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El viaje más desesperante en la vida de Karina

Por Milagros Socorro vía La vida de nos | Ilustraciones: Ana Black

Esta entrega pertenece a una serie titulada “ERAN SOLO NIÑOS” – Historias de adolescentes asesinados durante las protestas de 2017 en Venezuela.

Karina en el bus – Ilustración: Ana Black
Karina en el bus – Ilustración: Ana Black

Nada más despertar, el mundo se le viene encima. Ya sabe cómo es. Pasará el día pensando que es una pesadilla, que un día va a despertar y Jean Luis estará ahí. Pero ahora es el momento en que todo vuelve a empezar y no puede quedarse en la cama un siglo, sintiendo cómo se enfrían las lágrimas en su lento viaje por las sienes. Ya la niña ha empezado a gemir. Si nadie viene a su lado apelará a un vigoroso berrido que Karina prefiere evitar. Es una de las grandes marcas del duelo: el abatido quiere silencio. Si por él fuera, viviría debajo del agua, donde no llegan voces ni ruido alguno y donde las lágrimas son invisibles, como el aire.

Por algo hay que empezar. Antes incluso de sacar a su hijita de la cuna, Karina se reserva unos minutos para recogerse el cabello y ordenarlo bajo un casco elástico, hecho con restos de medias panty. Le da la sensación de que todavía puede poner algo en su lugar, ahorrarse una calamidad.

Camino a la cuna arrastra los pies. Es como si no tuviera la fuerza para levantarlos. No a esa hora, que es cuando le sobrevienen en ráfagas los horribles instantes que le confirman que no fue una pesadilla. O, en todo caso, que no despertará de ella.

Jean Luis corriendo – Ilustración: Ana Black
Jean Luis corriendo – Ilustración: Ana Black

Karina de Lugo tiene 36 años y cuatro hijos. Ahora, tres. Estaba en Barranquilla, Colombia, adonde había ido para emplearse como trabajadora doméstica, cuando recibió la llamada. Su madre intentó dar la noticia a plazos, pero la muerte trabaja sin piedad, incluso en la divulgación de sus estragos. No hubo manera.

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—Mija, sucedió un accidente —dijo la señora por teléfono—. Yo le dije a Jean que no se fuera para donde el amiguito y se fue…

—Pero ¿qué pasa?, ¿qué pasa?

—Me fregaron al niño.

—¿Cómo que lo fregaron? ¿Lo golpearon? ¿Qué pasó?

Karina dejó el teléfono en manos de su hermana, de sus tías, que soltaban un grito y se lo pasaban como si el aparato fuera la pequeña jaula de una víbora. Una de ellas le dijo a Karina que a su hijo Jean Luis le habían dado un tiro, a lo que ella respondió a gritos que lo llevaran a un hospital.

—No, Kari —le dijo su hermana con voz suave—. El niño está muerto.

Deben arreglarse en dos cuartos

Esa misma noche emprendió camino a Maracaibo (capital del estado de Zulia), su ciudad. La acompañaban su hermana, quien también emigró para emplearse en “casas de familia”, y sus dos hijas.

Jean Luis. Ilustración: Ana Black
Jean Luis. Ilustración: Ana Black

Fue el viaje más desesperante, el más doloroso, de su vida. Cuando llegó a casa, con la boca seca, los pies hinchados y los ojos como si se los hubieran rociado con limón, se detuvo un instante en la puerta. Quería absorber la presencia de su hijo, algo de él que todavía quedara vivo entre aquellas paredes. Un cierto temblor, un pequeño eco de su risa… Al fondo divisó a Enderson, su hijo mayor.

Le costó encontrarle forma a aquella figura fantasmal. Tenía la cara tapada con una toalla. Karina quiso abrazarlo, consolarlo, pero él le dijo: “No te puedo mirar a la cara, madre, ¿por qué lo dejé salir… por qué?”.

