El motivo por el que nadie debería comer nieve

Todos lo hemos hecho alguna vez cuando éramos pequeños. En la primera nevada del año, mientras nuestros padres o profesores no nos veían, nos hemos acercado a un montón de nieve, lo hemos recogido y nos lo hemos llevado a la boca. Y aunque sabía a rayos, no nos parecía que estuviéramos haciendo algo mal. ¿Acaso no nos decían en el colegio que la nieve blanca era sinónimo de pureza para decenas de poetas?

Pues bien, sí que estábamos haciendo algo mal. Lo ha demostrado un estudio publicado en la revista Environmental Science: Processes & Impacts, en el que tras analizar la nieve caída en un experimento ha llegado a la concusión que esta forma de precipitación sólida es un estupendo imán para atrapar componentes contaminantes producidos por los coches y que se encuentran flotando en el aire. Así que si hemos comido nieve, en realidad hemos tomado un asqueroso helado de polución.

La principal intención del trabajo científico que ha revelado esta desagradable sorpresa es la de analizar cómo las partículas tóxicas no solo hacen daño a través de su presencia en el aire, sino cómo también afectan al medio ambiente una vez que llegan a la tierra arrastradas por la nieve o por la lluvia. Y sus conclusiones no son nada halagüeñas: la nieve atrapa los contaminantes y los ‘conserva’ hasta que se deshace y las toxinas vuelven al aire o se filtran en la tierra.

Para llegar a esta conclusión, los autores del trabajo -investigadores de la Universidad McGill de Montreal (Canadá)- utilizaron lo que llamaron una ‘cámara de nieve’ para crear diferentes tipos de esta precipitación -ventisca, nevada ligera, nevada intensa- y a la vez introdujeron diversos contaminantes provenientes del tubo de escape de los coches, como benceno, tolueno, etilbenceno y xilenos.

Tras dejar reposar la nieve una hora, los científicos analizaron los restos y descubrieron que los agentes contaminantes se habían mantenido atrapada en los pequeños cristales de hielo. Cuando estos se deshicieron, las partículas emprendieron un doble camino: o volvieron al aire o se quedaron en el agua.

Así que la próxima vez que vuestros hijos, sobrinos o nietos intenten comer nieve del suelo, ya sabéis lo que les tenéis que decir.