo. Tras gestos similares en Italia, India y España, la repetición del suceso en Nueva York fue promovida por una empresa de mercadotecnia estratégica y circuló por las redes sociales para agradecer a los trabajadores en el frente de batalla del brote de coronavirus. Originalmente se presentó como un suceso único, y después de eso, se les pidió a los habitantes que lo repitieran una vez a la semana, pero ahora lo hacemos todas las noches.

Con toda certeza, Los Aplausos han sido escuchados por los médicos y enfermeras de los cuerpos técnicos de emergencias médicas, trabajadores de UPS y personal de entregas Instacart y los tantos otros neoyorquinos que se están arriesgando para proteger su ciudad. Yo vivo a unas cuadras de la atestada Unidad de Cuidados Intensivos del Centro Hospitalario de Brooklyn y, el martes, los bomberos se alinearon justo afuera del centro para vitorear al personal.

No obstante, conforme el ritual se repite con más frecuencia, aumenta la sensación de que el aplauso también es para nosotros. Solíamos asistir a conciertos, al cine, al teatro y aplaudir por las actuaciones. Ahora los aplausos son la actuación. Es parte de nuestra programación habitual, en vivo y en persona cuando prácticamente nada más lo es.

Agradecer a los trabajadores de la salud podría ser el objetivo de esta actuación, pero el placer reside más allá del objetivo. Los Aplausos son un estallido comunitario. Son un recordatorio de que, aunque estamos aislados, no estamos solos. Están hechos de cientos de pequeñas improvisaciones que, sin embargo, se suman a una cacofonía predecible y reconfortante, hecha a la medida de la calle donde vives.

En algunos vecindarios, Los Aplausos se manifiestan como un golpeteo disperso y en otros hacen eco entre complejos de altos edificios de apartamentos, generando muros de sonido. Una noche reciente en Stuyvesant Town, Los Aplausos fueron interrumpidos por el repicar de las campanas y el clamor de unos cornos; en el Lower East Side, alguien hizo resonar a Frank Sinatra cantando “New York, New York”. Me han dicho que algunas cuadras no aplauden en absoluto.

Es un cliché describir una actuación como “motivante”, pero en este caso la descripción se siente auténtica. No obstante, me agrada por razones más sencillas. Como muchos neoyorquinos, no conozco a la mayoría de mis vecinos y me he descubierto aprovechando estos breves minutos todas las noches para reunir pistas acerca de su vida doméstica. Me doy cuenta de quiénes emergen de casas de varios pisos y quiénes de los edificios de apartamentos. Una noche, al hombre de la olla se le unió una compañera haciendo sonar sus propios utensilios de cocina. En otra ocasión, el cocker spaniel no apareció y yo me deleité con mi exagerada decepción. ¿Habrá tenido otro compromiso?

Están quienes se abstienen de Los Aplausos y quienes hacen campaña activamente en contra. La presentadora inglesa de derecha Katie Hopkins, quien está matando el tiempo de la cuarentena poniéndose de pie frente a un afiche de la bandera estadounidense y despotricando con su cámara web, ha criticado el aplauso en el Reino Unido afirmando que es un pasatiempo bobo. Lo llamó “aplaudir al cielo”, que accidentalmente fue una manera encantadora de expresarlo. Otros arguyen que Los Aplausos son un gesto de empatía que no beneficia a los trabajadores que corren un mayor riesgo. Aun así, para los críticos, Los Aplausos son una especie de obsequio; les da una actuación para criticar.

Es cierto que en internet el ritual puede parecer reducido a un espectáculo de autosatisfacción. En Twitter, miré el extraño espectáculo corporativo del rascacielos Salesforce Tower en San Francisco iluminarse con un video de manos aplaudiendo. La etiqueta #ClapBecauseWeCare (#AplaudePorqueNosImporta) distorsiona la experiencia para que se adapte al contexto de una campaña de concientización en redes sociales; exagera el propósito del suceso y hace que todo se sienta un tanto ufano. Conforme el distanciamiento social ha migrado toda nuestra interacción humana al mundo en línea, Los Aplausos han revelado los límites del medio. Las experiencias que se revelan en internet corren el riesgo de ser rápidamente explotadas por su utilidad para la plataforma, reducidas a ser simples portadoras de información capaz de acumular comentarios y debates.

Puedo entender por qué las personas se sienten atraídas a compartir videos de Los Aplausos, como si se tratara del suceso más emocionante y no aterrador que un neoyorquino en cuarentena pudiera documentar un día cualquiera, pero ver Los Aplausos en otros vecindarios se siente vanamente remoto, como espiar una conversación en un idioma que desconoces. De alguna manera tienes que estar ahí… y solo puede suceder si ya estás ahí.

Quienes aplauden quizá hayan conocido el ritual a través de una publicación en Facebook o un mensaje pintado con gis en el pavimento del parque de un vecindario, pero persiste porque lo escuchamos, y queremos seguir escuchándolo. Algunos días es lo único que escuchamos en el exterior que no sea la sirena de una ambulancia.

Cada noche, conforme se acerca la hora de Los Aplausos, mi cuerpo se mantiene alerta con una anticipación ansiosa. ¿Volveremos a aplaudir esta noche? Hasta ahora, la respuesta ha sido afirmativa. Cada día que pasa crece la sensación de que esto solo parará una vez que el virus se haya detenido. Hasta entonces, no tengo otro lugar dónde estar.

This article originally appeared in The New York Times.

© 2020 The New York Times Company