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Karina de Lugo es su nombre de soltera. Tenía 19 años cuando nació Enderson, quien ahora tiene 17 años. Ya hacía tiempo que había dejado los estudios, interrumpidos al terminar el noveno grado. Luego nació Jean Luis, quien tenía 15 años cuando cayó muerto en la calle, el 20 de julio de 2017, sin que todavía se sepa si la bala que lo mató salió del arma de un guardia nacional o de un atracador de los que pululaban esos días alrededor de las guarimbas (barricadas de protesta).

Después de separarse del padre de Enderson y Jean Luis, Karina formó una nueva pareja, “que tampoco fluyó”, y tuvo a Alexandra, de 12 años, y a Camila, de uno. Al aludir a los respectivos padres de sus hijos, Karina dice que a veces la ayudan con los gastos, como si fuera una concesión graciosa y no una obligación, como sí lo es para ella. La vida de Karina es así, de apenitas, de solamente, de poquitico.

Vive en la casa de su madre, ubicada en un barrio el sector Pomona, parroquia Manuel Dagnino, municipio Maracaibo, en esta ciudad occidental a orillas del lago. Además de una sala y un comedor, la casa tiene dos cuartos, donde deben arreglarse todos.

No hubo ambulancias ni insumos

Las imágenes acuden en tropel a su mente. Enderson le ha contado que, cuando vinieron a avisarle que a Jean Luis le habían disparado, él corrió hacia el puente Pomona, donde había caído su hermano. Cuando llegó, lo habían recogido y lo llevaban cargado. Alguien le dijo que le metiera el dedo en la boca para que no se ahogara en su propia sangre, pero no logró hacerlo. Había quien gritaba que había que llevarlo a un hospital, pero no había ningún carro por ahí. Ese día era el Trancazo Nacional, convocado por la oposición al gobierno de Maduro. Precisamente, los hechos ocurrieron en el sitio de la protesta. Los minutos seguían pasando. Optaron por llevarlo en andas al CDI del Pinar, que queda a media hora caminando. “Pero al llegar”, dice Karina, “ahí no había insumos para brindarle auxilio. Y yo no estaba aquí”.

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Enderson ha contado muchas veces que, cuando logró acercarse a su hermano, ya en el CDI (Centro de Diagnóstico Integral), Jean Luis no logró decirle nada, pero sí lo miró a los ojos con gran intensidad. Estaba agonizando, pero aun así lo aferró por la camiseta para acercarlo a su boca. “Como si hubiera querido besar a Enderson o decirle algo, no sé”.

Hicieron salir a todos, incluido Enderson, quien a duras penas se soltó de la mano sudorosa de Jean Luis. Pero al rato salió una doctora y negó con la cabeza. Jean Luis se había ido. “No había aguantado”, dice Karina y traga grueso. “El acta de defunción dice que la bala entró y salió. Yo lo que sé es que no hubo ambulancia, no hubo insumos para salvarlo y ahora tampoco hay culpables”.

Jean Luis Camarillo nació en Maracaibo, Venezuela, el 17 de mayo de 2002 – Ilustración: Ana Black
Jean Luis Camarillo nació en Maracaibo, Venezuela, el 17 de mayo de 2002 – Ilustración: Ana Black

Cuando el infortunio cruzó la noche

Jean Luis Camarillo de Lugo nació en Maracaibo el 17 de mayo de 2002. Estudiaba noveno grado e integraba el equipo de fútbol sala del sector Las Pirámides. No por breve su biografía es menos explícita del país donde le tocó nacer, crecer y morir, precisamente durante las protestas opositoras de mediados de 2017, cuando la Circunvalación número 1 se convirtió en una de las vías más peligrosas de Maracaibo. A lo largo de la avenida, grupos de encapuchados, infiltrados en las actividades de protesta, tejían barricadas para exigir peajes y asaltar a quienes pasaran en carro o en moto. Días antes del asesinato de Jean Luis, la prensa local reseñaba la peligrosidad del sector y los numerosos delitos que allí se cometían.

