El niño que nunca sabrá que en la vida le va a tocar perder muchas veces

¡Qué vergüenza! ¡Fracasado!, gritaba esta mañana un hombre frente a la televisión instalada en la terraza de un bar. El piragüista español Ander Elosegi acababa de quedar octavo en la final de slalom C-1. ¡Qué mierda haces en Tokio!

Junto al hombre, frente a unas tostadas y un bollo de desayuno, su hijo. Al principio el niño, de unos nueve o diez años, miraba a su padre sin acabar de entender del todo el arranque de furia del hombre. O quizá sí que lo entendía -por habitual- y lo que estaba era a la espera. De que no le tocara a él, claro.

Tokyo 2020 - Ander Elosegi of Spain REUTERS/Stoyan Nenov
Tokyo 2020 - Ander Elosegi of Spain REUTERS/Stoyan Nenov

Pero enseguida el niño imitó al padre. ¡Qué mal!, dijo. ¡Pues vaya caca!

El hombre le miró, orgulloso.

La cara del piragüista, un primer plano en el televisor, era desoladora. Nadie sentía ese octavo puesto más que él. Nadie sentía no haber llegado al podio más que él. Nadie sentía la tristeza del momento más que él.

Sin embargo ese hombre le acababa de enseñar a su hijo que si no llegas a lo más alto eres un fracasado. Un mierda. Una persona que no vale la pena. Si no llegas a lo más alto los demás tienen el derecho de insultarte. Si no llegas a lo más alto ya te puedes ir a tomar por culo.

Y ese niño nunca sabrá que sólo llegan a lo más alto un puñado de personas en cada actividad. Que sólo se llega a lo más alto tras años y años de sacrificio y renuncias imposibles de medir. Que sólo se llega al podio con todo eso y con un poco de suerte, también. Porque, a pesar del esfuerzo titánico de cada uno de los deportistas que han conseguido plaza en Tokio, te lo juegas todo a una carta. Un día. Un estado de ánimo. Nervios. Tensión. Calor. O frío. Cualquier mínimo desajuste hace que la balanza se incline en tu contra. A pesar de todos los años de preparación.

Ese niño nunca sabrá, porque su padre no se lo ha enseñado, que para que uno gane hay miles que pierden. Y que los que pierden no son perdedores, sino personas que han dado lo máximo de sí con un sacrificio inmenso.

Ese niño nunca sabrá que en la vida le va a tocar perder muchas veces. Y cada vez que se pegue una hostia se sentirá un mierda.

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