El Pompidou busca su Mona Lisa

París, 30 oct (EFE).- Guarda en su seno la colección de arte moderno más grande de Europa, pero este mérito no ha sido suficiente para que el Centro Pompidou de París se haya labrado la imagen internacional que su hermano mayor, el Louvre, ha logrado con la icónica Gioconda: el Pompidou también quiere su Mona Lisa.

Si el Louvre es rápidamente identificable con la obra de Da Vinci, el MoMA neoyorquino con "Las Señoritas de Avignon" o el Reina Sofía madrileño con el "Guernica", solo una minoría del público -incluidos sus propios visitantes- sabe qué esconde el Pompidou detrás de su reconocible fachada.

Para solucionarlo, la dirección del centro de arte moderno ha lanzado una lista de 17 obras que aspira a que el visitante asocie con el museo.

"Los novios de la Torre Eiffel", de Chagall, o "La Gran Odalisca", de Martial Raysse, figuran en la selecta lista. Pero, ¿el icono nace o se hace?

"El único icono de nuestro museo es la arquitectura de nuestro edificio", explica a Efe el presidente del Pompidou, Serge Lasvignes, que no encuentra en sus fondos ninguna obra suficientemente representativa como fenómeno artístico, histórico o sociológico.

Solo queda en el recuerdo ese edificio de tubos, conductos y escaleras a la vista del viandante, concebido en los años 70 por los arquitectos Renzo Piano y Richard Rogers en un rompedor estilo industrial.

Lasvignes asiste con frustración a la reacción más común que encuentra en su contacto con turistas: "A veces cuando pregunto a la gente si han visitado el Pompidou me dicen: 'Sí, pasé por delante'".

"Hay que ir más allá si queremos que el turista chino, que solo tiene 3 días para visitar París, se diga que hay un cuadro que tiene que ver obligatoriamente en el Pompidou", opina Lasvignes.

Además, atraer a más público a su colección permanente le permitiría experimentar más en sus exposiciones temporales.

"En el Reina Sofía, creo que las visitas al 'Guernica' bastarían para garantizar los ingresos anuales del museo, que le permiten después hacer otras exposiciones más arriesgadas", asegura.

Entre los candidatos están "La blusa rumana", de Matisse; el tríptico "Blau", de Miró; "La Fuente" y "Rueda de Bicicleta", de Marcel Duchamp; "El ocio: homenaje a Louis David", de Fernand Léger; "El carrusel de los cerdos", de Robert Delaunay, o "Retrato de la periodista Sylvia von Harden", de Otto Dix.

Esas 17 obras centrarán campañas de información, estarán presentes en los billetes de entrada al museo y en carteles específicos y serán los protagonistas de los "souvenirs" de la tienda.

Pese a todo, la galería presenta una salud de hierro: 3,5 millones de visitantes en 2018, un 5 % más que en 2017, aunque su público extranjero se limita a un 40 %, frente al 75 % en el caso del Louvre.

Hay, dice su presidente, un margen de crecimiento, especialmente entre el público extraeuropeo, el que más parece preocupar a la institución, pues los visitantes chinos suponen únicamente el 1 %.

La paradoja es que mientras el Louvre y otros grandes museos presentan planes para primar la calidad de la visita frente a la cantidad, por la saturación de sus salas, el Pompidou quiere más.

¿Hasta dónde puede llegar un museo sin comprometer la experiencia de una buena visita?

"Para mí está claro, hay un momento en el que habrá que dejar de crecer", dice Lasvignes.

Ese momento no ha llegado y el presidente de uno de los museos más famosos de París y del mundo estima que con entre 4.000 y 6.000 visitantes diarios tienen un margen de crecimiento hasta las 7.000 y 8.000 personas, sin perder la calidad.

En cualquier caso, el Pompidou mira al futuro con decisión y no pierde de vista el espíritu capitalista que impone el mundo del arte: "Si queremos seguir siendo un museo con una dimensión internacional estamos obligados a exportarnos, especialmente a China".

Bajo esa premisa, el museo se apresta a inaugurar una nueva sede en Shanghái el próximo 8 de noviembre, la tercera parte del proyecto iniciado en Málaga y Bruselas años atrás, y que ellos definen como una asociación. Niegan, como algunos críticos lo han llamado, que se trate de un gesto de colonialismo cultural.

María D. Valderrama

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