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El tortuoso recorrido diario de un niño venezolano para llegar a su escuela

El protagonista de esta historia vive en El Cedrito, un lejano caserío del estado venezolano de Miranda. Como el transporte público es deficiente, producto de la severa crisis por la que atraviesa ese país, ir al colegio implica para él, que es un niño de 8 años, hacer un recorrido tortuoso. Ahora está de vacaciones y sus tardes son de fútbol. A veces se va la luz en casa, pero a eso se acostumbró ya.

Texto: Andrea Tosa / Fotos: Régulo Gómez / Vía La Vida de Nos

Carlos, de 8 años, juega en su casa con los zapatos blancos deteriorados. Para<span class="s1"> ir a la escuela -que queda a más de 15 kilómetros de su casa- se pone otros que también están desgastados: el que corresponde a su pie derecho tiene un hueco por el que se le sale el dedo gordo</span>
Carlos, de 8 años, juega en su casa con los zapatos blancos deteriorados. Para ir a la escuela -que queda a más de 15 kilómetros de su casa- se pone otros que también están desgastados: el que corresponde a su pie derecho tiene un hueco por el que se le sale el dedo gordo

Los zapatos deportivos de Carlos están gastados. No sabe desde cuándo los tiene, pero cree que desde hace dos años. Se le han ido ensuciando poco a poco de tanto jugar fútbol en una cancha de tierra que queda diagonal a su casa, cruzando una angosta calle de asfalto que atraviesa El Cedrito, un caserío del estado Miranda, en Venezuela. Los zapatos eran blancos, pero se volvieron pardos, y todavía le sirven para correr hasta cansarse.

Esos los usa ahora, que está de vacaciones, para patear un balón prestado en las tardes de fútbol; porque para ir a la escuela se pone otros: unos mocasines que también están descoloridos y deteriorados; tanto, que el que corresponde a su pie derecho tiene un hueco por el que se le sale el dedo gordo.

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Con ellos ha tenido que caminar. Y mucho.

Llegar al salón de clases implica una larga faena en compañía su hermana Cristina, de 13 años. Ella ya se acostumbró, pero él, más pequeño, de apenas 8, aún no. Se agota: camina por kilómetros y espera por horas. Es parte de su rutina. Llegar a la escuela es un viaje por escalas.

Carrera contra el tiempo

Entre El Cedrito y Santiago de León, donde queda la escuela de Carlos, hay tres kilómetros. Al lado de una caseta está la parada de autobuses, en la que se sientan él, Cristina y su mamá, luego de salir de su casa a las 5:30 de la mañana.

En sus ratos libres Carlos juega fútbol, pero también con este carrito amarillo que le regalaron cuando era pequeño
En sus ratos libres Carlos juega fútbol, pero también con este carrito amarillo que le regalaron cuando era pequeño

Como casi nunca pasan los carros, les toca caminar las curvas descendentes hasta llegar a la parada. Es un trayecto que recorren bajo la luz del sol naciente, y que suelen terminar aproximadamente en una hora.

—Si no nos dan un aventón, hay que devolverse —les advierte Carolina, su madre, cuando corren los minutos y no pasan los buses ni algún carro particular que les haga el favor de llevarlos hasta la siguiente parada. Implica una distancia de 5 kilómetros, así que esperan. Solo si consigue quien los traslade, la madre les da la bendición y los encomienda a Dios para que lleguen sin contratiempos.

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Al llegar allí aguardan por una camionetica, que también se tarda en pasar. Es la que los lleva 7 kilómetros más allá. Es un recorrido de 20 minutos por la carretera vieja Petare—Guarenas, hasta el barrio La Comunidad, donde queda el colegio.

Es una carrera contra el tiempo. Caminan a paso apresurado porque si llegan tarde, después de las 8:00 de la mañana, les toca devolverse: la directiva del colegio niega la entrada a los estudiantes que llegan demorados. No les queda más que echarse a andar, de vuelta, los 15 kilómetros y medio hasta El Cedrito.

El padre de Carlos tuvo que dejar el hogar para trabajar en Colombia debido a la crisis. Así que el niño vive con su madre Carolina y su hermana de 13 años que le acompaña en el viaje diario a la escuela
El padre de Carlos tuvo que dejar el hogar para trabajar en Colombia debido a la crisis. Así que el niño vive con su madre Carolina y su hermana de 13 años que le acompaña en el viaje diario a la escuela

La hora de la salida de las aulas es a las 11:00 de la mañana. Ahí comienza el viaje de regreso, también por escalas, hasta llegar a casa: esperan, caminan, piden a particulares que les hagan el favor de dejarlos más cerca.

—Hubo un día en que Carlos tuvo que esperar casi cinco horas porque no consiguió cola. Tuvo que subir solo porque yo estaba en la casa ese día. Llegó llorando y bastante cansado, como a las 5:00 de la tarde —recuerda Cristina.

—Sí, a veces llego cansaaaaaado —interviene él, alargando la última palabra.

No siempre fue así. Cuando Carlos estudiaba 1er grado, hace apenas un año, el transporte público en Venezuela no estaba en crisis. Pr fortuna, ahora está de vacaciones, descansando de las caminatas. Él pasa buena parte de sus días libres jugando con sus 10 carritos de plástico, especialmente con un tractor amarillo y negro que le regaló su padrino cuando cumplió tres años. Es su juguete favorito.

