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El narcisismo político, la pereza y la vuelta al infierno de votar desde fuera de España

Pablo Casado, Pedro Sanchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. (Pablo Blázquez Dominguez/Getty)
Pablo Casado, Pedro Sanchez, Albert Rivera y Pablo Iglesias. (Pablo Blázquez Dominguez/Getty)

El universo político en España ha sido remediablemente engullido por un agujero negro. Esta región infinita del sinsentido tiene en su interior una concentración de irresponsabilidad tan densa que el campo gravitatorio impide que ni siquiera la luz escape de ella. Ni luz, ni claridad y mucho menos coherencia. La espiral de irreflexión de esta esfera narcisista que es la clase política, capaz de lamerse su propio ombligo y silbar a la vez como si la cosa no fuera con ellos, está arrastrando a la ciudadanía extenuada a un abismo inducido: la pereza.

Pereza a la española, ese país donde reírse de los demás es deporte nacional y en el que aceptar que nos tomen el pelo se lleva mejor con una caña y una tapita. Que no nos falte, porque corren tiempos de espumosa vergüenza. La misma que llevó a millones de jóvenes españoles a abandonar el país para labrarse un futuro mejor como embajadores del despropósito. Lejos pero cerca, porque desde la distancia, España se echa tanto de menos que muchos desean seguir participando en este juego electoral donde mover ficha cuesta jaquecas. Más allá de nuestras fronteras, votar es un auténtico dolor de cabeza y gracias a la fanfarria circense del hemiciclo, estamos abocados a la migraña generalizada por cuarta vez en cuatro años. Chapó.

Albert Rivera atiende a los medios. (Eduardo Parra/Europa Press via Getty Images)
Albert Rivera atiende a los medios. (Eduardo Parra/Europa Press via Getty Images)

El sistema de votación es complejo y no facilita las cosas a los residentes en el extranjero ya que formar parte de la democracia es un ejercicio que requiere proactividad y lidiar con la tan agradable burocracia española. ¿Proactividad? Sí, ese término que ha brillado por su ausencia entre el politiqueo durante el último año.

Primero, es necesario asegurarse de que se está registrado en el CERA, acrónimo que no significa circo electoral para el ridículo y la apatía, sino censo electoral de los españoles residentes ausentes. ¿Qué no se está registrado? Comienza la primera tanda de rellenar formularios, fotocopiar pasaporte, leer y releer las indicaciones y visitar el consulado, por muy lejos o cerca que quede. Pero cuidado, nunca después de la ventana comprendida entre las 9 am y las 2 pm de lunes a viernes, las cinco horitas diarias de atención al público para las que no hay otra alternativa más que escaparse del trabajo o sacrificar el almuerzo. Algunos incluso cierran a las 1pm. Para tener claros los tiempos y no fallar en el primer tramo del proceso electoral desde el extranjero, mejor visitar la web del Ministerio de Asuntos Exteriores, donde todo esta explicado con claridad meridiana.

Votantes en Madrid. (Ismael Alonso/Cover/Getty Images)
Votantes en Madrid. (Ismael Alonso/Cover/Getty Images)

Podrán votar “los españoles inscritos en el censo electoral de residentes ausentes (CERA) a través del consulado general hasta el penúltimo día hábil del tercer mes anterior al mes de la publicación de la convocatoria de las respectivas elecciones en el Boletín Oficial del Estado”, saquen la calculadora.

Una vez se está registrado en CERA, toca pedir el voto a la Delegación Provincial de la Oficina del Censo. Cumplimentar formularios, más fotocopias y a enviar por fax, el método más rápido y costoso, en un momento en el que el tiempo es oro y lo de menos es si reembolsarán esas costas o no. Nada de esto se puede hacer hasta que se publique la disolución de la Cortes Generales en el Boletín Oficial del Estado. Es entonces cuando empieza la contrarreloj y ese periodo de tiempo en el que puede que el voto llegue a tiempo o puede que no. Ya nada está bajo el control del ciudadano, sino de la tecnología, de los servicios postales y de la delegación provincial. Muchas veces, todo este trajín - que puede llegar a incluir coste de llamadas a España desde el extranjero para verificar en la oficina del censo que todo llegó a tiempo - puede acabar en nada, en que el voto aparezca en el buzón un día después de la fecha límite para depositarlo en la urna del consulado.

Votantes en Madrid. (Fernando Camino/Cover/Getty Images)
Votantes en Madrid. (Fernando Camino/Cover/Getty Images)

La desesperación en tiempos electorales suele ser la comidilla de los residentes en el extranjero en los que los más afortunados vieron su tiempo, dinero y esfuerzo recompensados con unas papeletas llegadas sobre la bocina. Mientras tanto, otros acaban maldiciendo a un sistema electoral complejo, mal diseñado y completamente arcaico que pagamos todos con nuestro tiempo y dinero, como la campaña electoral, un desembolso millonario que debería salir de los salarios de un parlamento incapacitado para servir el interés general.

Repetir unas elecciones siempre duele, se esté dentro o fuera de la frontera. Se trata de un fracaso de la democracia que genera una incertidumbre que si se pone en perspectiva, este tipo de inestabilidad puede llegar a desembocar en una dictadura si se produjera en otros países con menos garantías. Pero en España todo se da por hecho en virtud del Estado de Derecho. Echarle la culpa al elector de la falta de responsabilidad política es uno de los ejercicios más ruines que existen y pretender que los no residentes vuelvan a pasar por las urnas en un camino lleno de trabas por cuarta vez desde 2015 es reírse de ellos en su cara. De ellos y del conjunto de los españoles. Por ésta y por infinitas razones.