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Donald Trump dice que no es racista pero su historial evidencia lo contrario

Donald Trump atacó con comentarios falaces y racistas a un grupo de legisladoras progresistas y dijo que debían “regresar a los países infestados de crimen” de los que vinieron antes de seguir criticando la forma en que se gobierna EEUU.

Las destinatarias son claramente las congresistas demócratas de izquierda Alejandra Ocasio-Cortez, Ilhan Omar, Rashida Tlaib y Ayanna Pressley, todas ellas ciudadanas estadounidenses electas por el voto mayoritario en sus distritos en Nueva York, Minnesota, Michigan y Massachusetts.

El presidente Donald  Trump negó que sus ataques contra cuatro congresistas demócrartas hayan sido racistas. (AP/Alex Brandon)
El presidente Donald Trump negó que sus ataques contra cuatro congresistas demócrartas hayan sido racistas. (AP/Alex Brandon)

Esas palabras de Trump han causado consternación y repudio por resultar ofensivas, peligrosas, autoritarias y cargadas de racismo y xenofobia (aunque desde el Partido Republicano, salvo algunas excepciones, ha dominado el silencio). Las cuatro congresistas en cuestión son estadounidenses, electas al Congreso por sus conciudadanos, que con su voto sustentan sus opiniones críticas del gobierno y del presidente, pero al parecer para Trump eso no tiene relevancia y él coloca por encima de todo la aceptación o sometimiento a sus planteamientos.

A ese componente autoritario y antidemocrático se añade, por añadidura, que Trump al parecer considera que la ascendencia puertorriqueña, afroamericana, palestina o somalí de esas congresistas es un factor que las degrada, que las vuelve ajenas a la nación al grado de que han de “regresar” a sus países en lugar de criticar las maneras en las que Trump maneja el gobierno.

Son afirmaciones que resultan racistas y tienen ominosos ecos del nacionalismo blanco. Y el decir a estadounidenses que “regresen a sus países” por ser diferentes en términos de origen nacional, raciales, ideológicos, religiosos o de otra índole es contrario a los valores democráticos y republicanos en los que está fundada la nación.

Para Trump sus dichos no son racistas y él ha reiterado con frecuencia que no es un individuo racista. Pero el historial de sus palabras y acciones dice lo contrario: su conducta antes y después de entrar a la política ha estado basada en la estigmatización del oponente apuntalada en nociones racistas, xenófobas y autoritarias y al parecer es especialmente reactivo ante personas de color que se le oponen o exhiben sus falencias.

El propio Trump dijo, al rechazar que sus comentarios contra las congresistas sean racistas, que no le inquieta que nacionalistas blancos apoyen sus afirmaciones porque muchas personas están de acuerdo con él, informó CNN. Una curiosa revalidación del racismo de sus dichos y, ominosamente, de la extensión en que estos son compartidos en ciertos estamentos estadounidenses (o al menos en los que Trump concede relevancia).

Eso es también un indicador de que el interés electoralista y la apelación a su base de seguidores de derecha radical, al agitar prejuicios y crear divisiones, son motivadores clave de la conducta del presidente.

El racismo y el prejuicio en Trump son y han sido evidentes por años, aunque él lo niegue o minimice.

Basta con recordar que el cimiento de su presencia político-mediática fue su ataque en contra del entonces presidente Barack Obama al negar que fuera estadounidense y exigir que presentara su acta de nacimiento. Y el portal Vox presenta una larga lista de afirmaciones y acciones de Trump cargadas de racismo, discriminación y xenofobia que Trump ha protagonizado a lo largo de décadas.

Van desde la demanda que el gobierno federal hizo en 1973 contra la empresa de Trump con cargos de rehusarse a rentar viviendas a personas afroamericanas, prácticas de discriminación y rechazo en contra de los empleados de color en sus casinos en las décadas de 1980 y 1990 y su exigencia de aplicar la pena de muerte a cinco jóvenes, cuatro afroamericanos y un latino (conocidos como los “Central Park Five”), que fueron acusados de agredir y violar a una joven de raza blanca. Los cinco pasaron años en prisión pero fueron después exonerados. Trump con todo ha insistido en que son culpables pese a existir evidencia de ADN que indica lo contrario.

