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El religioso que luchó para que la Iglesia volviera al voto de pobreza y a quien el Papa mandó a la hoguera

Tras decretarse el Edicto de Milán en el año 313 d.C. por el cual se daba libertad de culto y, por tanto, se dejaba de perseguir a los cristianos, el Imperio Romano fue ‘desinflándose’ poco a poco y en apenas un siglo y medio caía estrepitosamente, pasando el poder de Roma a manos de la Iglesia Católica.

Los siguientes siglos, desde que se iniciara la Edad Media, fue prácticamente absoluto el control que ejerció la Iglesia en gran parte del continente europeo. Esto provocó que gran parte de la curia romana viviesen rodeados de lujos, excesos, lujurias, abusos y despotismo.

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A inicios del siglo XII la brecha abierta entre el abusivo poder de la Iglesia y la población civil provocó que surgieran varios movimientos ciudadanos con los que se pretendía delimitar el control político ejercido desde el papado para que éste volviese a estar en manos del pueblo.

Se exigía un retorno del Senado popular y que el poder civil y político de Roma dejase de esta en manos del Papa y pasase al pueblo. Uno de los líderes del movimiento fue Giordano Pierleoni, perteneciente a una de las más insignes familias de la época y quien casualmente era hermano de Anacleto II (‘antipapa’).

Pero al mismo tiempo que se desarrollaban las luchas por devolver el poder y la soberanía al pueblo romano otros abogaban por un retorno de la Iglesia a sus orígenes, renunciando a la vida de lujos y excesos a la que se había acostumbrado los miembros la curia pontificia.

Uno de los más fervientes defensores de este movimiento fue Arnaldo de Brescia, religioso que alcanzó una enorme popularidad en Brescia (en donde era prior del monasterio de monjes agustinos) al denunciar al obispo por su falta de decoro cristiano y enriquecimiento.

Consiguió poner de su lado a un gran número de ciudadanos y campesinos a los que convenció para que lo ayudaran en su cruzada contra los excesos materialistas de un gran número de clérigos y, sobre todo, de la cúpula eclesiástica.

Dicha cúpula no estaba atravesando su mejor momento debido a la pérdida de poder político a manos de la campaña liderada por Pierleoni, por lo que no quería también perder su poder religioso y optó por excomulgar a Arnaldo tras acusarlo de herejía y ordenar su apresamiento.

El religioso huyó hacia Alemania donde se refugió e intentó ser admitido de nuevo en la Iglesia. Casualmente durante ese periodo de años -1143-1145- hubo alternancia papal hasta en cuatro ocasiones: poco después de ser excomulgado por el papa Inocencio II éste falleció y le sucedió Celestino II, quien ocupó el papado durante cinco meses –curiosamente este papa apoyaba a Arnaldo-, después fue nombrado papa Lucio II, quien ocupó el Trono de San Pedro durante once meses y fue un implacable perseguidor de quienes apoyaban a los movimientos encabezados por Giordano Pierleoni y Arnaldo de Brescia –de hecho falleció a causa de las complicaciones ocasionadas tras recibir una pedrada por parte de un partidario de Pierleoni cuando se disponía a asaltar al frente de un pequeño ejército el Senado- Eugenio III decide perdonar a Arnaldo, tras retractarse éste públicamente de sus ideas, por lo que le permitió retornar a Roma.

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Pero una vez en Roma, Arnaldo de Brescia se da cuenta de que la ciudad se ha transformado en una república comunal en la que son los representantes del pueblo quienes deciden y mandan, en lugar de hacerlo la Iglesia. Esto provoca que se vuelva a contagiar del espíritu que le había llevado a enfrentarse unos años atrás a la curia pontificia, liderando de nuevo el movimiento con el que pretende que la Iglesia retorne al voto de pobreza, tal y como hicieron los primeros cristianos.

El papa Eugenio III –quien le había perdonado cinco años atrás- decide excomulgarlo de nuevo en el 1148 –casualmente poco antes de fallecer y ser sucedido por un nuevo pontífice, Anastasio IV, que ocuparía el cargo durante algo menos de un año y medio-. Pero en esta ocasión Arnaldo había conseguido ser apoyado por importantes elementos de la nueva comuna romana, por lo que decide continuar y no exiliarse como había hecho unos años atrás.

Pero el nuevo papa, Adriano IV, no va a consentir que el poder esté en manos del pueblo y mucho menos que los movimientos revolucionarios estén en manos de un religioso excomulgado, por lo que dicta una serie de medidas que afectaran en gran medida al pueblo romano: prohibición de actos religiosos y sacramentales (entre ellos el entierro católico), lo que provocó importantes disturbios que enfrentaron a los ciudadanos cristiano con el senado popular de la república.

A Arnaldo de Brescia no le quedó más remedio que volver a huir de Roma, debido a que ya no solo tenía como enemigos a la curia pontificia, sino que a los propios creyentes que lo habían apoyado hasta hacía poco pero que, ante el interdicto papal, preferían una Iglesia abusiva y despótica que no tener que vivir sin los santos sacramentos.

Tras abandonar Roma Arnaldo fue apresado por el ejército de Federico I Barbarroja, recién coronado como emperador del Sacro Imperio Romano Germánico y quien se había convertido en un valiosísimo aliado de Adriano IV.

Puesto Arnaldo a disposición del papa, éste ordenó que fuera ejecutado. Como hereje y excomulgado que era, Arnaldo fue enviado a la hoguera y sus restos fueron lanzados al río Tiber con el fin de que no pudiese ser venerado.

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