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El reto de imponer multas contra la discriminación en la racista Ciudad de México

Discriminación y racismo coexisten a diario en Ciudad de México. (REUTERS/Gustavo Graf)
Discriminación y racismo coexisten a diario en Ciudad de México. (REUTERS/Gustavo Graf)

La discriminación ha sido el fantasma más invisible para la Ciudad de México durante mucho tiempo. Todos lo negábamos, aunque las evidencias fueran tan claras en el día a día. Los diputados capitalinos han evaluado que se necesitan medidas más fuertes para contener esa escoria, medidas que le den a los racistas en donde más les duele: en el bolsillo. Pero, ¿qué tan elástica será la ley para determinar los castigos? ¿Se respetarán las nuevas determinaciones o nos comeremos un nuevo cuento de hadas?

Aunque ya estaba prohibido que cualquier persona fuera discriminada en algún establecimiento, con castigos penales incluidos, el Congreso Local le hizo modificaciones a siete leyes para sancionar a las personas que ejerzan discriminación en tiendas, comercios y todo tipo de establecimiento. Quieren que la reparación del daño para la persona discriminada tenga sentido, por eso los montos irán desde los 34 mil pesos hasta los 240 mil. Solamente podrá existir un pacto ajeno a las cifras plasmadas en la ley en caso de que las dos personas implicadas estén de acuerdo.

Como suele suceder con las leyes en este país: la teoría suena muy bien. Si alguien discrimina, que sea multado y que su racismo tenga consecuencias monetarias. Simbólicamente, en una metrópoli afecta a las divisiones sustentadas en el ingreso económico, esta medida podría efectivamente contener actos discriminatorios. Parecería perfecto, pues todos salen beneficiados: los racistas que se educan y sueltan sus prejuicios milenarios, y los discriminados, a quienes se les repara el daño activamente.

Centro comercial en Ciudad de México. (Getty Images)
Centro comercial en Ciudad de México. (Getty Images)

Luego, sin embargo, el terreno de lo real es mucho más complejo que unas cuantas modificaciones de tintero. ¿Cuáles serán los actos que cuenten como discriminación? Porque a cualquier persona que conozca la Ciudad le puede quedar claro que hay dos mecanismos para ejercer el racismo: el directo, fácil y rápido de detectar, y el otro, el indirecto, con mecanismos supuestamente más discretos y filias más soterradas, pero existentes al fin y al cabo.

Todo cuenta desde la óptica de segregación que prevalece en la capital. Los centros comerciales son el ejemplo por excelencia. Los testimonios dejan constancia del silencio con el que discriminación se ejerce en esos colosos repletos de marcas y sueños aspiracionales: el color de piel, la ropa, el calzado, el celular. No hay detalle que escape al ojo escrutador de guardias de seguridad o gerentes, aupados por sus jefes, desde luego. Es imposible sentir comodidad en esas circunstancias. No se puede entrar a una tienda de “gente bien” sin tener argumentos materiales que justifiquen que uno también puede pertenecer a ese lugar.

Calle de La Condesa, Ciudad de México. (Getty Images)
Calle de La Condesa, Ciudad de México. (Getty Images)

Y, para ser sinceros, la discriminación directa, esa que no entiende de rubores, sigue siendo santo y seña de la vida citadina. Los tatuajes son signo de peligro paseando por una calle de Ejército Constitucionalista, Iztapalapa, pero no en La Condesa, donde tienen un toque muy cool y están dotados de significados admirables. ¿De qué forma se puede medir algo así? ¿Será necesario que las personas dejen constancia fílmica o auditiva de que fueron discriminadas en un restaurante? Porque si se trata de palabra contra palabra, no hace falta adivinar quién gozará de credibilidad.

En los últimos años, se cuentan por decenas los videos de Internet en los que algún youtuber se disfraza con ropa sucia y rota para ingresar a diversas tiendas teóricamente reservadas para personas de alto poder adquisitivo. Desde Apple a Gucci, pasando por Starbucks y Zara, los influencers hacen recorridos con cámaras y micrófonos ocultos. El experimento social casi siempre tiene el mismo resultado: no hay discriminación. Como por arte de magia, tal vez sospechando que son víctimas de un potencial linchamiento, la atención es prístina.

En la Ciudad de la Apariencias, discriminar es tan habitual que hemos preferido ignorarlo. Lo vemos todos los días y ha tenido que llegar una ley con efectos económicos para que, ojalá, erradiquemos de una vez por todas esa deleznable tradición que negamos incluso hoy en día. Eso en el mejor de los casos. Quizá, entre leyes y sanciones, el fantasma encuentre nuevas formas de camuflarse.

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