El rudo "efecto precipicio" que ata a la pobreza a millones de personas en EEUU

A veces, en Estados Unidos ser pobre conduce a la persona a un círculo vicioso en el que, ante el ingreso bajo y la falta de oportunidades, muchos no tienen otra opción que quedarse en empleos de sueldos reducidos y largas horas a fin de mantener beneficios sociales que mitigan sus circunstancias en lugar de optar por otras opciones laborales y salariales que podrían, al menos en la teoría pero no necesariamente en la vida práctica, ofrecerles mejores perspectivas.

Estados Unidos es el país más rico del mundo, pero millones de sus habitantes enfrentan severa pobreza y falta de oportunidades en una situación contrastante: la estadounidense es la mayor economía, con un intenso enfoque en el consumo, pero más de 40 millones de personas viven en la pobreza y con frecuencia no cuentan con capacidad suficiente para pagar necesidades básicas como la alimentación o la vivienda. El 21% de los niños estadounidenses viven en condición de pobreza, lo mismo que el 26.2% de los afroamericanos y el 23.4% de los hispanos, de acuerdo Poverty USA.

Nicola Jackson se lamenta luego de que le fue revocado su beneficio de vivienda pública y fue desalojada de la vivienda en la que residía con sus cinco hijos. (Brian Vander Brug/Los Angeles Times/Getty Images)
Nicola Jackson se lamenta luego de que le fue revocado su beneficio de vivienda pública y fue desalojada de la vivienda en la que residía con sus cinco hijos. (Brian Vander Brug/Los Angeles Times/Getty Images)

La desigualdad y la pobreza son problemas agudos y crecientes en Estados Unidos, y aunque ciertamente sus características son distintas a las de otros países, constituye una realidad ominosa en términos humanos y sociales. Para encararlo, existen varios programas y esquemas de ayuda pública a los más pobres que mitigan aunque no resuelven la condición de pobreza de sus beneficiarios. Entre ellos figuran programas de apoyo alimentario (SNAP, antes conocidos como cupones de comida), subsidios para alquiler o programas de vivienda pública y seguro médico público vía Medicaid.

Para ser elegible a esos programas o servicios, una persona debe ganar menos que cierta cantidad (con base en el llamado límite de pobreza federal), que varía según el lugar de residencia de las personas y el tamaño de la familia. Por ejemplo, una familia de tres personas es considerada pobre si tiene ingresos de 21,330 dólares anuales o menos (algo más si vive en Alaska o Hawaii). Una persona que gana el salario mínimo, incluso en los estados donde ese salario es más alto, por lo general no logra el ingreso suficiente para cubrir gastos básicos y con frecuencia se sitúa en condición de pobreza.

Con todo, como se plantea en The Conversation, muchos de los trabajadores en esas circunstancias, que laboran con gran esfuerzo en trabajos físicamente demandantes, poca estabilidad laboral y pocos ingresos, muchas veces optan por no solicitar o demandar alzas salariales ni dejan ese empleo para buscar otro que pague un poco mejor.

Y no lo hacen en realidad porque estén conformes con ese trabajo o porque no deseen ganar más sino porque dadas sus perspectivas de avance, el alza de sus ingresos que podrían recibir por un aumento o en un nuevo trabajo, podría colocarlos ligeramente por encima del ingreso máximo que alguien puede tener para ser elegible para recibir beneficios públicos.

A esa punzante circunstancia se le ha denominado ‘Cliff Effect’ (‘efecto precipicio’) y consiste en que un pequeño aumento de ingreso vuelve inelegible a una persona para programas públicos y hace que en realidad pierda económicamente. Su pequeño aumento en ingresos no les compensa la pérdida de los cupones de comida, de la asistencia para vivienda o el seguro médico gratuito Medicaid.

En el citado artículo en The Conversarion, su autora, Susan R. Crandall (directora del Centro de Política Social de la Universidad de Massachussets en Boston) dio algunos ejemplos de la rudeza del ‘efecto precipicio’. Por ejemplo, personas que trabajan tiempo completo y ganan 17.90 dólares la hora (bastante más que el salario mínimo) no ganan lo suficiente para pagar la renta de un apartamento de una habitación a precios de mercado. Y esto es a nivel promedio. En ciertas ciudades donde la vivienda es muy cara, la diferencia es aún mayor.

Ante ello, las millones de personas en esa situación pueden recurrir a subsidios públicos de vivienda, por ejemplo el programa federal conocido como Sección 8. Con ese apoyo, que se define con base en criterios diversos, una persona puede al menos pagar la renta de un lugar donde vivir. Pero si esa persona recibiera un aumento salarial que alterara los parámetros de su ingreso, podría quedarse sin acceso al programa Sección 8. Y dado que el aumento para un trabajador de bajos ingresos es por lo general reducido, al final la pérdida de la ayuda en vivienda sería más grande. Ganar un poco más la arrojaría al precipicio de no poder pagar el costo de un alquiler al precio de mercado.

El beneficio público SNAP, o cupones de comida, es clave para la subsistencia de millones de estadounidenses de bajos recursos. (Getty Images)
El beneficio público SNAP, o cupones de comida, es clave para la subsistencia de millones de estadounidenses de bajos recursos. (Getty Images)

Situaciones similares que ponen en riesgo la pérdida de otros beneficios públicos desalientan a muchos trabajadores, que se quedan atrapados en empleos de salarios muy bajos. Y aunque, como se señala en The Conversation, algunos de esos programas tienen flexibilidad para no desalentar el aumento de ingresos de sus beneficiarios hasta cierto nivel, el ‘efecto precipicio’ es una realidad punzante para muchos.

Tanto que hay inquietud porque, con alzas del salario mínimo entrando en vigor en muchos estados de modo obligatorio, existe también cierta cantidad de personas que podrían, de repente, verse lanzadas al ‘efecto precipicio’ a causa de un aumento salarial necesario y justo pero que, por sí solo, no compensa las enormes desigualdades y altos costos de la vida en muchas regiones de Estados Unidos.

Es decir, podrían ganar más nominalmente pero acabarían en la realidad cotidiana siendo más pobres.

Es por ello que Crandall señala que para atender el problema de la pobreza es necesario aumentar los salarios de los trabajadores e ir más allá. Por ejemplo, ampliar la disponibilidad de vivienda asequible, aumentar la cobertura de los beneficios públicos, ofrecer servicios de cuidado infantil sin costo de modo universal, ampliar la capacitación y propiciar empleos mejores. Todo ello requiere inversión de recursos públicos a gran escala, y por ello la atención a la pobreza se encuentra entrecruzada con la lucha político-ideológica que polariza a Estados Unidos.