El recuento incluye afirmaciones de que no se puede confiar en afroamericanos para contar su dinero, ha expresado reiteradamente prejuicios contra los nativoamericanos y, más recientemente, debutó en 2015 como aspirante presidencial estigmatizando a los mexicanos de ser violadores y narcotraficantes.

Todo ello no ha cesado desde que ganó la presidencia: Trump impuso una prohibición a la entrada de personas de varios países de mayoría musulmana, consideró que un juez estadounidense de ascendencia mexicana no debería atender el caso en contra de su Trump University alegando que como él estaba construyendo un muro en la frontera el magistrado no sería justo y llegó a considerar a los neonazis y supremacistas blancos que se manifestaron en Charlottesville como “buenas personas” y los equiparó a quienes acudieron allí para protestar contra ellos.

Y cabe añadir, entre numerosos ejemplos, sus ataques contra deportistas afroamericanos que protestaron contra la brutalidad policiaca poniendo una rodilla en tierra fueron notorios y feroces, hay testimonios que señalan que Trump calificó a Haití y a países africanos como “países de mierda” y utilizó para atacar a la senadora Elizabeth Warren el apelativo de “Pocahontas”.

La ruda política de separación de familias migrantes y de detención de menores impulsada por Trump tiene un severo componente racista y xenófobo, y el propio Trump ha satanizado a personas que huyen de la violencia y la miseria para pedir asilo en Estados Unidos al considerarlas hordas criminales e invasoras.

Las congresistas Ilhan Omar, Ayanna Pressley, Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib, destinatarias del reciente ataque racista de Donald Trump, quien planteó que ellas -que son estadounidenses electas al Congreso- "regresaran a sus países". (AP/J. Scott Applewhite)
Las congresistas Ilhan Omar, Ayanna Pressley, Alexandria Ocasio-Cortez y Rashida Tlaib, destinatarias del reciente ataque racista de Donald Trump, quien planteó que ellas -que son estadounidenses electas al Congreso- "regresaran a sus países". (AP/J. Scott Applewhite)

La demagogia, el racismo, el prejuicio en esas y otras acciones de Trump son patentes y en el caso de sus ataques contra las cuatro congresistas él hace eco de algunas de las peores expresiones de prejuicio racial y xenofobia que se vierten y han vertido contra personas solo a causa de su raza o su origen nacional.

Pero esas cuatro legisladores son estadounidenses plenas y auténticas y su herencia nacional o racial es parte de su fortaleza y de su orgullo. Fueron electas democráticamente y de modo amplio por sus representados y en ese sentido tienen una robusta legitimidad republicana. Trump está en su derecho de debatir, refutar o deplorar las posiciones políticas de quienes se lo oponen, pero en lugar de hacerlo recurrió a ataques personales, racistas y equívocos. Un signo más de que Trump prefirió, al aludir a estas congresistas, la confrontación y la división en lugar del debate de ideas.

Finalmente, expresar críticas y divergencias es uno de los derechos fundamentales garantizados por la Constitución y un componente crucial de la democracia. Pretender acallar a los opositores, estigmatizarlos falazmente como extraños o antipatriotas y agitar los peores prejuicios es propio de regímenes autoritarios. Y emitir y defender afirmaciones racistas y xenófobas al grado de exigir que los “otros regresen” a los lugares de donde vinieron es un retorno a los momentos más oscuros de la historia estadounidense.

De donde en realidad han venido las estadounidenses Ocasio-Cortez, Omar, Tlaib y Pressley es del voto popular mayoritario que las colocó en el Congreso y de los valores de igualdad, libertad y democracia garantizados por la Constitución y que son pilares de la nación estadounidense.