Carlos vive en un pequeño poblado donde no hay escuelas cerca y es muy difícil llegar a clases debido al grave problema de transporte que hay en el país gobernado por Nicolás Maduro
Carlos vive en un pequeño poblado donde no hay escuelas cerca y es muy difícil llegar a clases debido al grave problema de transporte que hay en el país gobernado por Nicolás Maduro

A Carlos le gustan Mickey, Los Vengadores y el Capitán América. Además de los superhéroes. Antes veía películas en familia, pero el DVD está dañado desde hace meses. Pasa otros ratos en la casa cercana de su tía, donde toma clases —de “refuerzo”, como las llama Carolina—, gracias a las cuales ha pulido su caligrafía y ha mejorado la suma, la resta, la multiplicación y ha aprendido a tomar dictado más rápido. También se distrae jugando con los primos de su edad que viven en la casa contigua, en tardes de pelotica de goma, kickingball y, su deporte favorito, fútbol.

Devorados por la hiperinflación

Son tardes como la de este día de agosto de 2018.

Después de un partido llega corriendo, pasadas las 4:00 de la tarde, al patio de su casa. Tiene la boca abierta y suda copiosamente. Practica porque cuando sea grande quiere ser futbolista como el portugués Cristiano Ronaldo, a quien admira. Abraza a su mamá, que se encuentra en la entrada.

—Bendición.

La familia de Carlos vive en un hogar humilde cerca de Caracas, la capital de Venezuela
La familia de Carlos vive en un hogar humilde cerca de Caracas, la capital de Venezuela

—Dios te bendiga —le responde Carolina. Después le da un beso en la cabeza y peina su pelo negro y liso con suavidad, sin importarle lo mojado que está.

Ella trabaja limpiando, en un sector cercano, y le pagan apenas 5 bolívares diarios, de los de ahora, de los soberanos. De allí se trae botellas plásticas llenas con agua porque en casa no cuentan con ese servicio. Debe estirar su salario y una forma de hacerlo es ahorrando el detergente, que está escaso y es caro. No puede comprar más jabón porque acaba de invertir en toallas sanitarias para Cristina, recién llegada a la pubertad.

Con papá muy lejos

Las cosas comenzaron a cambiar a comienzos de 2018. Se acabaron las salidas al cine o al parque de diversiones. Las cuentas en rojo imposibilitaban esos lujos. El desempleo empujó a Martín a Colombia, a una ciudad cercana a Bogotá, donde ahora trabaja en una finca atendiendo a los caballos y recibe un pago menor al salario mínimo de ese país.

La ausencia paterna es un dolor constante en el hogar. Desde que Martín emigró todos duermen juntos en la misma habitación
La ausencia paterna es un dolor constante en el hogar. Desde que Martín emigró todos duermen juntos en la misma habitación

Desde que Martín emigró, él, su mamá y su hermana duermen juntos en el cuarto de sus papás.

En la cena, su plato no siempre es variado. Carlos no nota las cuentas que saca Carolina para rendir los cambures que tiene o el kilo de arroz que le queda. Hay noches que comen solo cambur o solo arroz: un ingrediente. Pero siempre se sientan juntos, agradecidos, en la mesa del comedor, de patas rojas peladas por la humedad y cubierta con un mantel de flores rosadas y amarillas. El puesto de Carlos da a la puerta de la casa; el de su papá, a la izquierda, está vacío. Suele suceder que, cuando están allí, se produce un corte de energía eléctrica. Entonces comen a oscuras.

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Las vacaciones y los días de ocio son diferentes a cuando la hiperinflación no se devoraba la economía del país. Carlos tiene esa época grabada en su mente. Y en el marco de madera de su espejo: allí aparece en una foto, feliz, en un circo, en un parque de diversiones, en el cine; con su hermana, sus primos y su papá, Martín.

Martín era su principal compañero de aventuras. Jugaban con el tractor. Reparaban juntos cualquier desperfecto de la vivienda, como la puerta de madera que una vez se dañó. Carlos le pasaba las herramientas y Martín martillaba.

Los tres hacen los mayores sacrificios para lograr acceder a la educación en un país en crisis
Los tres hacen los mayores sacrificios para lograr acceder a la educación en un país en crisis

Él dice que está acostumbrado, pero Carolina no se habitúa todavía. Desenchufa los pocos electrodomésticos que tiene para que los bajones no les resten vida útil o los quemen. Pero su prioridad no es esa. Lo que más quisiera es comprarle unos zapatos nuevos a su hijo para el próximo año escolar 2018—2019. Pero vio unos mocasines en una zapatería en 50 millones de bolívares (500 bolívares soberanos). Hasta él sabe que son incomprables.

Él quiere volver a clases. Si no logra ser futbolista, aspira a ser médico.

—Así voy a la universidad a estudiar y después a curar.

Su madre y su hermana sonríen con él.

Esta historia forma parte de la serie Los hijos de la crisis, desarrollada por el portal La vida de nos y el Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap).