Lo que significa ser “progresista” en Estados Unidos

Uno de los tópicos más destacados y con un intercambio más intenso de opiniones y puntos de vista entre Hillary Clinton y Bernie Sanders, aspirantes a la candidatura presidencial demócrata, durante el más reciente debate (auspiciado por la televisora MSNBC) fue su disputa sobre qué es lo que significa ser progresista y quién realmente lo es.

Es una cuestión que está en el fondo no sólo de las aspiraciones de ambas figuras políticas sino, también, en la definición misma de las necesidades, las aspiraciones y las posibilidades de gran parte de la población de EEUU.

La campaña de Sanders ha crecido y ya inquieta a la de Clinton. En ese contexto. ambos han discutido sobre quién es realmente un progresista. (AP)

Sanders ha sido a lo largo de toda su campaña un feroz crítico de la influencia que Wall Street y las grandes corporaciones tienen en los candidatos vía donaciones directas o a los llamados Super PAC (grupos de acción política), y de la sumisión que ese dinero impone en los políticos que lo reciben. Y dado que la plataforma de Sanders tiene como uno de sus pilares la lucha contra la desigualdad económica y la concentración inmensa de la riqueza en unos pocos (esa oligarquía que él dice controla políticos vía contribuciones de campaña y otras presiones), recibir dinero de esos mismos estamentos resulta incompatible y contradictorio con el concepto mismo de la acción progresista.

Un político progresista, a ojos de Sanders, no puede luchar contra la desigualdad creada por la codicia de los grandes multimillonarios y al mismo tiempo recibir dinero de ellos. Es por ello que Sanders ha optado por financiar su campaña sin recurrir a esos grandes donantes, sin un Super PAC (entidades que pueden captar y gastar sumas sin límite en apoyo o en contra de un candidato) y en cambio depender de las pequeñas aportaciones de multitud de ciudadanos comunes.

Un modelo de financiación de campañas de corte ampliamente democrático, de acuerdo al concepto de Sanders, y que ha sido muy exitoso pues le ha otorgado decenas de millones de dólares para impulsar su candidatura.

Clinton –quien desde luego se considera progresista– rechazó esa noción, con el argumento en primer término de que progresista es quien “genera progreso” y, además, con el matiz de que recibir dinero de grandes corporaciones o millonarios, como ella y su campaña han hecho, no implica que se rindan ante ellos o hagan su voluntad.

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Clinton ha sido parte del aparato de gobierno por décadas, como esposa de un presidente, como senadora y como secretaria de Estado. (AP)

Clinton afirmó que nunca cambió su voto u actitud, durante su periodo en el Senado o después, por consideraciones relacionadas con contribuciones de campaña e incluso llegó a decir que bajo la clasificación de Sanders el presidente Barack Obama, que en su momento recibió esa clase de donaciones, el vicepresidente Joe Biden, que también recibió esos apoyos, y muchos otros políticos demócratas que han recurrido a ese modelo de financiación electoral no serían progresistas, como comentó Mother Jones.

Cuestionado al respecto, Sanders aceptó que en efecto Obama es un progresista, pero también en diferentes momentos de su campaña ha sido enfático en que lo que se requiere para transformar al país es una “revolución política”.

El progreso, a ojos de Sanders, no sería así tener solo una posición liberal o incluso de izquierda en ciertas cosas y no en otras (como comentó The New Yorker en un artículo que borda al respecto, Clinton ha apoyado la pena de muerte y tiene un Super PAC, cuestiones que son anatema para el ala radical progresista de su partido). Ser progresista para Sanders consistiría en una posición de transformación radical, una “revolución”, en la que no solo es necesario lograr avances (mientras mayores mejor) en cuestiones de bienestar social (seguro médico universal, salario justo y digno) o de verdadera democracia (al servicio del pueblo y no de las grandes corporaciones) sino también hacerlo de un modo activo, desde la base, y sin concesiones ni moderaciones ante quienes son los responsables de la actual crisis y de los sufrimientos de millones de estadounidenses.

El propio Sanders ha dicho que la especulación frenética e incluso delictiva que se dio en Wall Street y otros ámbitos del gran capital fue lo que se tradujo en la pasada Gran Recesión, en la que miles y miles de estadounidenses perdieron su empleo, su casa, sus ahorros y su confianza en las instituciones políticas. ¿Cómo entonces puede ser progresista una persona, es decir Clinton (y ella le exigió en el debate dejarse de insinuaciones y decírselo de frente), que impulsa su campaña con ingentes sumas provenientes justo de esos grupos corporativos, que es parte de ese establishment político? La respuesta es que en esa lógica ni Clinton ni Obama serían progresista puros, con todo y sus logros y compromisos en múltiples aspectos de política social.

Desde la perspectiva de Clinton se ha criticado que esa posición de Sanders se ostenta como una suerte de “guardián de la pureza”, lo que para muchos no solo resulta presuntuoso sino irreal.

Además, a ojos de Clinton y su campaña, la perspectiva de Sanders sería un mero idealismo pero sin la capacidad de traducirse en la realidad, sobre todo en un contexto de severa división y confrontación partidaria. Lo que para Sanders sería prueba de falta de progresismo (la moderación, o el pragmatismo de Clinton en diversas áreas) es para Clinton justo la vía para lograr ese progreso.

“Ser progresista es lograr progreso”, ha afirmado Clinton y por ello su capacidad de mediación y su gradualismo, más que una revolución que sería polarizante, es lo que se necesita para ampliar los avances en cobertura de salud, desarrollo del empleo y, también, freno a la injerencia de Wall Street. Es lo que se requiere para efectivamente, y no solo en el discurso ideal, lograr ese progreso.

Todo sería así cuestión de énfasis y matices, aunque eso no es para nada trivial.

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Sanders pide una “revolución política” y su candidatura “demócrata-socialista” le ha atraído la simpatía de multitudes en el ámbito demócrata. (AP)

Y en la cuestión del dinero, sea uno o no progresista, hay analogías en el diagnóstico en ambos partidos. Sanders critica el dominio del gran capital sobre los políticos porque eso conduce a desigualdad y opresión, pero Donald Trump, quien con cinismo ha dicho que él en efecto dio durante años dinero a multitud de candidatos esperando beneficios a cambio, también ha criticado a los políticos y sus Super PAC que reciben grandes sumas y los ha tachado de títeres. Así lo clama él, desde la perspectiva de haber sido el titiritero.

Por ende, hay quien podría decir que para Sanders rechazar las grandes donaciones y los Super PAC es una actitud progresista fundamental, incluso indispensable, pero ese rechazo puro no hace a Trump un progresista, ni presumiblemente el aceptar esos recursos para impulsar una plataforma progresista convierte a Clinton en sierva de la oligarquía.

Pero en todo hay volteretas, al grado de que Glen Beck, un famoso comentarista político de derecha, considera a Donald Trump no como un conservador sino como un progresista, aunque Beck utilice ese término, a diferencia de Sanders y Clinton que lo portan con orgullo, en sentido peyorativo. Y hay quien criticaría si Beck realmente sabe el significado de los términos.

La polémica sobre el grado o la falta de progresismo puede resultar novedosa en EEUU, pero es de larga data en Europa y América Latina, donde la disputa entre la socialdemocracia y la izquierda más radical ha sido constante y, a veces, punzante.

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En el colmo de las etiquetas, el conocido comentarista conservador Glen Beck ha dicho que Donald Trump no es conservador sino progresista. (The Wrap)

Pero en una organización como el Partido Demócrata, que ha visto surgir una fuerte insurgencia de base y un movimiento contestatario contra un establishment al que encuentran demasiado cercano o complaciente ante algunos de los que, a su juicio, son de los mayores responsables de los problemas nacionales, el cuestionamiento de las credenciales progresistas no es solo un juego de palabras. Es, como sucede del otro lado de la moneda en la gran discusión sobre qué candidato y qué posiciones son realmente fieles a los ideales conservadores (el gran alegato de National Review contra Donald Trump), un debate para dilucidar cuál es el alma, el corazón de cada uno de esos partidos.

¿Es que en las colisiones entre progresistas radicales, progresistas pragmáticos y progresistas moderados, o entre conservadores tradicionales, conservadores radicales y conservadores oportunistas, que se aprecia en ambos partidos se está gestando una transformación mayor del modelo bipartidista estadounidense?

Es pronto para saberlo, y quizá esas discusiones sean solo materia de consumo del proceso primario, y se diluirán después una vez que se designe un candidato y las diversas alas de cada partido se agrupen en torno a él. Washington bien vale una o dos misas, dirían algunos.

Pero quizá el brote contestatario que se ha visto en este proceso, las diferencias entre quién es realmente progresista, quién es realmente conservador, conduzcan a un sistema distinto al bipartidismo que ha caracterizado a la política estadounidense.