Por eso, y por una flagrante falta de investigación, la muerte del estudiante fue atribuida a diversas circunstancias que lo señalaron, incluso, de ser él mismo un atracador que quiso asaltar a un motorizado que venía armado… Poco plausible esta conjetura. Es más creíble la que ofrece la familia, con apoyo de vecinos y unos testigos. Jean Luis, quien había aprobado el primer y segundo años de bachillerato sin materias morosas, había reprobado algunas en el tercero. Mil dificultades lo habían arrimado al fracaso escolar: casi todos los días se iba al liceo (instituto) sin desayunar; había empezado el año escolar con retraso porque no tenía el uniforme; en muchas ocasiones no podía cumplir con las asignaciones porque no tenía el dinero que solían costar los materiales; el aire acondicionado y el ventilador de la habitación que ocupaban los hijos de Karina se habían dañado, de manera que pasaban noches asándose al calor de la hirviente Maracaibo; además, desde luego, de que los constantes apagones en esta ciudad petrolera no ayudan mucho que digamos al normal desenvolvimiento de las actividades estudiantiles. Este cuadro es el que había empujado a Karina a dejar a sus hijos adolescentes para ir a trabajar a Barranquilla, de donde venía cada dos semanas a traerles comida.

Por eso estaba ausente cuando el infortunio cruzó la noche para incrustarse en la parte baja de la espalda y salir por el abdomen de su hijo. Jean Luis había ido a la casa de un compañero de estudios para buscar unos apuntes; y ya de vuelta a casa quedó en medio de la disputa entre el motorizado gatillo alegre y los asaltantes/manifestantes.

Enderson ya no tiene fuerzas

—Hoy mi hijo cumple dos meses de muerto —suspira Karina un día de finales de septiembre—. Yo pienso y pienso… Hace dos años también hubo manifestaciones. Yo trabajaba en La Limpia y vi tantas cosas que pasaron, muchachos presos, horribles maltratos de la guardia nacional y de la policía, injusticias de todos los tamaños, y eso quedó así. Ahora, igualmente, eso va a quedar así… Y sigue el mismo Presidente mandando. Sigue la escasez de comida y la gente muerta. Sigue el país en la misma desidia, y veo que el Presidente tiene el guáramo (valor) de sentarse a hablar… Yo me lo quedo mirando en la pantalla del televisor. Quisiera tenerlo enfrente para decirle: ¿Cómo puede usted decir que no está pasando nada? Puede haber mil muertos y usted sigue diciendo que estamos bien. ¿A quién va a engañar? Si los venezolanos somos los que estamos viviendo el hambre y la escasez.

Jean Luis y su madre, sentados frente a la casa – Ilustración: Ana Black
Jean Luis y su madre, sentados frente a la casa – Ilustración: Ana Black

Después de aquel viaje de 12 horas con un pañuelito pegado a la cara, cuando cruzó la frontera entre dos países, Karina ya no sirve en casas ajenas. Ahora hace viajes a Maicao, población colombiana relativamente cercana a Maracaibo, llevando carne para vender. Es lo que se llama contrabando de extracción. Los precios controlados de la comida en Venezuela la convierten en mercancía de fácil venta en el país vecino.

En cuanto a Enderson, no ha ido más a las prácticas de fútbol. “Dice que no tiene fuerzas. Dice que prefiere trabajar para sacarme adelante. Dice que no quiere estudiar. Dice que mejor me ayuda con esas bolsas tan pesadas que llevo a Maicao. Dice que él tenía que haberle prohibido salir. Que él le dijo una sola vez que no saliera, pero no insistió. Que tenía que haberse parado fuerte como el hermano mayor que es. Y yo le digo que si yo hubiese estado aquí, igual hubiese pasado lo que pasó, porque uno a veces no ve el peligro”.

Esta historia fue investigada por Estefanía Reyes y forma parte de la serie “Eran solo niños”, producida por La vida de nos en alianza con Cecodap.