El ¿desaire? de Raúl Castro y la discreta bienvenida que recibió Barack Obama a Cuba
Pudiera decirse que Raúl Castro tampoco recibió al pie de la escalerilla del avión al presidente ruso Vladimir Putin, como tampoco lo hizo con el francés François Hollande. Pudiera recordarse que la delegación estadounidense estaba advertida de que el gobernante cubano no estaría en el aeropuerto… Pero lo cierto es que muchos cubanos y medio planeta quedaron boquiabiertos ante la discreta bienvenida ofrecida a Barack Obama en La Habana.
El presidente Obama y su familia a su llegada a La Habana, el 20 de marzo de 2016. Foto de Getty.
No hubo alfombra roja, ni pase de revista, ni banda musical del ejército, como suele ocurrir. No hubo himnos ni foto para la prensa acreditada. Ni siquiera se tuvo en cuenta el carácter histórico y único de la visita de Barack Obama, segundo presidente estadounidense que viaja a la isla a lo largo de toda su historia y primero que lo hace durante los 56 años que han permanecido “los barbudos” en el poder.
En medio de una sobriedad inusual en el último medio siglo cubano, resaltó una enorme valla publicitaria, la primera con la que el mandatario invitado se topó apenas salió del área del aeropuerto, que con su habitual carácter hiperbólico comparaba el “bloqueo” (el embargo comercial impuesto a la isla desde inicios de los años 60) con un genocidio.
Cuando el canciller Bruno Rodríguez Parilla, el embajador cubano en Estados Unidos, José Cabañas, y la directora para América del Norte del Ministerio de Exteriores, Josefina Vidal, avanzaron con otros funcionarios desde el salón de protocolo de la terminal número 1 del aeropuerto José Martí y se plantaron ante la parte más visible del avión presidencial Air Force One, muchos quedaron atónitos.
El canciller cubano, Bruno Rodríguez (izq.) saluda a Obama a su llegada a Cuba. Foto de AP.
La sobriedad del suceso pudo haberse debido a las poco favorables condiciones climáticas, a la falta de voluntad o exceso de soberbia política e incluso a decisiones de seguridad previamente puntualizados por ambos gobernantes.
Uno de los sorprendidos fue el precandidato presidencial por el Partido Republicano, el millonario Donald Trump. En uno de sus intempestivos tuits, el magnate escribió: “¡Guau! El presidente Obama acaba de aterrizar en Cuba, una gran cosa, y Raúl Castro ni siquiera estaba allí para recibirle. Recibió al Papa y a otros. No hay respeto”.
Horas más tarde, Ben Rhodes, asesor adjunto de seguridad nacional, se aprestó a aclarar que “nunca se contempló ni se discutió” que el presidente cubano asistiera a recibir a la delegación que encabeza Obama y que trae además a la isla a congresistas y empresarios de todos los sectores.
Como atenuante de esta falta de aparente delicadeza por parte del menor de los Castro, debemos recordar que cuando en 2014 el presidente ruso Vladimir Putin arribó a La Habana, fue recibido por el Primer Ministro Díaz Canel, y que cuando François Hollande hizo lo propio solo estrechó la mano del vice canciller Rogelio Sierra.
En los anales recientes de la diplomacia, queda también que el propio Díaz Canel ha recibido ante la escalerilla del avión al presidente venezolano Nicolás Maduro, y al mandatario chino Xi Jinping, mientras el viceministro Sierra recibió al presidente de Austria, Heinz Fischer, el pasado 2 de mayo. En el caso del presidente de México Enrique Peña Nieto, su bienvenida estuvo a cargo de funcionarios de menor rango del Ministerio de Relaciones Exteriores.
De cualquier manera, llama la atención que a la visita más importante que se haya producido en Cuba en los últimos veinte e incluso 60 años se le haya adjudicado por parte del gobierno cubano tan bajo perfil, pues seguidamente a la llegada del presidente Obama, no se observaron los habituales grupos de pioneros organizados y de entusiastas que suelen recibir a los dignatarios de primer nivel, como fue el caso del Papa Francisco y del patriarca ortodoxo ruso Kiril, quienes, por cierto, sí fueron recibidos por el mismísimo general Castro.
En paralelo a esto, la prensa oficialista se ocupó de hacer resaltar en sus portadas del domingo y el lunes la muy reciente visita del presidente venezolano Nicolás Maduro; signos que tanto analistas como ciudadanos en general no deberíamos desestimar.
Pero tal vez al propio Barack Obama le convenga este trato. No habían pasado seis horas de su llegada al país, cuando el presidente saliente ya marcaba su terreno con gestos de informalidad como la visita a la paladar San Cristóbal, enclavada en el corazón más popular y maltratado de Centro Habana.
Si empoderar la sociedad civil y la pequeña empresa es una de sus divisas fundamentales, entonces tal vez le haya agradado que, además de la llovizna pertinaz, no se hayan escuchado los bombos y los platillos.